Por: Rebeca Avila

Momentos del cine silente que cambiaron la cinematografía

"Las películas mudas eran la forma más pura de cine"

Alfred Hitchcock

Pareciera mentira, pero entre el 385 y el 322 a. C. se “inventó” el vestigio más remoto de lo que ahora podemos ver desde nuestro teléfono celular o computadora a través de plataformas digitales: el cine.

Usaremos la palabra “inventó”, así, entre comillas, porque el cine, al igual que muchas otras cosas hechas por el hombre, no tienen un sólo origen ni un sólo creador del hilo negro. Aunque el cine es una invención ultramoderna, fue en la Antigua Grecia donde encontró su principio. Nada menos que Aristóteles, el padre de filosofía occidental, fue quien hizo referencia por primera vez al concepto de la cámara oscura, un instrumento óptico que con ayuda de una sola entrada de luz lograba “dibujar” imágenes en una superficie. Aunque se considera al griego como el primero en hablar de dicha cámara teóricamente, fue el científico árabe Alhazen quien planeó este instrumento como un fabricador de imágenes ópticas, hacia el siglo X. Casi mil años después, llegó el hermano mayor del cine: la fotografía, que dio paso a que en décadas subsecuentes del siglo XIX se comenzaron a crear algunos juguetes ópticos que proyectaban imágenes en movimiento, además de la creación del primer rollo película Kodak (George Eastman, 1888), sin el cual los hermanos Lumière jamás hubieran logrado su empresa del cinematógrafo, el ancestro que dio vida a una nueva forma de arte y a la recreación de prácticamente cualquiera de las fantasías (y realidades) que rondan en la mente humana.

Aunque existieron otros artefactos con el mismo propósito, como el Kinetoscopio de Thomas Alva Edison, fueron los Lumière quienes tuvieron la idea de añadir perforaciones a la película fotográfica Kodak con un sistema de arrastre unido a uno de proyección. Este mes de octubre se celebra el nacimiento de Louis Lumière (5 de octubre de 1864) y Auguste Lumière (19 de octubre de 1862), quienes, aunque no crearon el cine como lo conocemos actualmente, sí crearon el instrumento que proyecta desde los conceptos más baratos hasta obras mágicas capaces de escudriñar en nuestras entrañas.

Para conmemorar el día en que estos ingenieros vinieron al mundo, en el Top #CineSinCortes hablaremos de aquellos parteaguas en la historia del cine mudo, ese espacio donde había quedado atrás el cine primitivo, carente de narrativas, para dar paso a tramas de lo más memorables y han sido una referencia creativa que se repite y trata de reinventarse hasta nuestros días.


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Montaje soviético

En los albores de la segunda década del siglo XX, en la Rusia dominada por los bolcheviques, el cine primitivo se utilizaba para fines propagandísticos. Ya la escuela rusa (cimiento de la ahora Academia de Cine de Moscú, la más antigua del mundo) había encontrado en el cine una oportunidad para transmitir sus mensajes políticos e ideológicos, así que, al instaurar una institución formal para educar a nuevas generaciones, el poco cine que había en ese entonces era controlado en Rusia para no contaminar a la población. Sin embargo, uno de los fundadores de la Academia, Lev Kuleshov, fue el primer rebelde de su generación y cimentó las bases de la cinematografía actual al implementar lo que ahora se conoce como montaje. A partir de su experimento de intercalar imágenes de manera estratégica, Kuleshov fue el primero en yuxtaponer tomas cortas para dotar de carga emocional a las escenas, creando así el llamado efecto Kuleshov. Sin embargo, aunque él lo inventó, fue otra joven promesa quien explotó está técnica y se convirtió en el genio que hoy es considerado el padre del montaje cinematográfico moderno: Serguéi Eisenstein, realizador de hitos como El acorazado Potemkin, que aborda la insurrección contra el régimen zarista.


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Expresionismo alemán

Al terminar la Gran Guerra, en Alemania se comenzó a gestar uno de los movimientos más vanguardistas en la historia del séptimo arte: el expresionismo alemán, que llevaba el arte pictórico al rollo fílmico y al contrario de otras corrientes, buscaba exaltar los aspectos estéticos hasta volverlos irreales -sombras y luces bien marcadas, decorados pintados dentro del set (siempre), perspectivas asimétricas, atmósferas asfixiantes, planos fijos, maquillaje y actuación exagerados-. Esta corriente, carente de cualquier rastro de realidad (con toda intención), tiene como todo movimiento una obra como punto de partida. La de éste lo es El gabinete del doctor Caligari (1920) de Robert Wiene, y su argumento contiene también la base del expresionismo: lo sobrenatural y lo siniestro. Temas como el miedo, la angustia, el terror y la desesperanza dieron paso a películas que, aunque mudas, son tan icónicas como cualquier obra moderna sonora. Entre éstas se encuentran Nosferatu (1922) y Fausto (1926) de F.W. Murnau y Metrópolis (1926) de Fritz Lang. Esta última, la más cara de esta época alemana, difiere a las temáticas comunes del expresionismo, abordando situaciones futuristas y sociales.


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El emporio de Hollywood

Mientras Europa se concentraba en el arte y la propaganda, los Estados Unidos, los reyes del capitalismo, hacían del arte un negocio. En este cine, se originaron las estrellas, el glamour y, muchas veces, la banalidad propia de la mayoría de las cintas hollywoodenses -drama, romance y comicidad- que nos alcanzan y dominan la industria a nivel mundial en la actualidad. Pero fuera de estas directrices, hubo dos artistas que decidieron salir del molde y hacer una crítica de la sociedad deshumanizada a través de la risa. Sus nombres, Buster Keaton y Charles Chaplin. El rey de la comedia muda por excelencia es Keaton, quien hizo del payaso que aun en las situaciones más propicias, su rostro, falto de expresión, permanecía imperturbable, lo cual, incluso provocaba el doble de risas. La soga al cuello (1923), Veinte mil leguas de chistes submarinos (1924) y su insignia El maquinista de la General (1926), son algunas de las cintas que protagonizó Keaton. Por su lado, el británico Charles Chaplin, aunque fue un niño artista al igual que Keaton, pudo despegar su carrera en el cine al viajar a los Estados Unidos donde protagonizó el primer largometraje norteamericano El romance de Charlot -personaje único e icónico de Chaplin- predecesor de El nacimiento de una nación (1914). Aunque el trabajo de Chaplin se extiende y encuentra gran espacio en el cine sonoro, una de las piezas silentes con las que mejor se le recuerda es La quimera del oro (1926). Aunque se les considera contemporáneos antagónicos, lo cierto es que cada uno imprimía un valor único a cada producción en la que aparecieron; incluso trabajaron juntos en Candilejas (1952), en la que ambos actúan y que es dirigida por Chaplin.


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Francia a la vanguardia e Inglaterra cuna de un genio

Los franceses, siempre a la vanguardia, trataron, antes de llegar a los años 20, de crear nuevas formas de narrar, tanto argumental como estéticamente, en el cine. Así, de la mano de Louis Delluc – a quien se le debe el concepto de los cineclub- se creó lo opuesto al expresionismo alemán: el impresionismo francés y se enfocaba en historias simples pero que jugaran con la psique del público a través de nuevos experimentos. Sin embargo, este movimiento murió con la llegada del cine sonoro y la cinematografía francesa no volvió a posicionarse como referente sino hasta la llegada de la Nouvelle vague.

Por otro lado, mientras Estados Unidos daba paso a los romances y la comedia en la pantalla grande, en Inglaterra había un joven que llevaba el suspenso como segundo apellido: Alfred Hitchcock. Aunque gran parte de su filmografía se encuentra en el cine sonoro, los inicios de las más brillantes ideas del suspense y el thriller psicológico de Hitchcock se hayan en la década de los 20. De cerca de 50 películas que realizó, diez son mudas; entre ellas destacan El inquilino (1926) - quizá la más interesante y brillante de ese periodo- El ring (1927) y Chantaje (1929). De esta última existen dos versiones, una muda y una sonora, volviéndose la primera película sonora de Hitchcock y del Reino Unido.