Por: Arody Rangel

América no fue descubierta, fue inventada

Hecho aparentemente innegable de la historia: el 12 de octubre de 1492 el navegante genovés Cristóbal Colón descubrió América; auspiciado por los reyes católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, unos meses antes Colón había emprendido el viaje por el océano a bordo de las famosas carabelas para probar una nueva ruta de acceso a las Indias, pues debido a la expansión turca importantes puertos y ciudades cruciales para el comercio de especias y otras mercancías esenciales entre oriente y occidente se encontraban bloqueados; Colón estaba convencido de la redondez de la Tierra e intuía que viajando hacia occidente se encontraría irremediablemente con las costas asiáticas… En medio del camino algo le salió al paso, pero aquello no era América, porque ‘América’ tal como la conocemos no existía, ¿por qué se afirma, además, que él la descubrió?

Solemos creer que este trozo de materia que ahora conocemos como continente americano ha sido tal desde siempre, pero en realidad lo ha sido a partir del momento en que se le concedió esa significación. Antes de tropezarse con este pedazo de tierra, para los europeos el mundo comprendía sólo tres partes: África, Asia y Europa; de modo que América no fue descubierta porque no estuvo oculta esperando que alguien la encontrara, sino que en realidad no estaba prevista en la concepción del mundo del siglo XV. Y entre el 11 y 12 de octubre de 1492 cuando Colón avistó tierra firme, él estaba convencido de que había llegado a Asia y vale la pena insistir sobre este punto: Colón no tenía el propósito de “descubrir” o encontrarse con un nuevo continente, sino que buscaba llegar a Asia viajando por occidente.

En su libro La invención de América, el historiador y filósofo mexicano Edmundo O’Gorman aduce estos argumentos en favor de abandonar la idea que de América fue descubierta y propone en su lugar hablar de la invención de América. Ahora bien, ¿cómo ocurrió tal invención?

Los subsiguientes viajes que realizó Cristóbal Colón hacia las tierras encontradas en occidente lo dejaron sin pruebas para sostener su creencia de que había llegado a Asia y tuvo que admitir que se trataba de un nuevo mundo, irreductible al orbis mundi que él conocía. Más tarde, Américo Vespucio reconoció con plenitud que lo que tenían de frente, ese nuevo mundo, era irreductible al mundo del que ellos procedían, que no podían asimilar uno al otro; este hallazgo supuso una dualidad que puso en crisis momentáneamente al eurocentrismo. Momentáneamente, pues cuando se reconoció que aquellas tierras formaban un continente de la misma naturaleza que las tres partes conocidas del mundo, el nuevo continente fue asimilado al todo y la idea de “nuevo mundo” no significó ya algo irreconciliable, sino un “nuevo lugar” al que expandir la cultura del viejo mundo, la occidental.

América entonces fue el nombre que se dio a la masa continental que el hombre occidental encontró entre Europa y Asia viajando hacia occidente, luego, América fue un nuevo mundo, integrado en el todo del globo y asimilado a la cultura dominante de la época, la cultura que se abría paso en la historia, que escribía la historia. América fue inventada bajo la especie física de continente y bajo la especie histórica de nuevo mundo por el hombre occidental. La invención de América es sobre todo un proceso de apoderamiento de aquellas tierras por Europa, para realizar en aquellas tierras su cultura.

Dentro de este proceso ideológico que terminó por darle un rostro y un nombre a América, tampoco cabe hablar de un inocente encuentro entre dos culturas, motivo por el cual se conmemora el Día de la raza. Así como el nuevo continente se integró dentro del mapa del mundo, a los hombres que habitaban estas tierras se los reconoció como descendientes de Adán e hijos de dios, gracias a ese reconocimiento, las culturas indígenas fueron integradas al curso de la historia universal, pero, por esta misma razón, entraron en la jerarquía que la cultura dominante les impuso: no se reconoció su modo de ser propio sino que se les tildó de sociedades naturales o primitivas, y se las redujo a la tarea de realizar en América otra Europa, este es el sentido moral de la invención de América.

Lo que sí es innegable es que aquellos viajes de Colón y los hechos históricos que desencadenaron representan el inicio de la globalización: el hombre occidental comprendió que en su mundo cabía toda la realidad de que fuera capaz de apoderarse para transformarla en casa y habitación propia; que el mundo no es algo dado y hecho, sino algo que él conquista y hace y que, por lo tanto, le pertenece a título de propietario y amo. El universo mismo dejó de contemplarse como una realidad extraña y ajena al hombre para convertirse en un infinito campo de conquista en la medida en que lo permita, no ya la bondad divina, sino la osadía y eficacia de la técnica. El hombre, antiguo inquilino del mundo, se convirtió en su amo.