La obra de grandes maestros del arte (y de la ciencia incluso) adelantados a su tiempo está sentenciada a ser poco, parcial o nulamente valorada en su época. Pero también existen otros dos caminos posteriores: uno de ellos es quedar olvidados para siempre y relegados a creadores de quinta; la otra es que años (muchos) después, algún grupo de artistas redescubra su obra y a partir de ella emprendan nuevas técnicas y corrientes artísticas, rompiendo así la barrera del tiempo entre precursores y lo que se innova.
Tal fue el caso de Doménikos Theotokópoulos, pintor griego nacido en la isla de Creta en 1541, popularmente conocido como El Greco. Difícil de comprender su obra en su tiempo, también lo fue y lo es encasillarlo en alguna corriente pictórica: perteneciente al período del Renacimiento y la corriente del manierismo, pero con vistas hacia el barroco. Su camino hacia la grandeza tampoco fue sencillo, ni lo logró en vida: arribó en 1567 a Venecia, donde no había cabida para nuevo talento, aunque sí pudo aprender de uno de los grandes de la pintura italiana, Tiziano, así que de ahí probó en Roma. Sin embargo, su destino parecía estar un poco lejos de sus ídolos italianos y más cerca de uno de los imperios más grandes en la historia, el español.
Su estadía en Toledo -ciudad multicultural que le permitió enriquecer su obra- hasta su muerte, en 1614, le permitió expresarse y experimentar como no lo hubiera logrado en otro lugar. Su afán de agradar en primer lugar a Felipe II nunca llegó a ocurrir y después de realizar varios encargos para pequeñas iglesias y capillas toledanas en su mayoría, los cuales le eran muy bien pagados, decidió pintar por su cuenta. Esta libertad le costó la grandeza en vida, pero le aseguró un reconocimiento enorme para la posteridad, siendo considerado incluso un gran influyente para el impresionismo. En palabras de Édouard Manet, representante de dicha corriente del siglo XIX “Fui al Prado buscando a Velázquez y me encontré con El Greco”.
Hasta aquí una parte muy breve de su biografía, para añadir que en torno a la figura de El Greco y a su obra misma giran muchos mitos. Desde sus relaciones amorosas, siento la más famosa con Jerónima de las Cuevas, de quien no hay registro ni rastro alguno y con quien tuvo a su único hijo legítimo; pasando por los mitos que insinúan que a pesar de haber nacido en el cristianismo ortodoxo era de origen judío; además de piezas pictóricas descubiertas siglos después sin autor pero que se cree podrían ser obras perdidas de Doménikos; hasta los secretos que escondía en sus pinturas donde convergía no sólo la religiosidad de aquellas tierras sino también la mitología de culturas antiguas.
¿Qué lo llevó a pintar distinto a sus contemporáneos?, ¿por qué esas figuras tan alargadas que invaden sus cuadros?, ¿por qué tantas sombras tenebrosas y tanta luz misteriosa?, ¿será que retrataba más bien almas y no rostros terrenales?, ¿fue acaso un hereje? Éstas y más interrogantes serán desmenuzadas a detalle en la serie documental El Greco, alma y luz universales que se transmitirá en Canal 22 los jueves 9, 16 y 23 de julio a través de Perfil Arte en punto de las 18 horas.
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