Por: Arody Rangel

El ayuno como arte: Kafka

“Pienso que sólo debemos leer libros de los que muerden y pinchan. Si el libro que estamos leyendo no nos obliga a despertarnos como un puñetazo en la cara, ¿para qué molestarnos en leerlo?”

Franz Kafka, Carta a Oskar Pollak, 1907


En una carta de septiembre de 1921, Franz Kafka pedía a su amigo Max Brod que quemara sus manuscritos. Franz llevaba años combatiendo la tuberculosis y podría pensarse que su petición respondía más a la depresión o al desaliento que a su real voluntad; aunque a decir del propio Brod, Kafka era un sujeto tímido y no aspiraba al reconocimiento ni al renombre, pero era un gigante por más que prefiriera pasar desapercibido. Así lo entendió Brod y en lugar de quemar la obra de Kafka, la editó y publicó.

Gracias a este acto de desobediencia ha llegado a nosotros su “literatura menor”, denominada así por Deleuze-Guattari en Kafka. Por una literatura menor por oposición simple a la “literatura mayor” o universal, mas la cuestión de fondo es la siguiente: Kafka era un judío que hablaba checo y escribió en alemán, su literatura es pues la expresión de una minoría en una lengua que no es la suya; y aún más: esa “literatura menor”, revolucionaria en tanto tal, mordió y pinchó la literatura universal.

Kafka es un puñetazo en la cara que nos espabila y muestra de golpe el carácter absurdo, innecesariamente complicado y frustrante del mundo burocratizado en el que vivimos. En sus obras de más renombre ‒El juicio, La metamorfosis y El procesoFranz Kafka retrató la miseria del hombre contemporáneo que se desempeña como empleado de oficina (él mismo vivió esta frustración de trabajar detrás de un escritorio y poner en segundo plano sus verdaderos intereses), atrapado en un laberíntico sistema administrativo y subordinado a una jerarquía arbitraria de poder que terminan por aniquilarlo.

Entre lo menor de lo menor de su literatura, se encuentra el relato brevísimo Un artista del hambre, publicado en 1924, pero escrito en 1922, poco tiempo antes de su muerte. Un artista del hambre es también el nombre de la serie de cuatro relatos a la que pertenece este homónimo y que muestra un escenario kafkiano peculiarísimo. En la ficción, el artista del hambre es una atracción del tipo de los espectáculos circenses y va de ciudad en ciudad, al igual que todos los artistas de la carpa, buscando cautivar nuevos públicos. Su acto consiste en que los espectadores observen y sigan su ayuno por 40 días, menos no es meritorio y más tiempo termina por aburrir a las audiencias: el hambre hecha espectáculo; lo interesante es que nadie, salvo el artista, puede estar seguro de que el ayuno se ha seguido al pie de la letra.

Un día sucede lo inevitable: el artista envejece y su acto deja de ser atractivo para las masas, pero él no puede dejar de ayunar, pues no sabe hacer otra cosa y termina prestando sus servicios como atracción menor en un circo. Allí, es colocado en una jaula de camino a los establos, donde de vez en cuando alguien se detiene a observarlo, de paso y sin mayor interés o curiosidad; de un momento a otro, es olvidado en esa jaula, ya nadie lleva la cuenta de los días de su ayuno, ni siquiera él mismo, a pesar del deseo que tenía de superar su propio límite.

Finalmente, un vigilante nota la jaula y se pregunta por qué está ahí desperdiciada, entonces alguien recuerda al artista del hambre, quien sorpresivamente continuaba en su ayuno; hecho un montón de huesos parecía estar esperando hacer su última confesión para morir al fin: “Perdonadme todos. Siempre he querido que admiraseis mi capacidad de ayuno. Pero no deberíais admirarla porque tengo que ayunar, no puedo evitarlo. No he podido encontrar ninguna comida que me gustara. De haberla encontrado, créeme que no habría hecho ningún alarde y me habría hartado como tú y todo el mundo”.

Abstención hecha arte por no hallar nada que satisfaga, que llene. El artista del hambre es un asceta terrible que, en lugar de volver la espalda al mundo, lleva ante las masas el espectáculo imposible de su ayuno, que no se trata sólo de no comer, sino de no consumir: optar por la marginalidad de una jaula y no llevar una vida ordinaria. La imposibilidad de encontrar algo que guste y sacie verdaderamente hace patente el absurdo y la infructífera búsqueda humana por colmarse, llenarse; ante esto, ayunar es una forma de rebelarse, aunque no de superar el sinsentido. Y en Kafka, escribir es ayunar.