La desesperanza, la angustia y el miedo que causan lo sobrenatural, lo fantástico, lo desconocido y lo siniestro son los ingredientes precisos de una de las corrientes cinematográficas más fascinantes e influyentes de la historia del séptimo arte, el denominado expresionismo alemán. Las cintas que se cuentan en esta corriente, no obstante su condición silente, buscaban despertar las emociones más vibrantes en la mente humana, ya fuera a través de sus lóbregos y asfixiantes escenarios, o de sus monstruosos y pesadillescos personajes.
Este cine fue la respuesta artística a las catastróficas consecuencias de la Primera Guerra Mundial en Alemania, al horror mismo de este conflicto y a los estragos mentales y materiales que padeció el pueblo alemán, el gran perdedor de aquel conflicto. El expresionismo inició en 1893 con el desgarrador grito de Edvard Munch en la pintura, el alarido que vaticinó la guerra se extendió en las siguientes décadas a otras artes como la literatura, la música y finalmente al cine, espacio en el que los realizadores recuperaron el oscuro y viejo romanticismo, así como algunos elementos del folclor propio de su nación y montaron con vanguardismo escabrosas historias para evadir la dura realidad del tiempo de entreguerras.
El gabinete del Doctor Caligari, la primera película de esta vanguardia cinematográfica, se estrenó en Berlín el 26 de febrero de 1920. A 100 años de este acontecimiento dedicamos este Top #CineSinCortes a las principales cintas del expresionismo alemán, una corriente que duró poco más de una década, pero cuya influencia se extiende a lo largo de la historia del cine y de la cultura popular.
Hay dos filmes que se consideran precedentes del movimiento expresionista en el cine, El estudiante de Praga dirigida por Stellan Rye y Paul Wegener, y El Golem dirigida también por Weneger. La primera, basada en el cuento William Wilson de Poe y en el mito de Fausto, narra la terrible historia de Balduim, un joven estudiante que hace un pacto con el misterioso Scapinelli: para ayudarlo a conseguir el amor de su amada, le pide su reflejo del espejo; luego de esto, el reflejo de Baldium adquiere voluntad propia y comienza a atormentarlo. Por otro lado, El Golem, fue un proyecto que Weneger co-dirigió en tres ocasiones entre 1915 y 1920, de esas tres películas sólo se conserva la última que fue la de mayor éxito; en esta cinta, la mítica creatura judía hecha a partir de barro, es animada por el rabino Loew con el propósito de defender a la gente del gueto de la tiranía del gobierno en tiempos de la Praga medieval (dentro del folclor, la leyenda del golem del Rabbi Judah Loew es la más famosa). Con estas cintas precursoras aparecen los dos tópicos por excelencia del expresionismo: el alma perdida y el monstruo.
Una atmósfera oscura y retorcida, líneas inclinadas formando caprichosos ángulos en espacios asfixiantes, sombras y luces pintadas sobre las paredes del set y ninguna toma en exteriores fueron los preceptos del manifiesto de la vanguardia expresionista: El gabinete del Doctor Caligari, la obra de Robert Wiene es considerada la cinta expresionista por excelencia, estética y argumentalmente. En este filme alucinante acudimos al espectáculo del hipnotista Caligari, quien ejerce su poder sobre el sonámbulo Cesare, un influjo que se extiende más allá de las funciones en la feria para cobrar vidas a través de las manos del joven; esta escabrosa historia homicida da un giro al thriller psicológico cuando vemos a Cesare internado en el manicomio, alucinando aquellos crímenes y siendo atendido por un Caligari psiquiatra.
Otra de las cintas icónicas expresionistas es La sinfonía del horror que orquestó Friedrich Wilhelm Murnau. Esta película es una adaptación libre de la obra de Bram Stoker, Drácula, cuyo guion corrió a cargo de Henrik Galeen ‒quien había trabajado en El estudiante de Praga y El Golem con Weneger‒; a pesar de que todos los nombres de los personajes de la obra fueron cambiados, el filme se enfrentó con la desaprobación de la viuda de Bram Stoker ‒ni más ni menos‒ y luego de perder el juicio por los derechos de autor, se dictaminó que la cinta fuera destruida; afortunadamente, cientos de copias estaban regadas en el mundo y es así como se conservó este clásico del cine de todos los tiempos. Muchas cosas destacan en la realización, como el uso de la coloración en azul y sepia para representar los ambientes nocturnos y diurnos, respectivamente, o la grabación en exteriores para dar énfasis a situaciones terribles como la llegada de peste que prepara el terreno para el arribo del vampiro; pero sobre todo, está la inigualable actuación de Max Schreck (cuyo apellido significa en alemán terror) como el conde Orlok, el mejor vampiro de todos los tiempos, tan es así que cuenta la leyenda que Max era en realidad un condenado no-muerto.
Si las tomas en exteriores de Nosferatu ya habían marcado una distancia con el anguloso canon de Caligari, la monumental arquitectura art decó de la Metrópolis de Fritz Lang tira por tierra el supuesto canon para revelar que el expresionismo es ante todo un poner en primer plano la desgarrada condición del individuo. En esta cinta, el terror de las pesadillas propias de una fantasía inspirada en lo sobrenatural cede ante la rapacidad del capitalismo y da lugar a una ficción distópica ‒la primera gran distopía del cine‒ en la que la clase obrera es literalmente devorada por las máquinas en el subsuelo para posibilitar las condiciones materiales de vida de las clases dominantes opresoras; la tensión entre clases se materializa en las figuras de María y su doble autómata, Eva, y la resolución del conflicto termina en una idílica fraternidad entre todos los hombres. Con esta cinta, Lang cierra la tríada por excelencia del expresionismo alemán y se erige como uno de los mejores realizadores de todos los tiempos.
Para cerrar este conteo tenemos la versión de Murnau de un clásico de clásicos del folclor y la literatura alemana, y también universal: la tragedia del filósofo y alquimista Fausto, que Goethe legó a la posteridad. Esta fiel adaptación de la historia, en la que el demonio Mefistófeles y un arcángel apuestan la corrupción del alma de Fausto para que el primero pueda hacerse con el dominio de la Tierra, fue la última película que el director realizó en Alemania ‒él, al igual que otros, huyó del incipiente nazismo‒. En esta obra, la belleza alcanzada en las imágenes logra recrear una siniestra, tremebunda y mágica batalla maniquea en la que el amor vence al mal.