“El revolucionario es un hombre perdido. No tiene intereses propios, ni causas propias, ni sentimientos, ni hábitos, ni propiedades; no tiene ni siquiera un nombre. Todo en él está absorbido por un único y exclusivo interés, por un solo pensamiento, por una sola pasión: la revolución”.
En noviembre de 1869, Serguéi Necháyev, líder del grupo revolucionario La venganza de pueblo ‒fundado y formado ese mismo año en Moscú por él y apenas un puñado de hombres‒, asesinó a Iván Ivanovich Ivanov, un estudiante adherido al grupo a quien acusó de traición. Luego de dispararle, echó su cuerpo al agua con ayuda de sus secuaces, donde días más tarde fue encontrado por la policía. Necháyev salió de Moscú hacia San Petersburgo luego del asesinato, algunos de sus compañeros fueron arrestados en diciembre del 69 y él fue capturado finalmente en Suiza hasta 1872, luego de haber huido hacia Alemania y Ginebra; en su prisión en la fortaleza de Pedro y Pablo logró seducir a sus guardias para que lo ayudaran a escapar, pero su tentativa se vio truncada tras el ataque terrorista hacia el zar Alejandro II, pues su implicación en estos actos le hizo acreedor a una sentencia más severa. Necháyev murió en 1882 a manos del escorbuto, el hambre y el aislamiento.
Admirable fanático, un creyente sin Dios y un héroe sin frases como lo describió Mijaíl Bakunin, Necháyev embaucó incluso al mismísimo padre del anarquismo y la hondura de su crimen, las ideas mismas por las que lo perpetró, encendieron la mecha de la inspiración en Fiódor Dostoyevski, quien a propósito de estos hechos escribió una de sus novelas fundamentales: Los demonios (1871-1872. Los endemoniados o Los poseídos en otras traducciones), una dura crítica hacia las ideas nihilistas que se esparcían en aquella época y que incitaban a “la destrucción rápida, terrible, total y sin piedad de esta ignominia que representa el orden universal” como señalaba el Catecismo del revolucionario o las Reglas en las que debe inspirarse un revolucionario que escribieron a cuatro manos Necháyev y Bakunin.
El nihilismo, término acuñado por Iván Turguéniev en su obra Padres e hijos, aludía en la Rusia de la época a aquellos jóvenes que cuestionaban y rechazaban los valores y tradiciones de la generación precedente, muchos de ellos habían tenido contacto en la universidad con las ideas reaccionarias y revolucionarias que se gestaban en occidente ‒como el marxismo, el socialismo y el anarquismo‒ y al provenir de estratos sociales marginales, estas ideas los movieron e inspiraron a incitar la revolución entre el pueblo. Por estas razones se les llamo el proletariado del pensamiento, algunos de ellos promovían la total destrucción del Estado zarista, así como de la moral y las tradiciones rusas que eran profundamente religiosas, de modo que, al término nihilista, también se asociaron los de terrorismo, ateísmo y revolución para designar la causa. El audaz Necháyev provenía de este peculiar estrato social.
Fiódor Dostoyevski, tuvo noticia de la ejecución perpetrada por La venganza del pueblo, pero además pudo obtener de primera mano varias impresiones sobre el carácter e ideas de los miembros de aquel grupo, sobre todo de Netchaiev, gracias a los testimonios que le compartió su cuñado que era muy cercano a aquel círculo. En Los demonios, el crimen que hizo famoso al joven nihilista no figura de forma tan central y la obra se demora más bien en retratar la psicología de su alter ego literario Piotr Stepánovich Verjovenski, y de los otros miembros de aquella legión, para los que Dostoyevski se inspiró también en personas de la vida real, como el aristócrata Nikolái Speshnev, miembro del Círculo de Petrashevski ‒grupo activista al que Fiódor también perteneció, razón por la que pasó una temporada en Siberia condenado a trabajos forzados‒, quien aparece como Nikolái Vsévolodovich Stavroguin en la novela.
En la ficción dostoyevskiana, Verjovenski representa al tipo de nihilista político y moral que busca la destrucción del régimen imperante por sí misma, pues el pueblo y sus intereses le tienen sin cuidado; es un hombre con lógica maquiavélica, dispuesto a utilizar cualquier medio para lograr sus fines, sin importar si aquello deriva en la criminalidad o el terrorismo; es además un gran manipulador y el cabecilla de una de las muchas células revolucionarias que se esparcen por toda Rusia ‒a decir suyo, por supuesto‒. Por su parte, Stavroguin es un joven aristócrata de una personalidad magnética y un profundo desencanto hacia el mundo y los hombres; él es un nihilista de los sentidos, incapaz de sentir amor o compasión hacia nadie, ni hacia sí mismo, pero dispuesto a cometer cualquier villanía o crimen por el sólo gusto, por el horror y la repugnancia, por el ridículo y el absurdo.
Verjovenski y Stavroguin forman un dúo de marcados contrapesos alrededor del cual giran los hechos y el resto de los personajes, como los coprotagonistas Iván Pávlovich Shátov y Alekséi Nílych Kiríllov, dos jóvenes estudiantes que han caído cautivos de aquel par, si bien sus ideas irán por lados totalmente distintos. En Kiríllov el nihilismo adquiere su carácter existencial, al constatar con el ateísmo que la vida humana no posee ningún sentido, este joven ve en el suicidio el único acto de libertad humana: librarse del consuelo de inventar a Dios y acabar uno mismo con su absurda existencia. Mientras que Shátov se redimirá del ateísmo y volverá la vista hacia aquellos valores antes negados, principalmente los religiosos; de hecho, esto marcará su distanciamiento con el grupo, lo que unido a un altercado con Verjovenski y Stavroguin lo convertirá en el blanco perfecto para ser culpado de traición y con su muerte afianzar la lealtad entre los integrantes del círculo.
Los demonios de Dostoyevski se considera tanto una dura crítica como una sátira a aquella generación de jóvenes fanáticos entregados a ideas revolucionarias sin otra mira que la destrucción sin más; pero también ofrece en la complejidad de sus personajes una radiografía precisa de aquellas cabezas poseídas por las ideas y de las convicciones y actos en que derivan según el carácter de cada cual.
Esta obra genial ‒que a pesar de las duras críticas que recibió en su momento luego se reconoció como premonitoria de los movimientos que derivaron en la Revolución rusa y que inspiró décadas más tarde al filósofo del absurdo Albert Camus‒ tuvo una adaptación televisiva en 2014 en Rusia, Los endemoniados, de Dostoyevski (Bésy), una miniserie de 4 capítulos que hace girar la trama alrededor del asesinato del joven estudiante Shátov, cuya investigación por parte del oficial Iván Lyovich y del inspector Pavel Dmitriyevich Goremykin ‒enviado desde San Petersburgo para seguir el caso por sus claras implicaciones revolucionarias‒ va develando de a poco las complejas personalidades y los lazos que unen a aquellos posesos nihilistas que tan bien dibujó Dostoyevski. Esta producción se estrenará en la pantalla de Canal 22 este domingo 17 de febrero a las 21:00 horas.
Por si lo dicho hasta ahora fuera poco, otra razón por la que no puedes perderte este estreno es que la serie incluye el episodio censurado de la obra original de Dostoyevski, en el que Stavroguin confiesa al monje Tijon, con lujo de detalles, los crímenes que cometió durante su estancia en San Petersburgo, confirmando el rumor de que pasó allí largas jornadas de bestial libertinaje ‒si bien la realidad de aquellos hechos supera en atrocidad a los rumores‒. En su momento, el editor de Dostoyevski, Mijaíl Katkov, quitó este capítulo titulado “Con Tijon”, pero en las ediciones más recientes de este clásico del escritor de Crimen y castigo y Los hermanos Karamásov se ha incluido como epílogo por cuanto la confesión resulta esencial para vislumbrar el peculiar demonio del magnético y desolado Stavroguin.