La Calzada de La Viga, una de las vialidades capitalinas más importantes y concurridas, comunica el centro y el sur de la Ciudad de México desde hace siglos. Pero no siempre lució como la avenida atestada de tráfico vehicular y asfalto que vemos hoy. En sus orígenes prehispánicos era un canal que conectaba el lago de Xochimilco con la gran Tenochtitlán, y todavía a inicios del siglo pasado era el conducto por el que llegaban al centro de la urbe los productos que se recolectaban en la zona chinampera. Cosechas de frutas, verduras y flores atiborraban las canoas y trajineras que transitaban sus aguas flanqueadas de antiguos árboles, el paisaje original de la capital mexicana.
En ese recorrido por el canal era costumbre pasar por el barrio de Jamaica, llamado así por la Hacienda en la que se encontraba, y detenerse en la garita del sitio a registrar y pagar por las mercancías que entraban a la capital. Así los comerciantes desembarcaban en este punto que poco a poco fue convirtiéndose en lo que fue el tianguis La Palma o de La Viga. Pero en la imparable hambre de la urbanización, el canal fue desecado, luego pavimentado, y aquel colorido tianguis de frutos y flores cambió a mediados del siglo XX para convertirse en uno de los mercados más emblemáticos y el principal punto de venta de flores de la Ciudad de México.
Detrás de esta transformación, de tianguis improvisado a magno establecimiento, el Mercado de Jamaica cuenta con una larga y particular trayectoria de resistencia contra los embates de la política y a veces de la naturaleza. En este Para dar la vuelta te contamos un poco más de esta historia, así como de la gente que ha luchado por conservar este centro de abasto popular emblemático de nuestra ciudad, e incluso, de todo el país.
En los años 40 del siglo pasado, Jamaica era tan sólo un abigarrado conjunto de puestos de madera y lámina de cartón, donde se vendía de todo, pero sobre todo flores, verduras, frutos y otros alimentos producidos en la zona sur de la ciudad.
En 1952 esas improvisadas barracas se incendiaron, consumiéndose una gran cantidad de puestos, lo que llevó a una de las primeras luchas de productores y vendedores unidos para demandar al gobierno federal la necesidad de construir un mercado digno.
Durante el sexenio de Ruiz Cortines, y gracias a la política de modernización de la ciudad del regente Ernesto P. Uruchurtu, se incluyó a Jamaica dentro del plan de 38 mercados que comprendería el nuevo trazado urbano.
Las viejas barracas fueron desalojadas para hacer una serie de cuatro enormes sombrillas de concreto, obra de dos de los más grandes arquitectos que ha tenido el país: Pedro Ramírez Vázquez y Félix Candela.
El 23 de septiembre 1957 inició la larga carrera del Mercado de Jamaica que en realidad está formado por tres mercados o naves: Jamaica Comidas (famoso por su venta de tradicionales huaraches), Jamaica Zona, y Jamaica Nuevo (el mercado mayorista de flores).
Con el sismo de 1985, una de las sombrillas de concreto colapsó y las otras tres sufrieron grandes daños. Con esto, el gobierno había decidido demoler todo, desaparecer el mercado y trasladar a los comerciantes hacia la gran Central de Abasto.
Tanto productores como comerciantes se unieron nuevamente para exigir la reconstrucción en lugar del desplazamiento, resistiendo acoso y represiones. En su lucha que incluyó gestiones, marchas y plantones frente al Congreso y en la plancha del Zócalo, adoptaron el lema que ahora bautiza el nuevo mercado: Jamaica vive.
Para 1989, Jamaica se había reconstruido en una nueva gran estructura de hierro. Además, se estableció como autogestivo, como uno de los 19 mercados que forman el Sistema de Autoadministración de Mercados Públicos del Distrito Federal.
Hoy Jamaica es un mercado que está abierto las 24 horas del día y que se viste de distintas texturas y colores conforme cambian las estaciones. Desde las cuatro de la mañana llegan los camiones de compradores mayoristas a adquirir kilos y kilos de las más de 5000 especies de flores que allí se comercializan.
Las paredes externas del mercado están adornadas por coloridos murales que hacen alusión a las viejas trajineras y a los canales ya enterrados, a las desaparecidas chinampas y a los dioses mexicas; otra muestra de las ancestrales tradiciones que resisten en este lugar.