Por: Mariana Casasola

Las verdades de Ibargüengoitia

Ni modo. Quien creyó que todo lo que dije fue en serio, es un cándido, y quien creyó que todo fue en broma, es un imbécil

A Jorge Ibargüengoitia le molestaba su fama de humorista. Él mismo aseguró, no en pocas ocasiones, que en sus textos nunca trataba de hacerse el gracioso, que él no era ni un cómico ni un payaso y simplemente decía lo que veía tal como lo veía. Pero le gustara o no, esa visión suya siempre ha cosechado y cosechará en todo el que lo lee una risa segura.

Porque la perspectiva del mundo de Jorge Ibargüengoitia era especial, franca, aguda, y con ella era capaz de señalar lo absurda y ridícula que puede ser la sociedad, sobre todo la mexicana. Así pues, podemos aventurarnos a asegurar que el mayor mérito de su literatura se encuentra en su talento para retratar sin filtros la realidad y, por supuesto, de hacerlo con afilado ingenio y esa capacidad única de ironizar, de reírse de su entorno.

Este 22 de enero se cumplen 91 años del nacimiento de esta figura esencial de las letras mexicanas, un personaje al que le debemos la aproximación más sarcástica y cruda, amena e inteligente, a nuestro país y su idiosincrasia. Ya sea a través de sus novelas, ensayos, obras de teatro o artículos periodísticos, Jorge Ibargüengoitia nos dejó ejemplos invaluables del fino arte de narrar la vida como si fuera, y lo es, un chiste entre amigos.

Aquí nos decidimos a hacer un recuento de tres obras de Ibargüengoitia, a quien perdimos demasiado trágicamente y pronto, en 1983 durante un accidente aéreo en Madrid, y sin embargo continúa dando color a nuestra historia, derribando solemnidades y sí, haciéndonos reír de este país y de nosotros mismos.


1. Revolución en el jardín (2008)

“Pasé a la oficina con él y estábamos marcando el número cuando entró en la aduana una mujer. Tenía el pelo bastante corto, teñido de rubio platino, con un traje azul de los llamados chemises, unas sandalias sin tacones que le permitían pisar con gran seguridad y una bolsa de mano en donde podían caber Las mil y una noches.”

A este libro se le presenta como una colección de crónicas, pero en realidad los textos que contiene son muy difíciles de clasificar. Bien podrían etiquetarse también como ensayos, narraciones o meras críticas de lo cotidiano. El que selecciona y prologa esta antología es Juan Villoro, confeso lector acucioso de Ibargüengoitia, y contiene una serie de artículos que en su momento fueron publicados en varias revistas y periódicos de las que el escritor fue un colaborador incansable. Estas crónicas dejan de ser una simple anécdota de lo que vivía el escritor, superan la caducidad del periodismo y son ahora relatos divertidos y punzantes, pequeñas joyas literarias.

2. Instrucciones para vivir en México (1990)

“Por supuesto que la paz es el respeto al derecho ajeno, en eso todos estamos de acuerdo. En lo que nadie está de acuerdo es en cuál es el derecho ajeno.”

México es un misterio, hasta para los mexicanos. Este libro es también una colección de textos, artículos que Ibargüengoitia publicó en el periódico Excelsior de enero de 1969 a junio de 1976 y en los que sin querer plantea una guía de cómo sobrevivir el día a día en nuestro país, desde sobrellevar los engaños del gobierno, las fallas de los servicios públicos hasta la solemnidad de los intelectuales. Eso sí, dice que es imposible sobrevivir a la música de las estudiantinas. Se basa en anécdotas de lo que vive comúnmente, pero en ellas asoma también críticas agudas de la corrupción, la discriminación o la hipocresía con las que convivimos diariamente.

3. Estas ruinas que ves (1974)

“Una muchacha decente tiene que ver inmoralidades en el cine, porque hay cosas que es indispensable saber”

Esta novela comparte la misma geografía ficticia que Las muertas (1977), Dos crímenes (1979) y Los pasos de López (1981) porque se desarrolla en Cuévano, ciudad de la entidad imaginaria que Ibargüengoitia llamó el Plan de Abajo. Paco, el protagonista, y quien nos narra, es un hombre que después de vivir mucho tiempo en la capital regresa a Cuévano para hacerse cargo del puesto de profesor de literatura en la universidad. Paco es un “intelectual de pueblo”, su vida en esta provincia imaginaria evoca el ambiente de provincia, no lo romantiza, pero sí narra sus borracheras, la tranquilidad, el campo, los pleitos con desconocidos en las cantinas, y, claro, sus mujeres, el adulterio y la pasión erótica.