Por: Rebeca Avila

Compay Segundo, leyenda y resucitador del son

En el olimpo musical cubano, junto a nombres como el de Celia Cruz, Omara Portuondo, Cesária Evora, Bebo Valdés, Dámaso Pérez Prado e Ibrahim Ferrer, figura también —casi en la cima de la fama— Máximo Francisco Repilado Muñoz, mejor conocido como Compay Segundo.

Fue peluquero y desde los siete años conocía los secretos artesanales del tabaco —trabajó durante mucho tiempo en la fábrica de puros Upmann—, pero lo que marcó la vida de este hombre descendiente de esclavos, nacido en Siboney en 1907, fue su encuentro irremediable con la música. Música del campo, música sonera, música cubana.

Su apodo, con el que sería conocido dentro de la isla y fuera de ella, se le adjudico cuando formaba parte del dúo Los compadres —de ahí Compay— y hacía de segunda voz de Lorenzo Hierrezuelo —de ahí segundo—.

Así, paso por varias agrupaciones —la Banda Municipal de Santiago de Cuba, la Estudiantina de Yayo Corrales, el Trío Cuba, el quinteto Cuban Stars y el Conjunto Matamoros, entro otros—. Destacó finalmente con el dúo Los Compadres y se hizo de renombre entre el gremio de música cubano, sin embargo, pasado el tiempo, se mimetizo con el entorno avejentado de la isla quedando en las sombras. No fue sino hasta inicios de la década de los 90, que el músico y productor Ry Cooder, en busca de peculiares sonidos africanos, descubrió un grupo de músicos resignados al aparente rezago artístico.

Entre ellos estaba Omara Portuondo, Ibrahim Ferrer, Rubén González, Manuel Puntillita Licea, y por supuesto Francisco Repilado. Cooder los animó a formar un grupo, Buena vista social club, y grabar un material discográfico. El resto, es historia: disco ganador del Grammy y un documental filmado por Wil Wenders que terminó por darles proyección internacional. Pero, sobre todo, la trascendencia casi metafórica de este hallazgo fue el descubrir a leyendas vivientes —olvidadas— para hacerle justicia a su legado y mostrar al mundo su grandeza artística y cultural.



En la longevidad, casi entrado en sus 90 años, pero sin perder la galantería y el carisma seductor, Compay Segundo tuvo una agitada carrera musical internacional. De estar toda su vida en la isla pasó a viajar, durante sus últimos años de vida, a las ciudades más cosmopolitas como Nueva York, París y Londres.



El contraste de este hecho brilla, además, porque se suscitó en medio del llamado Periodo Especial —aquella racha de merma económica que azotó a Cuba cuando, debido a la Crisis de los Misiles, el país caribeño dejó de recibir apoyo de la URSS— y se hacía más evidente este hallazgo de oro en medio de la carencia, la riqueza artística en medio de la pobreza monetaria.

Después del éxito alcanzado por el disco y el filme Buena vista social club, le llegó la abundante fama, premios de platino, invitaciones especiales (como la de tocar en el Vaticano), además de la admiración y respeto de otras celebridades mundiales.

Además de multiinstrumentista y cantante, era compositor y fue con Chan Chan, la pieza que él mismo decía compuso mientras dormía, con la que ascendió a el pedestal de las leyendas latinas.