Dune, por el ilustrador estadounidense John Schoenherr
“No conozco nada que se le compare, excepto quizás El Señor de los Anillos”
Arthur C. Clarke
Dos siluetas entrecortan el horizonte infinito de un inmenso desierto, caminan deslizándose suavemente sobre la arena a la luz del atardecer, sus movimientos lucen extraños, casi aleatorios, como una especie de danza sin ritmo fijo o dirección clara, barren la arena con sus pies, se detienen, giran, avanzan en zig-zag y se detienen de nuevo. Pero algo sale mal, un primer BOOM anticipa el fatal escenario, se acerca un gusano de arena, titánico, un hacedor, Shai Hulud, uno de los enormes especímenes que son los verdaderos dueños, y dioses, del planeta Arrakis, también conocido como Dune.
Es 1959, el escritor estadounidense Frank Herbert está por embarcarse en una investigación de cuatro años para empezar la que será su magnum opus, una novela de ciencia ficción acerca de un agreste y agresivo planeta que es único en el universo por su capacidad para generar una especia necesaria para permitir el viaje espacial. Contexto que engloba una nutrida trama de política, ecología, misticismo, religión y poder. Inspirado en el fenómeno de las dunas de Oregón y en especial por el esfuerzo del gobierno norteamericano para estabilizar el desierto y frenar su continuo avance, Herbert aterrizaría en el texto todas sus preocupaciones medioambientales, las cuales se centraban primordialmente en la sobreexplotación de los recursos naturales y la habitabilidad de los espacios.
Pero las preocupaciones de Herbert no se limitaban a la ecología de manera aislada, el escritor comprendía la estrecha relación entre el mundo y los pueblos que lo habitaban respetuosamente, así como la nociva influencia de quien solo entiende al mundo como una infinita fuente de recursos esperando a ser exprimida. Durante su investigación el escritor pasaría largas temporadas aprendiendo de guías nativo-americanos sobre sus costumbres, su cosmología y su entendimiento de las zonas desérticas. “El hombre blanco está devorando la tierra” le dijo alguna vez su mejor amigo, el ecologista Howard Hansen, con respecto a la explotación de las tierras del pueblo Quileute, “van a convertir este planeta en un enorme desierto, como en el norte de África”. Herbert respondió: “El mundo podría transformarse en una duna gigantesca”.
Dune, primera edición
Pero Dune no se limita a ser una gran advertencia ecológica; aunque en gran medida lo sea. La especia, la melange, funciona como un símil del petróleo, su capacidad para mover el mundo, su explotación y la pugna por su control conforma la esencia de Arrakis. Pero esa explotación no se realiza sola, Herbert plantea un complejo sistema político que gobierna el universo conocido. En la novela se presenta un delicado equilibrio entre la casa imperial, casas feudales, cofradías monopólicas, consorcios comerciales y cultos místicos de brujas hermanadas alrededor de una misteriosa misión. Todos esos pivotes de poder, cada uno con sus intereses y alianzas particulares, son un constante estira y afloja entre sí, con el fin único de hacerse con la sustancia de más valor en el universo, la especia, ya sea mediante medios diplomáticos o abiertamente bélicos.
Dentro de esta lucha por el poder, que podemos ubicar como los reinos medievales o los modernos sistemas imperialistas, destaca el grupo religioso de las Bene Gesserit, brujas espaciales con el mismo o mayor poder que el del emperador del universo conocido. Esta hermandad opera desde las sombras con el complicado y sagrado objetivo de lograr, mediante un delicado plan que mezcla a integrantes de todas las casas feudales a lo largo de los siglos, el nacimiento de un varón Bene Gesserit, el Kwisatz Haderach, el cual heredará sus poderes colectivos y estará destinado a reinar el universo. Aquí aparece uno de los temas fundamentales para la franquicia entera, y que será explorado por Herbert cada vez más con el paso de las siguientes novelas: la eugenesia, es decir, la selección genética con el fin de conseguir características en específico de los individuos nacidos; el referente histórico más reconocible al respecto es el del nazismo y su creencia de una raza superior.
Este juego de poderes, como en el resto de la ficción y en la realidad, termina victimando a minorías que no se encuentran dentro de las mismas esferas de poder que las de los explotadores. En este caso la población nativa de Arrakis, los fremen, indígenas habitantes del desierto profundo, sin voz ni voto ante la explotación y práctica colonización de su planeta natal. Como se mencionó antes, Herbert estaba preocupado por la situación de los nativos americanos y cómo se habían visto obligados a desplazarse en reservas arbitrarias sin poder controlar su propio destino. Dentro de la novela los fremen, quienes al principio parecen adquirir un papel pasivo debido a la subestimada visión que se tiene de ellos, terminan por ocupar un papel fundamental, siendo la inesperada palanca que mueve varios mecanismos de la trama.
Hasta este punto la novela puede parecer no muy alejada de la inmensa mayoría de historias que habitan el subgénero del space opera. Pero Herbert incluye dos puntos más que le otorgan a Dune un carácter diferente. El primero es el uso de las drogas, como fiel reflejo del espíritu que habitaba en los 60 en todo el mundo: Herbert le brinda a la melange propiedades lisérgicas. Es por esas mismas propiedades que la especia permite el viaje espacial, al ser consumida aumenta la percepción de la realidad de modo que facilita la navegación para los pilotos de las naves. Para los fremen la especia es de un carácter sagrado que los define, otorgándoles sus característicos ojos azules, por ejemplo, y que representa un profundo vínculo con su planeta, especialmente con los gusanos. La gigantesca fauna arrakena es, para los extranjeros, quizás el mayor peligro del planeta, pero para los nativos fremen se trata de deidades que con su paso purifican al mundo.
Personajes de Dune por el artista francés Moebius
El segundo punto, y quizás el más importante, que distingue a Dune de otras novelas de su género es la advertencia que realiza ante el incontrolable poder de lo mesiánico. La segunda mitad del libro se centra en el potencial del Kwisatz Haderach, que tiene como poder principal la capacidad de la presciencia, es decir, de conocer los acontecimientos antes de que estos ocurran. Esto, lejos de sonar como algo atractivo, revela que no estamos ante una típica historia del bien contra el mal. El Kwisatz Haderach, Muad’dib, Paul Atreides, no es un Skywalker.
A diferencia del personaje creado por George Lucas, quien tomó un sinfín de influencias de Dune para sumarle a la ensalada de samuráis y Flash Gordons que sería Star Wars años después, el protagonista de la novela de Herbert, al adquirir sus poderes, no los usa como habilidades que le ayudan a obtener el triunfo en su cruzada. Hace uso de ellos, sí, pero se da cuenta gracias a la presciencia, de que mientras más se esfuerce por resolver la trama en cuestión, más se acerca a la repulsiva posibilidad de desatar una jihad en todo el universo, una revuelta fanática en su nombre como no se ha visto otra igual, y lo que es peor, que no podrá ser detenida por nadie, ni siquiera por él mismo.
Star Wars, Star Trek, Game of Thrones, Las Crónicas de Riddick, Nausicaä del Valle del Viento, un sinfín de obras musicales, videojuegos y hasta la carrera espacial, han sido influenciadas por Dune. Tras una historia tropezada en sus intentos de ser adaptada, en 2021 apareció un largometraje que hace justicia al espíritu de la obra de Herbert, la cual debe ser revisitada profundamente, en especial en el contexto actual en el que el necrocapitalismo, la incesante explotación a los recursos, el colonialismo disfrazado, la discriminación a los pueblos indígenas y la guerra son la norma incuestionada de nuestro propio universo.
Estamos en 1990, no las ni los conozco, pero quiero invitarlas e invitarlos a situarse en esa década, sea que, como yo, la hayan vivido, o sea que hayan llegado a este planeta después. Quiero que nos situemos ahí y miremos las procedencias de un montón de cosas que hoy damos por hecho, como el internet y esta computadora portátil en la que les escribo esto. Quiero que vayamos ahí a conversar con un hombre que aún está entre nosotras y nosotros. Su nombre es Michel Houellebecq. En 1994 publicó su primera novela, Ampliación del campo de batalla, y en 1998 reunió una serie de escritos en los que amplía su premisa: el mundo que habitamos es un supermercado.