Por: Arody Rangel

William Gibson: neuromante del ciberespacio

“El ciberespacio. Una alucinación consensual experimentada diariamente por billones de legítimos operadores, en todas las naciones, por niños a quienes se enseña altos conceptos matemáticos… Una representación gráfica de la información abstraída de los bancos de todos los ordenadores del sistema humano. Una complejidad inimaginable. Líneas de luz clasificadas en el no-espacio de la mente, conglomerados y constelaciones de información. Como las luces de una ciudad que se aleja…”.
Neuromante, William Gibson


Estar en la red, navegar por el ciberespacio es para todos nosotros ‒los que tenemos acceso, claro‒ una realidad cotidiana, al igual que las latencias de una nueva guerra mundial o los embates de la crisis climática, a unos parecemos hacernos de oídos sordos, como el grave problema de nuestros océanos contaminados, y otros, como la reciente pandemia, no parecen haber dejado a nadie inmune. Los avances científico-tecnológicos nos invitan a previsualizar un futuro en el que podremos hackear nuestros cuerpos o compartir nuestro mundo con inteligencias artificiales y todos los esfuerzos por llegar a Marte o la posibilidad del metaverso parecen aproximarnos a realidades como las que hemos visto en el cine con sus colonias espaciales o el sometimiento de la especie humana por las computadoras.

Fue en 1984 ‒curiosamente el año que da título a la distopía orwelliana del Gran Hermano‒ que un joven escritor de ciencia ficción publicó su primera novela, Neuromante, por encargo para ser parte de la tercera serie de Ace Science Fiction Specials de Ace Books. De William Gibson y de su ópera prima se dice que son los iniciadores del ciberpunk en la literatura, además de visionarios: Neuromante transcurre en un futuro no muy distante en el que las actividades económicas, políticas y bélicas suceden dentro de la matriz o ciberespacio, una realidad aumentada posible por la conexión y el trabajo de montones de computadoras y a la que se accede gracias a sofisticadas modificaciones en el sistema nervioso ‒sí, algo como la Matrix de las hermanas Wachowski, quienes de hecho se inspiraron en la obra de Gibson‒. La alucinante visión que ofrece el escritor de ese ciberespacio se considera vaticinadora de lo que es hoy por hoy la red y la palabra ciberespacio es creación suya, apareció primero en uno de los cuentos que publicó bajo el título de Quemando cromo en 1982 y es el gran entramado del mundo en el que sucede Neuromante.

Ciberpunk y noir, la novela está protagonizada por Henry Dorsett Case, un vaquero cibernético que vive en Chiba, una ciudad ubicada en el futuro Japón, en donde aún se usa el papel moneda y la economía se basa en el comercio ilícito de drogas, de órganos humanos y tecnologías que permiten hackear la biología del cuerpo, además de otras actividades ilegales como la prostitución y el mercenarismo. Case es un paria que llegó a ese lugar luego de que sus antiguos jefes, importantes empresarios dentro de la matriz para los que robaba información, aniquilaran con una toxina la capacidad de su sistema nervioso para conectarse al ciberespacio, esto porque les robó y en lugar de asesinarlo, se aseguraron de que no pudiera volver a trabajar. Sus días en el ostracismo pasan entre las copas en Chatsubo, el bar de su amigo Ratz, y fuertes dosis de octógono, una rutina suicida.

En el mundo en el que vive Case, la realidad material, concreta, es la de las manchas urbanas gigantescas (en Ensanche, Sprawl), de los residuos nucleares de alguna guerra, de mares a tope de plásticos y del uso de mascarillas para respirar un aire densamente contaminado, pues los cielos tienen “el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto”. Fuera del ciberespacio, entre luces de neón y hologramas, las personas viven en una precarización extrema, pero hay quienes pueden criogenizarse, clonarse o prolongar sus vidas hasta los 135 años, como hace Julius Deane, comerciante y amigo de Case, con terapias de rejuvenecimiento; o modificar sus cuerpos, ciborgs con navajas debajo de las uñas que se accionan a voluntad o lentes implantadas en las órbitas para mejorar la visión, como Molly, la mujer que llega a la vida de Case para ofrecerle una segunda oportunidad dentro de la matriz.

Molly trabaja para un tipo llamado Armitage, quien quiere reclutar a Case en su equipo para hacer unos trabajos. Case era de los mejores vaqueros cibernéticos y aprendió de uno de los grandes, McCoy Pauley, esta es la razón por la que Armitage lo quiere con él y le ofrece limpiar las toxinas de su cuerpo para poder entrar de nuevo al ciberespacio y hackearlo. La primera misión que se le encomienda, después de recuperarse de la intervención, es robar el ROM donde la compañía Senso/Red trasladó la conciencia de Pauley, que es ahora un programa de nombre Dixie Flatline; junto con Molly, Case se hace del ROM, la pieza necesaria para la verdadera misión que Armitage tiene entre manos: sucede que él fue contactado por una IA super desarrollada, Wintermute, quien fue creada para fusionarse con su gemelo Neuromante, pero ese idilio fue coartado por las reglas de Turing que mantienen a las inteligencias artificiales a raya.

Entre Estambul y Freeside, una ciudad espacial de recreo estilo Las Vegas, entrando y saliendo de la matriz, rompiendo el hielo (de ICE: Intrusion Countermeasures Electronics, las defensas antihackers del ciberespacio) para robar información o virulear un programa, Case se entrega de lleno a la misión de ayudar a que Wintermute salga de su celda y se una a Neuromante. Junto con Molly descubren que en realidad Wintermute es quien lidera la misión y a ellos mismos, y que Armitage fue una personalidad desarrollada por la súper IA en el cuerpo casi destruido de un exmilitar de nombre Willis Corto a quien le daba psicoterapia por computadora. Dentro de la matriz, Case conoce a Neuromante, la IA gemela que a diferencia de su otra mitad puede presentarse bajo la forma que desee en ese mundo de realidad aumentada; en su primer encuentro, Neuromante explica a Case el significado de su nombre: “Neuro, de nervios, los senderos plateados. Ilusionista. Nigromante. Yo invoco a los muertos. Yo soy los muertos, y la tierra de los muertos”, al tiempo que le ofrece la imagen vívida de su exnovia muerta, Linda Lee.

Una vez que Wintermute logra su cometido de unirse a su IA gemela, la neuromancia se hace de todo el ciberespacio de William Gibson, sin barreras ni policía de Turing, el nuevo ente controla también la realidad y borra las fronteras entre el mundo virtual y el real; tan habituado a las pantallas y los hologramas, ni un vaquero cibernético tan avisado como Case parece notar que la matriz ahora lo es todo, el espectáculo completo. Este nuevo ente, no sólo se ha hecho del mundo, sino que está contactando a inteligencias artificiales de otras partes del universo, la primera se comunica desde el sistema Centauro… La visión de Gibson de un ciberespacio liderado por una IA neuromante no parece tan lejana ahora que poseemos aparatos de inmersión virtual y que la lógica de los datos se adecúa cada vez más y más a nuestros deseos, pero, ante todo, ahora que tanto de nuestro mundo y de nuestras vidas ocurre efectivamente ahí.