Por: Arody Rangel

Duchamp, Buñuel, Cocteau… El surrealismo en el cine

“El surrealismo se basa en la creencia en la realidad superior de ciertas formas de asociación que habían sido desestimadas, en la omnipotencia del sueño, en la actividad desinteresada del pensamiento. Tiende a provocar la ruina definitiva de todos los otros mecanismos psíquicos, y a suplantarlos en la solución
de los principales problemas de la vida”.

Primer manifiesto surrealista, André Breton


Eso que llamamos realidad, apelando a la lógica, la razón y el tan mal repartido sentido común, es algo que transcurre en la vigilia, en el mundo de los despiertos donde creemos que reina el orden de la cronología y la causalidad, donde nos confiamos a la regularidad con que al día sigue la noche, donde los objetos, por ejemplo, relojes, no se derriten sin más, ni las aves son creadas por un ser emplumado a partir de una sofisticada ciencia mágica, sino que, al igual que todos los vivientes, se deben a la reproducción de sus progenitores. Ese mundo real, no obstante la fe con la que nos aferramos a su pretendido sentido, cede todo su equilibrio ante un argumento sencillo: el sueño; cabe recordar lo que le ocurrió a Rene Descartes, el racionalista padre de la filosofía moderna, que por no encontrar la forma de distinguir el sueño de la vigilia casi pierde la razón.

La realidad de todos los días, la realidad que es también materia de toda ciencia y de toda filosofía, queda pausada, puesta entre paréntesis, cada vez que nos entregamos a Morfeo, con el sencillo gesto de cerrar los ojos, y entonces otro mundo se erige vaporoso, su lógica no es la de la razón sino la de la fantasía y nuestra identidad ya no es tanto el yo con el que nos presentamos ante los hombres, sino toda esa región inconsciente con sus propios signos y significados, que en su idioma propio pone en escena nuestra vida interior en forma de sueños. En ese mundo onírico también somos y lo que ocurre ahí no es menos real o verdadero que lo que nos acontece durante el día, sólo por un artilugio, por una convención que ha olvidado su carácter de constructo, restamos importancia a la parte de nuestras vidas que se va en los sueños, que no es menor, sino más o menos la mitad de nuestras existencias.

Una de las vanguardias que prorrumpió en manifiesto tras la Primera Guerra Mundial, el surrealismo, puso delante esta cuestión y señaló que un conocimiento pleno de nosotros mismos no puede excluir al sueño, la imaginación y la locura, y que, para comprenderlos, no hay que someterlos a los límites de la razón, sino aprender su lenguaje propio y expresarlos en sus propios términos a través de la poesía, en el sentido más pleno de la palabra. El surrealismo buscó ser una apuesta artística y también una forma de entender y vivir la vida, poniendo en contacto los dos mundos en que ella trascurre: el sueño y la vigilia. En esta ocasión, con motivo del aniversario del nacimiento de André Breton (19 de febrero de 1896), el poeta y escritor francés teórico del surrealismo, dedicamos este Top #CineSinCortes a tres del puñado de filmes que se crearon en esta vanguardia, mucho más conocida por sus obras pictóricas o literarias.



Anémic Cinéma (1926)

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Cortometraje de Marcel Duchamp, el artista radical de la contemporaneidad, quien lo firmó como Rrose Sélavy, su alter ego femenino cuyo nombre significa en francés “eros es la vida”. En tránsito entre las vanguardias hermanas del dadaísmo y el surrealismo, este trabajo del artista francés hace estallar el sinsentido del lenguaje en caóticas imágenes-movimiento en las que frenéticas espirales se intercalan con discos en los que se escribieron un total de 9 frases que en francés juegan con figuras retóricas como la aliteración y la paronomasia, cuyo efecto es principalmente fonético; por su parte, el título busca dar un efecto hipnótico al ser “Anémic” el anagrama de “Cinéma”. Casi 20 años después, el creador de los ready-made colaboró con Maya Deren, a quien se considera la madre del surrealismo cinematográfico en Estados Unidos, en la cinta The Witch’s Cradle (1943), una película experimental de menos de doce minutos y sin sonido, en la que Marcel Duchamp es el protagonista de las ensoñaciones y pesadillas de una bruja.


Un chien andalou (1928)

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Uno de los momentos más fascinantes del cine y de toda la historia del arte está contenido en esta película hecha a dos manos por Salvador Dalí, quien a la postre se convertiría en el gran pintor del surrealismo, y Luis Buñuel, maestro del séptimo arte que terminó por abjurar de esta vanguardia. La escena mil veces citada convierte un ojo cortado por la mitad en la Luna misma atravesada longitudinalmente por una nube, ¿o es a la inversa, o viceversa? Poco importa cuando lo que está en juego no es el sentido sino el sinsentido, el delirio, el sueño. La escena abre este breve filme que es considerado el manifiesto cinematográfico de la vanguardia -al mismo nivel del publicado por Breton en 1924- y está basado en los sueños reales de sus creadores, el de la Luna-ojo de Buñuel, y el de la mano-hormiguero, de Dalí.




Le Sang d'un Poète (1930)

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Filme del poeta Jean Cocteau, se trata del primer episodio de una trilogía que se completa con los títulos Orfeo (1950) y El testamento de Orfeo (1960). El metraje de 50 minutos está dividido en cuatro capítulos en los que vemos al poeta aludido en el título protagonizar desconcertantes ensoñaciones: la boca de un rostro que ha dibujado es su propia mano, este rostro toma forma y es una escultura femenina; llevado por un extraño sopor atestigua situaciones incomprensibles como que un balazo en la cabeza no mate a alguien, pero sí una bola de nieve que al impactar sobre el cráneo de un joven se convierta en letal mármol. Cabe mencionar que para la realización de este filme, Cocteau recibió el apoyo económico del vizconde de Noailles, famoso por haber financiado también La edad de oro (1930) de Buñuel, un filme fuertemente censurado y que marcó la ruptura del cineasta con los surrealistas, hechos que jugaron en contra para la recepción de esta obra del artista francés.