Por: Rebeca Avila

Sexismo y misoginia en la música, ¿es la estética y el arte un protector de la violencia contra la mujer?

No es ningún secreto que a géneros populares como el reguetón, el rap, el hip-hop y, a últimas fechas, el trap, los cubre el halo de reproches y miradas incómodas del escrutinio social que repudia la estética de sus intérpretes y seguidores, sus rituales dancísticos y, por supuesto, muchos de los discursos manifiestos en sus letras, las cuales se limitan a lo duro de las calles, drogas y sexo explícito. De este último, el gran problema no es hablar de relaciones sexuales, sino del tipo de: hombres siendo lo que los hombres deben ser, un semental que usa a las mujeres para lo que parece ser una de las cosas para lo que fueron creadas, satisfacer los impulsos sexuales del género masculino; además, aquí el sexo puede ser con o sin consentimiento, agresivo siempre y con la única finalidad de reducir a la mujer a un objeto. Mencionar algunos ejemplos estaría de más y, si esto fuese de méritos, no habría vida que alcanzara para recopilar todas las canciones misóginas de estos géneros.

Pero a esta policía de la moral y los valores se le “escapan” otros varios discursos misóginos en la música. El problema no es el reguetón o rap -la música por sí sola no tiene una función de adoctrinamiento, es un reflejo y una reproducción de la cultura imperante, sí-, muchos otros géneros e íconos importantes de la música en la historia contemporánea han hecho manifiesta, sin temor, reproche, ni disculpa alguna, una apología de la violencia contra la mujer. El problema con el fenómeno de la misoginia y el sexismo en la lírica de la música está en que la población, tanto masculina como la femenina misma, asuma que es normal el actuar que describen estas canciones, así como naturalizar la violencia contra las mujeres. Es lo mismo que escuchar el chiste “Una novia sin tetas, más que novia es un amigo” y carcajearse; o decir un “piropo” inapropiado esperando que quien lo inspira te dé las gracias.

El problema de reducir esa carga negativa a un par de géneros musicales -quizá porque la mayoría de sus canciones hablan sobre eso- sin mirar toda la historia musical del último siglo no es sólo igual de peyorativo que sus letras mismas, sino que pone sobre la mesa algo igual o más preocupante: asumir que son las masas, los iletrados, los de estudios truncos quienes escuchan esta música porque hasta ahí llegan los alcances de su limitado bagaje cultural. Si esto es verdad o no, no es su culpa; pero no es sensato asustarse del muerto y abrazarse de la mortaja, y poner el ojo crítico sólo en lo que no cumple con nuestras expectativas estéticas.

Varios listados señalan piezas que van desde emblemas del rock que hoy son vacas sagradas como The Beatles (Run For Your Life, difícil de asimilar en contra parte con sus composiciones en nombre del amor y la paz), The Rolling Stones (Brown Sugar o títulos más explícitos como Bitch, Stupid Girl o Under My Thumb), Guns N’ Roses (It's So Easy) o Rammstein (¡Te quiero, puta! , ¿en serio?); la lista negra (oculta) se remonta hasta el aguje del blues como Me And The Devil Blues de Robert Johnson. Quítate que ma’sturbas tema de Molotov que hasta hace dos años continuaba extasiando a la audiencia de sus conciertos, sobrepasa a la metafórica letra de Ingrata de Café Tacvba, agrupación que hace poco decidió dejar de tocar esa pieza en sus presentaciones, aunque, el daño (si lo hay) está hecho en las copias discográficas vendidas, reproducciones digitales y lo que ya permea en el imaginario colectivo. Pero la intención solidaria (sin sarcasmo) se agradece.

Haciendo a un lado este género y una de las joyas más preciadas de la historia musical, podemos mencionar otros géneros cuyo auge en habla hispana han sido, con mayor mesura y desde la pasividad, semilleros de la romantización del machismo y la misoginia. Temas cuya agresividad parece dormida, acogida bajo el brazo de romanticismo y del falso amor o, como en los ejemplos anteriores, escondidas o disculpadas por pertenecer al arte, la “verdadera” cultura o lo sagrado que no se debe tocar. El mundo de la denominada música ranchera mexicana tiene, por su contexto mismo, varios estandartes del machismo (charro igual a macho mexicano) como la mismísima La media vuelta (Te vas porque yo quiero que te vayas / A la hora que yo quiera te detengo / Yo sé que mi cariño te hace falta / Porque quieras o no / Yo soy tu dueño) de El rey José Alfredo Jiménez; en otro rubro Entre ella y tú y Cuando vayas conmigo de El príncipe de la canción, José José, matiza con el dramatismo y la suavidad de la balada un discurso de posesión del hombre sobre la mujer mientras son pareja (Cuando vayas conmigo, no mires a nadie/ Que alborotas los celos que tengo del aire/ Que me sienta fatal cuando alguien que pasa/ Por un solo momento distrae tu mirada).

La violencia no se ejerce sobre la mujer solo por sexualizarla o utilizar lenguaje despectivo hacia su persona, también se práctica al reproducir la idea de que el rol femenino es el de sumisión y el de pertenecer no a sí misma, sino a su auténtico dueño, el hombre. La sustitución de palabras como “perra” o “zorra” por eufemismos casi poéticos no es aceptable, aunque estos últimos encajen con el lenguaje moralmente aceptado. Describir a las mujeres como las enemigas del género masculino, las traicioneras, las interesadas, las destruye vidas por no corresponder a un amor “sincero” no son menos agresivas que pedirle, a ritmo caribeño, que se ponga en cuatro. La violencia y la misoginia no existe sólo en los estratos bajos de la sociedad; se ejerce en todas las culturas, latitudes, épocas y estratos sociales; del analfabetismo al doctorado, de las calles a las aulas; de una favela a un residencial; en una noche de perreo y un concierto de rock o en una serenata a la luz de la luna.

Si es claro que existe cierta justificación en estas letras por el contexto histórico y social en el que se gestan, no es justificación celebrarlas o glorificarlas porque han pasado a ser parte de un tesoro invaluable cultural. Quizá lo que hoy nos parece profano mañana adquiera un valor ilustrativo, pero no dejará de ser violento.

La lista de géneros musicales que abordan o incluso se sustentan en la misoginia es tan abundante como las letras mismas de las canciones; otros como la cumbia, la salsa, el vallenato, el merengue, la bachata y las distintas ramificaciones de lo que se denomina grupero, tienen ejemplos para aventar al cielo. Sin embargo, si seguimos sujetando y señalando que la manifestación cultural de lo que es popular responde a una cuestión de condición de clase -estos prejuicios no hacen más que responder a los discursos que amenazan el status quo- estamos más lejos de lograr la emancipación de la violencia de género en el arte y la cultura de lo que se piensa y no sólo nos enfrentamos a un problema de violencia de género sino de clasismo.

Quizá a usted no le guste o no lo acepte, pero hay más dignidad en Ella perrea sola que en el Arroz con leche, me quiero casar.