Por: Arody Rangel

Mujeres y literatura

Históricamente, el papel de la mujer se ha relegado al ámbito doméstico y se ha negado su acceso -y facultad- para destacar en otros ámbitos como las ciencias y las artes, un terreno labrado de forma exclusiva por la erudición masculina. No obstante, también es histórica la lucha de las mujeres por conquistar un lugar en esos espacios negados, sea de forma individual o como causa colectiva. La Literatura, por supuesto, también ha sido un territorio en disputa: desde la Antigüedad, poetisas como Safo de Lesbos, hasta la actualidad, escritoras como Joanne Rowling, o han sido opacadas por las compilaciones literarias, en el caso de la primera, o se han visto obligadas a esconder su identidad, en el caso de la segunda, debido a que no se reconoce el papel de la mujer en el arte de la escritura por razones de género.

En este Día Internacional de la Mujer, dedicamos este Librero a algunas de las más famosas escritoras, que no obstante su celebridad actual, en su tiempo vivieron y se enfrentaron al prejuicio social sobre su género, o que, a pesar de poder acceder al mundo literario, su valor como escritoras ha pasado a segundo término por desviarse la atención hacia sus atormentadas vidas.


Juana Inés, Décima musa y Fénix de México

Nueva España, siglo XVII. En una época en la que acceder a la educación era el privilegio de los varones de las clases altas, una joven de inquieto intelecto y sed de conocimiento tuvo que asirse del único espacio que le permitiría entrar en contacto con el saber y la cultura: la Iglesia. Así es como la ha conocido la historia, por su nombre de monja: Sor Juana Inés de la Cruz. La pluma más destacada de Hispanoamérica, Juana de Asbaje, entró en contacto desde su infancia con las letras a través de la biblioteca de su abuelo y llegada a la adolescencia viajó a la Ciudad de México para estudiar; son lugares obligados las anécdotas sobre la intención de Juana Inés de disfrazarse de hombre para entrar a la Universidad o que dejó boquiabiertos a célebres teólogos, filósofos, matemáticos, historiadores, poetas y humanistas de su tiempo al dar muestra de su conocimiento y privilegiada memoria en una reunión de los Marqueses de Mancera, sus protectores y benefactores.

Poeta, pero también dramaturga y filósofa, Juana Inés publicó en vida y también gozó de notable fama, si bien no escapó del juicio de su época como se advierte en la carta Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, resultado de las recriminaciones que el obispo de Puebla, Miguel Fernández de Santa Cruz, bajo el pseudónimo de Sor Filotea de la Cruz, hizo hacia la poetisa por su vicio por el conocimiento, al cual calificó de inadecuado e impropio para su sexo. En su Respuesta, el Fénix hace gala de su descomunal maestría literaria para defender que su amor por el conocimiento no es un pecado, sino cosa necesaria por su consagración a dios y expresión irremediable de su persona.


Austen, la gran novelista inglesa

Inglaterra, siglo XIX. En una época en la que la educación estaba reservada para los varones de la clase burguesa y las manifestaciones del arte y la cultura sólo podían ser de autoría masculina, una jovencita perteneciente a la burguesía agraria pudo escribir y publicar sus novelas gracias al apoyo de su familia y a dejar su nombre en el anonimato. Jane Austen es considerada la gran novelista inglesa, sus historias son críticas y están cargadas de ironía hacia clichés del género, como el amor a primera vista, el imperio de las pasiones sobre el deber y la moral, las proezas caballerescas de los hombres en contraste con la pasividad y sensibilidad femenina, así como la presunta indiferencia del amor hacia las cuestiones económicas. A pesar de la autoría anónima de esas novelas “escritas por una dama”, Sensatez y sentimiento, Orgullo y Prejuicio y Mansfield Park se leyeron entre los círculos burgueses y aristócratas, en los que el nombre de Jane Austen se escuchaba entre susurros mientras de forma abierta los juicios y críticas adjetivaban su literatura como inteligente.

Sin embargo, la crítica literaria de la época apenas se detuvo a examinar sus obras y los análisis buscaban o demeritar el talento de la autora, por ser mujer, o evadir la cuestión para problematizar en qué estilo o corriente literaria podrían encajar sus textos. Y si bien es cierto que hoy por hoy sus títulos gozan de fama y han sido llevados al teatro y al séptimo arte, impera sobre ella el prejuicio de ser una escritora de chick lit, de literatura para mujeres centrada en temas banales o cursis; de modo que contra todo el orgullo que puede inspirar su obra, estos calificativos no hacen sino ampliar la brecha que la separa de un público general, no segmentado en virtud del género.


Mary Shelley, precursora -¿madre?- de la ciencia ficción

Inglaterra, también siglo XIX. Era el verano de 1816, Mary Godwin pasaba las vacaciones de verano junto a su futuro esposo, Percy Shelley, como invitados de Lord Byron en Villa Daidoti, una casa que el excéntrico poeta tenía a orillas del lago Lemán en Suiza. El atípico clima que tenía sumida a toda Europa en las penumbras debido al velo de ceniza que cubrió a la atmosfera tras la explosión volcánica del Tambora en Indonesia el año anterior, dio pauta al reto por el que nació la primera historia de ciencia ficción: en aquel frío verano, Byron instó a sus invitados a dejar de leer historias de terror para escribir una propia que fuera realmente espeluznante; él escribió el poema Oscuridad, su médico y secretario personal, el doctor John William Polidori, escribió El vampiro -precursor de la literatura sobre estos enigmáticos chupasangre muertos vivientes- y Mary, el célebre Frankenstein o el moderno Prometeo.

La madre de uno de los monstruos más icónicos de todos los tiempos creció en un ambiente intelectual: su padre era escritor y su madre, Mary Wollstoncraft, era filósofa feminista y activista, de modo que el arte y la cultura formaron parte de su cotidianidad, no obstante, cuando decidió poner en papel aquel sueño en el que elucubró al ser insuflado de vida por obra de la técnica humana, optó por publicar bajo un pseudónimo: no sólo por el hecho de ser mujer sino porque la premisa de su relato, al igual que el antiguo Prometeo, desafiaba la autoridad divina al poner en entredicho la exclusividad de dios para decidir sobre la vida y la muerte. En su época, Mary apenas gozó de crédito por su obra y en la actualidad, aquel adefesio surgido de su mente y cargado de contrariedades por su existencia parece tener vida propia, tanto que se le da sin más el nombre de su creador, Frankenstein, mientras el doctor y la escritora permanecen en la sombra.


Las hermanas Brontë

En el mismo lugar, hacia la mitad del mismo siglo. Currer, Ellis y Acton Bell fueron los pseudónimos bajo los que publicaron respectivamente Charlotte, Emily y Anne Brontë, tres hermanas provenientes de una familia que atravesó por varias desgracias, como la muerte prematura de su madre y hermanas mayores, pero en la que el padre favoreció la formación artística y literaria de sus hijos. Las hermanas Brontë decidieron publicar, primero, una antología de poemas, pero optaron por el uso de los pseudónimos masculinos debido al prejuicio de la época de que la literatura no era cosa de mujeres; tras el fracaso de ese primer volumen, Charlotte, Emily y Anne publicaron las obras por las que se les conoce: Jane Eyre, Cumbres borrascosas y Agnes Grey, respectivamente, también bajo sus pseudónimos masculinos.

Estas novelas, que hoy están en la lista de los clásicos de la Literatura, si bien gozaron de fama en su época, esto no significa que hayan sido bien acogidas: Cumbres borrascosas de Emily fue calificada de literatura salvaje y los textos de Anne, considerados hoy precursores de la literatura feminista, pasaron desapercibidos. De las tres, sólo Charlotte decidió abandonar el anonimato y publicar bajo su verdadero nombre, sin embargo, el trágico destino familiar reinició con la muerte por tuberculosis del único hermano varón, Patrick, a la que siguieron las de Emily, Anne y finalmente Charlotte.


Elena Garro o las suertes del realismo mágico

Ahora en México, siglo XX. Partícula revoltosa o la mejor escritora mexicana después de Juana Inés, Elena Garro vivió una época en la que contó con el apoyo de su familia para cultivar sus avenencias hacia las letras y las artes, pero también pudo estudiarlas de manera profesional en la universidad. Dramaturga, actriz, modelo, poeta, novelista, periodista y activista social, Elena fue una mujer polémica en vida y murió en el olvido. A pesar de que su obra es reconocida, leída y estudiada, se liga más su nombre a hechos de su vida personal, como su matrimonio con Octavio Paz o sus declaraciones sobre la matanza de Tlatelolco en el 68, que a su importancia para la literatura hispanoamericana: su novela, Los recuerdos del porvenir, es considerada la precursora del realismo mágico -sí, el mismo del que son exponentes Rulfo o Márquez-, un obra que desde su título da cuenta de una profunda transformación sobre la concepción tradicional del tiempo, una verdadera revolución narrativa con un gran trasfondo filosófico.

El título de madre del realismo mágico, sin embargo, no era del gusto de la autora. Lamentablemente, pasa con Garro lo que con muchas otras escritoras de biografías oscuras, que son famosas como personajes o personalidades, pero no se las lee.