Por: Mariana Casasola

Werner Herzog y la abrumadora indiferencia de la naturaleza

Su búsqueda lo ha llevado desde los insondables bosques de Alaska y la taiga siberiana hasta las islas indonesias, la Antártida o Corea del Norte. Ha arrastrado barcos montaña arriba en medio del Amazonas, ha hipnotizado a sus actores y ha contemplado volcanes en erupción demasiado cerca de su cráter. También, una vez se comió su propio zapato. Durante casi 60 años ha sido el cronista de lo extraño, lo salvaje y lo demente, embarcado en la búsqueda obsesiva de una verdad más profunda. Werner Herzog es sobre todo un autor fascinado por el mundo natural y la "naturaleza" de la humanidad.

Abarcando tan variadas latitudes y temas, la obra de este director alemán es una de las más prolíficas —ni él mismo sabe exactamente cuántas películas ha hecho— eclécticas y fascinantes que existen en el cine, pero de alguna manera todas sus obras coinciden en explorar tanto la naturaleza como el comportamiento humano en situaciones límite. Ya sea con actores experimentados que interpreten un papel o no actores que cuenten sus historias de vida, los personajes de Herzog siempre son sujetos fascinantes con grandes ambiciones y sueños, a los que él con su cámara busca extraerles las respuestas acerca de la experiencia y la psique humana. Aunque ya casi alcanza los 80 años, sigue recorriendo el mundo haciendo esas preguntas.

Su carrera es un triunfo de la autorrealización: nació en la Alemania nazi en 1942, pero se crió en un aislamiento espléndido en un pequeño pueblo montañés en Baviera. Su familia no tenía muchos recursos, vio su primera película hasta los 11, aprendió sobre la realización de películas gracias a una entrada de la enciclopedia sobre el tema y decidió que quería dedicar su vida a hacer cine. Debido a su juventud y falta de formación formal, no encontró productores para sus primeros guiones, así que desde el principio él mismo produjo sus películas. Antes de cumplir los 20 fundó Werner Herzog Filmproduktion, su primera productora, utilizando una cámara que robó de la escuela de cine de Munich, anécdota que cuenta sin arrepentimiento alguno. Sin nunca hacer una película por razones exclusivamente comerciales, sin tener una fuente confiable de financiamiento, ni la atención de los estudios de cine con sus titánicas campañas publicitarias, desde la década de los 60 ha logrado dirigir más de 70 filmes.

El trabajo de Werner Herzog es una mezcla fascinante y poética de documentales cautivadores y dramas de ficción épicos. Pocos cineastas han tenido una carrera tan variada o colorida como este hombre que François Truffaut una vez llamó “el director de cine más importante vivo”. Con una mínima selección entre su vasta obra, este Top #CineSinCortes se une a la celebración del cumpleaños 78 (5 de septiembre) de este cineasta mítico que seguramente se encuentra esperando ansioso el final de las restricciones de viaje por la pandemia para alcanzar algún otro rincón salvaje del planeta que lo acerque un tanto más a las verdades que busca.


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También los enanos empezaron pequeños

Entre los primeros largometrajes de Herzog está una de las obras más extrañas y surrealistas de toda su filmografía: También los enanos empezaron pequeños (1970), tomada en blanco y negro en la isla Lanzarote de las Canarias, España, cuenta la revuelta de un grupo de enanos internados en una institución mental que se rebela contra las autoridades del lugar y en realidad contra todas las reglas establecidas. Marginados y cansados de ser explotados por la "gente normal", los enanos y enanas organizan un golpe de Estado, se apoderan del asilo y alteran el status quo rebelándose violentamente contra el director y los guardias del asilo. Aunque está envuelta en la polémica de la crueldad humana y animal que presenta, esta película es una gran vista previa de la habilidad que tiene Herzog para producir imágenes inolvidables, que en este caso incluyen desde un simulacro de crucifixión hasta un montón de gallinas caníbales.


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Fitzcarraldo

Es ya legendaria la intensa, conflictiva, pero fructífera relación entre dos gigantes personajes del cine: Werner Herzog y el actor también alemán Klaus Kinski; tanto que en 1999 el director realizó el documental Mi enemigo íntimo (Mein Liebster Feind) en el que aborda esta relación tempestuosa —que iba de la amistad al odio, pasando de la mutua admiración al profundo desprecio— y el trabajo que desarrolló con Kinski durante el rodaje de las cinco películas en las que trabajaron juntos, ampliamente consideradas entre lo mejor de la obra de ambos. En alguna ocasión llegaron a amenazarse de muerte, pero crearon juntos ficciones hermosas: Aguirre, la ira de Dios (1972), Woyzeck (1979), Nosferatu, vampiro de la noche (1979), Fitzcarraldo (1982) y Cobra Verde (1988). Y entre ellas, quizá la más icónica sea Fitzcarraldo, la épica historia de Brian Sweeney Fitzgerald, también conocido como Fitzcarraldo, que a finales del siglo XIX se dedica a hacer una fortuna en la industria del caucho en la amazonia peruana con el único objetivo de realizar su obsesión: construir un teatro de ópera en medio de la selva.

Esta es una historia hecha justo a la medida de la osadía de Herzog, que invirtió cuatro caóticos años de filmación —entre lesiones y enfermedades del equipo y ataques de nativos hostiles—, en la cual hubo que mover un barco de 300 toneladas cuesta arriba a través de cerros y jungla sin la ayuda de maquinaria pesada ni efectos especiales, una de las tareas más infames en la historia del cine y otro caso en el que Herzog ha desafiado tanto a la naturaleza como al sentido común en pos de su propia visión. Es imposible ignorar los paralelos entre el protagonista de esta película y el director, ya que ambos comparten una dedicación inquebrantable a objetivos aparentemente imposibles e impensables. A pesar de las controversias en torno a la realización de la película, Herzog ganó con esta película el premio al Mejor Director en el Festival de Cine de Cannes de 1982.


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Corazón de cristal

A estas alturas, muchas de las bizarras anécdotas de los métodos de filmación de Werner Herzog son más reconocidas, y extrañas, que la propia película. Tal es el caso de Corazón de cristal (1976), ambientada en la Baviera del siglo XVIII, sobre una aldea que se sume en el caos cuando fallece el último maestro vidriero que guardaba el secreto para producir su característico vidrio soplado de color rubí, cuya producción supone la base de la economía del pueblo. Una locura colectiva comienza a apoderarse de los aldeanos cuando acuden al esoterismo para recuperar del cadáver la receta del famoso vidrio. Personajes y paisajes pintorescos, bosques y montañas, el mar, la locura, la obsesión, el asesinato, visiones y profecías… puro romanticismo alemán. Pero la gran historia aquí es que Herzog, con el fin de obtener las representaciones de trance de una sociedad en declive hacia la locura, rodó toda la película con la mayoría del elenco bajo hipnosis con el fin de conseguir una especie de efecto de "sueño despierto".


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Fata Morgana

La veta documental de Herzog se manifestó temprano en su carrera con su primer cortometraje Heracles (1962), pero no hace un largo de este tipo hasta Fata Morgana (1971), un término que significa espejismo y que el director utiliza para referirse a las figuraciones que tienen lugar en el desierto del Sahara. Pero más que un documental convencional, esta película es una reflexión poética, uno de los ejercicios más atrevidos y experimentales de Herzog. Sus imágenes poderosas de los espejismos, los paisajes y los habitantes de este desierto, que a veces se tornan surrealistas, están organizadas en tres partes: La Creación, el Paraíso y La Edad de Oro. La música de ópera de fondo (además de la ocasional canción de Leonard Cohen), acompañan la narración de fondo de la crítica de cine franco-alemana Lotte Eisner, que va leyendo fragmentos del mito maya de la creación (el Popol Vuh) y textos del director. Herzog ha dicho repetidamente que en Fata Morgana está capturando los “paisajes vergonzosos de nuestro mundo”, lugares donde la colonización humana ha profanado la tierra. Por ello estos desérticos paisajes, aunque inquietantemente hermosos, no están destinados a ser pintorescos o idílicos, sino que evocan estados internos, sueños colectivos y hasta pesadillas humanas.


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Grizzly Man

Para el nuevo milenio, Herzog continúa encontrando los temas más extraños y perturbadores para documentar, y aunque es difícil elegir uno entre tantos que ha realizado brillantemente es imposible no mencionar a Grizzly Man (2005), un recuento de la vida y la trágica muerte de Timothy Treadwell, activista estadounidense amante de la naturaleza que pasó 13 veranos viviendo de cerca con osos salvajes en el Parque Nacional y Reserva Katmai de Alaska antes de ser desmembrado y devorado junto con su novia por gigantescos osos pardos. Herzog combina las propias imágenes que Treadwell había grabado durante años con entrevistas de las personas que lo conocían íntimamente en un intento de comprender qué motivó a este hombre a vivir de tal manera hasta encontrar semejante final. La icónica narración de Herzog va vislumbrando el perfil psicológico de una persona consumida por su propia obsesión -o propósito equivocado- y su ignorancia. Este se convirtió rápidamente en el documental de Herzog de mayor éxito comercial y aclamado por la crítica. Grizzly Man es realmente una tragedia deslumbrante que le sirve a Herzog para ilustrar uno de los temas que más le obsesionan y que llama constantemente “la abrumadora indiferencia de la naturaleza”.