Por: Rebeca Avila

El Mariachi: de música eclesiástica a género predilecto de la fiesta mexicana

Mariachi: bien puede ser un traje típico mexicano confundido con el de charro -constante y erróneamente emparejado con el de China poblana-; o bien puede ser el nombre del género musical mexicano - que aunque es relativamente nuevo (100 años) sus raíces se remontan al silgo XIX- o el nombre de los músicos que tocan en un conjunto de estos, de ahí el ¡Ya llegó el mariachi!

Mitos varios existen alrededor del origen no sólo musical sino lingüístico del mariachi (como palabra). Del lado de este último, hay varias versiones: existe la más retomada durante muchos años, que aseguraba que el mariachi venía del francés mariage (matrimonio) y que fue durante la ocupación francesa en México, cuando los soldados franceses relacionaron la algarabía musical de los matrimonios mexicanos con cualquier otra festividad. Pero hubo un antropólogo del siglo pasado que dedicó un libro entero a estudiar todo en cuanto al mariachi como figura de la identidad y cultura popular mexicana, entre esto la etimología del vocablo: Jesús Jáuregui en su obra -ahora considerada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco- El Mariachi, símbolo musical de México, vierte los resultados de una vasta y ardua investigación.

Algunas de las pruebas que muestra son que existía la palabra mariachi mucho antes de la llegada de los franceses en el siglo XIX. Jáuregui descarta esta hipótesis y va más allá, rebuscando en cartas y escritos de hace más de dos siglos en los que se habla de los fandangos de la zona occidente de México, que ya en el siglo XIX (antes del arribo francés) se les llamaba también mariachis; y la teoría de las haciendas nombradas mariachis gracias a un árbol del mismo nombre, hoy desconocido, de donde se extraía la madera para la fabricación de tableros para bailar.

Sin embargo, asegura que el origen de esta palabra viene de lenguaje yutoazteca (que involucra lenguas como el nahuatl, cora, ópara o yaqui) hablado por indígenas al noroeste del territorio, quienes practicaban danzas grupales alrededor de una fogata a la que le llamaban mariachi.

De Cocula es el mariachi, es lo que dice la mayoría de la gente y el churrazo cinematográfico de los setentas. Musicalmente hay pocos que debatan su origen, aunque se dice que este no es como lo conocen hoy en día, sino que fue creado a partir de minuetes (que no tienen que ver con las composiciones barrocas francesas), piezas campiranas que se interpretaban con fines religiosos para alabar imágenes y cuya alineación instrumental sólo incluía cuerdas (violines, guitarra, vihuela y guitarrón); fue hasta los años 30 del siglo XX que se incorporó la ahora característica trompeta.

El Mariachi Vargas de Tecalitlán, que data de 1898, se jacta de ser uno de los grupos de mariachi más longevos (y también de ser el mejor mariachi del mundo), pero a pesar de tener más de cien años, tanto la agrupación como el género, históricamente vio coartada su posición como genero representativo de México y durante el Porfiriato se consideró como música popular, del vulgo. Varios años después y con la llegada del cine sonoro, vinieron géneros cinematográficos musicales como la comedia ranchera, la cual volvió a poner en la mira del gusto general la música ranchera, de la que forma parte el mariachi, de la mano de algunos de los mayores representantes del género como Pedro Infante, Jorge Negrete, Lola Beltrán, Flor Silvestre o Luis Aguilar.

Pese a que hay infinidad de canciones del repertorio del mariachi que habitan el imaginario, no sólo de los mexicanos sino de la imagen proyectada hacia el mundo, muchas han sido compuestas para el bolero (ranchero o no) y el huapango, pero lo cierto es que la magia del mariachi es reunir la música ranchera como un todo, donde la homogeneidad hace difícil de repeler el folclor y costumbrismo del que está repleto cada subgénero de la canción ranchera. Del lado del bolero ranchero, existen piezas típicas del mariachi contemporáneo gracias a compositores famosos (y no tan famosos) desde José Alfredo Jiménez y Fernando Z. Maldonado, hasta Juan Gabriel, con temas como El Rey, Si nos dejan, La media vuelta, Me cansé de rogarle, Volver, volver, volver, Hermoso cariño, Hasta que te conocí o Se me olvidó otra vez. Mientras que el huapango ha dado los ya clásicos Cielo rojo, Cucurrucucú paloma o Paloma negra.

La amplitud del catálogo de canciones puede parecer casi infinita y estas acompañan serenatas, interludios en fiestas familiares, noches mexicanas y ratos alargados en cantinas; tienen lugares de congregación por todo el país, siendo la Plaza Garibaldi en la Ciudad de México la más popular. La cuestión con la música de mariachi es que poco parece importar ya de dónde viene, lo mismo se escucha en el occidente, el centro o norte del país, dejando ver que el mariachi no es un elemento que se situé temporal y localmente, sino que es producto de un proceso de creación, proyección, transformación y adaptación que no sólo permea como elemento de identidad nacional, sino que ha traspasado barreras geográficas.