Por: Arody Rangel

Benedetti, el poeta de la tregua

“Es evidente que Dios me concedió un destino oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro. Es evidente que me concedió una tregua. Al principio, me resistí a creer que eso pudiera ser la felicidad. Me resistí con todas mis fuerzas, después me di por vencido y lo creí. Pero no era la felicidad, era sólo una tregua. Ahora estoy otra vez metido en mi destino. Y es más oscuro que antes, mucho más”.

La tregua, Mario Benedetti


Este 14 de septiembre se cumplen 100 años del natalicio del autor de Táctica y estrategia, No te salves y otros tantos poemas a cuyos versos acuden tanto las almas enamoradas como los espíritus disidentes. El uruguayo Mario Benedetti cultivó todos los géneros literarios, pero además de dramaturgo, cuentista, novelista, ensayista, ante todo poeta, también publicó artículos en periódicos y revistas. Sus intereses se repartían a partes iguales entre la literatura y la defensa de los derechos humanos: muy joven descubrió, al leer al porteño Baldomero Fernández Moreno, que la poesía estaba hecha de lo mismo que sus penas y sus alegrías; en el 73 la dictadura se estableció en su país y tuvo que exiliarse en Argentina, Perú, Cuba y España, desde entonces se pronunció contra el autoritarismo y la fundación que creó al final de su vida tiene como propósito dar con el paradero de los detenidos desaparecidos durante la dictadura uruguaya.

En vida, Benedetti participó en numerosos recitales donde leía sus versos, entre aquellas grabaciones destacan las que hizo A dos voces con Daniel Viglietti o con Nacha Guevara y que inspiraron El sur también existe de Joan Manuel Serrat; incluso apareció en la entrañable cinta El lado oscuro del corazón (Dir. Eliseo Subiela, 1992) leyendo los versos de Corazón coraza en alemán a una chica en algún bar. De este modo colocó su poesía en el imaginario de los hispanoamericanos y el destino de su narrativa está atravesado de la misma suerte: entre sus novelas, Primavera con una esquina rota es considerada la mejor, pero eso no opaca el debut de Quien de nosotros, de aquella historia sobre la frustración que se encuentra en Gracias por el fuego o de La borra del café, la que él considerara su novela mejor lograda; pero si hay alguna que orbita por excelencia en la mente de los lectores es La tregua, precisamente sobre ella deseamos ahondar en este Librero.

Antes de la fama internacional, las distinciones de las más prestigiosas instituciones culturales de Iberoamérica y los doctorados honoris causa, antes, mucho antes de que una editorial quisiera publicarle, Mario Benedetti se desempeñó en diversos oficios y empleos, y él mismo se publicó sus primeros 8 libros gracias a un préstamo que concedía el banco de su país a los intelectuales, con pagos flexibles y una reducida tasa de interés. Pero el reconocimiento incipiente en el mundo de las letras que vino de la mano de Poemas de la oficina (1956) o la compilación de cuentos Montevideanos (1959) no supuso para él dejar sus empleos; por ese entonces trabajaba en la empresa inmobiliaria Piria, a mitad de la jornada laboral tenía un descanso de dos horas, mismas que no le daban para ir a su casa y regresar, entonces se metía al café Sorocabana en la avenida 25 de mayo y se ponía a trabajar sobre el manuscrito de La tregua.

Publicada en 1960, esta novela le mereció el reconocimiento internacional, la razón, a decir del propio Benedetti, es que en ella está retratada la clase media y el sistema burocrático que la oprime, y esto, señalaba el autor, no sucede sólo en Uruguay o en la región porteña, la clase media es universal, está en todos los países padeciendo más o menos las mismas cosas ‒a propósito, Benedetti fue el primer traductor de Kafka en Uruguay, el autor por excelencia de la miseria de la vida moderna en el sistema burocrático‒. Mario se autodenominaba clasemediero y decía que sólo podía escribir de lo que le afectaba y conocía. Del mismo ánimo está hecha su poesía, él supo que quería ser escritor desde niño, pero no veía cómo podría escribir con la sofisticación y abstracción de las vanguardias de la época, si él lo hacía, tendría que escribir con el lenguaje claro, sencillo y llano del hombre común.

El hombre común de La tregua es Martín Santomé, este libro es el diario que él comienza a escribir un 11 de febrero a escasos meses de que se cumpla el plazo para su jubilación. Santomé ronda los 50 años, su esposa Isabel murió al dar a luz a Jaime, el tercero de sus hijos, dejándolo viudo muy pronto; para el momento en que escribe este diario, Jaime y sus otros dos hijos, Blanca y Esteban, son ya mayores y su relación con ellos está plagada de fricciones. Este hombre ha llegado a la mitad de su vida entregado a su empleo de oficina y a su familia, hace cinco años que lleva la cuenta del tiempo que falta para su retiro, pero ahora de cara al cumplimiento de ese plazo le sobreviene una crisis existencial: ¿por qué anhela el ocio?, ¿qué hará con ese tiempo libre?, ¿es que acaso alguien de su edad puede entregarse a sueños y ambiciones que son propios de la juventud?

La tregua suele leerse en clave de historia de amor y es que a este hombre que se ha desahuciado a sí mismo le ocurre lo inesperado: entre los nuevos empleados que llegan a su oficina aparece la joven y bella Laura Avellaneda, tiene la mitad de su edad y podría ser su hija, pero rápidamente inician un romance; sin embargo, el bálsamo del amor no dura demasiado, algo que Santomé interpretará como parte de su desgraciado destino. La versión cinematográfica que realizó el argentino Sergio Renán en 1974 y que compitió por el Oscar a mejor película extranjera en 1975 con Amacord de Fellini, retrata especialmente este aspecto de la novela (dato curioso es que a Bendetti no le gustó este filme del todo).

Cierto, el amor es la gran tregua, ¿pero ante qué, con qué o con quién? Mario decía que lo que a él le importaba en su narrativa eran las relaciones entre las personas y de entre todas, la que más, el amor. Martín es un hombre crítico de la estructura laboral en la que está inserto y de la política de su país, precisamente por eso teme convertirse en un viejo ridículo, en un personaje risible, comprende muy bien que no podrá escapar de la vejez o de la muerte, que igual el mundo seguirá su giro de engranajes perfectamente dispuestos, que no hay salvación, que el combate diario contra la hostilidad del mundo es una guerra a muerte, no hay forma de ganar, pero a veces se pueden suspender los ataques por breves momentos: esos en los que el amor permite escapar de la fatal linealidad del tiempo.