Está lloviendo sobre la sombría calle una madrugada en la ciudad de Los Ángeles. Un automóvil se ha pasado el alto y casi choca con una camioneta del periódico Los Angeles Times, pero continúa veloz y errático hasta que finalmente se detiene frente a un edificio de oficinas, de él sale tambaleándose Walter Neff, un vendedor de seguros. Walter sube a su oficina, se sienta frente al escritorio y mientras enciende un cigarro comienza a grabar el memorándum en el que confesará haber asesinado a un prominente cliente de la compañía, y explica: “Lo maté por dinero y por una mujer. Ni conseguí el dinero ni la mujer. Estupendo, ¿verdad?”.
De esa forma se abre la historia de Pacto de sangre o Perdición (Double Indemnity, 1944), de Billy Wilder, una trama que podría resumirse en apenas tres palabras: adulterio, corrupción y asesinato; sin embargo, resultaría imposible medir el impacto que este enorme filme tuvo sobre el género cinematográfico del llamado cine negro.
¿Qué hace tan especial a esta película? La respuesta está ligada al contexto de censura al que eran sometidos los filmes de la época en el Estados Unidos de la posguerra, sujetos al famoso Código Hays que impedía retratar abiertamente esta historia donde era necesario mostrar aspectos de índole sexual, homicidio y corrupción. Pero entre el guion y la astuta edición, además de la sutil efectividad de las actuaciones, Billy Wilder permitió que el espectador completara las escenas en su mente. El impacto de la insinuación fue mil veces mayor a lo explícito.
Este mes se cumplen 75 años del estreno de esta pieza invaluable del cine que serviría de medida para todas las demás y definiría al cine negro, un estilo propiamente estadunidense que aún hoy sobrevive e inspira a los mejores directores en todo el mundo permitiéndoles explorar y profundizar en uno de los aspectos más fascinantes del ser humano: la psicología de la violencia.
En honor a la pauta que abrió Pacto de sangre en el vasto universo del cine negro, aquí hacemos un recuento de algunas películas, de distintas nacionalidades y épocas, que no replican su trama ni copian su estilo, sino que hacen eco de su oscuro tono y del tema de la violencia que detonó, un tema que continúa beneficiándose especialmente del cine pues en él tiene un grado de realidad inalcanzable en cualquier otra expresión del arte.
No ha existido en la historia del cine mexicano un director que incursionara con inteligencia en las luces y sombras del cine negro dentro de un contexto mexicano. Sólo Roberto Gavaldón. En esta película clásica, el director se inspiró en un argumento de Luis Spota en el que un charlatán está acostumbrado a estafar a mujeres adineradas hasta que se enreda en la telaraña de una mujer fatal, uno de los ingredientes clave del género. Nadie menos que Arturo de Córdova pudo interpretar a este hombre que debía representar tanto la ambigüedad y complejidad de un protagonista cínico, inescrupuloso, que es seducido hacia un destino fatal.
Nuevamente una mancuerna Gavaldón-Spota (en el argumento), sumando aquí la colaboración de José Revueltas y Jesús Cárdenas (en el guion). La noche avanza está ambientada en el universo de las apuestas en el Frontón México, donde Marcos Arizmendi (Pedro Armendáriz, ¡sin bigote!) un arrogante y mujeriego campeón de pelota vasca, o jai-alai, acepta perder un juego a causa de un chantaje, convirtiéndose en blanco de la mafia de las apuestas. La Ciudad de México en plena modernización se vuelve otra protagonista en esta trama en la que Gavaldón insiste en el tono dramático y visual del también llamado film noir.
Como siempre con maestría, Roman Polanski retomó varios elementos esenciales del cine negro para contar esta historia de crimen y misterio inspirada en la llamada Guerra del Agua de California en Los Ángeles de 1937. Aquí es Jack Nicholson quien da vida al detective privado Jake Gittes que es contratado por la esposa de un funcionario para comprobar el adulterio de su marido, tan sólo el inicio de una cadena de engaños, incesto, abuso sexual y escándalos de corrupción política.
El cine negro no tiene que ocurrir sólo en la oscuridad de las calles citadinas, también se puede ejecutar en contextos rurales tan remotos y enigmáticos como las marismas del Guadalquivir. Prueba de ello es La isla mínima, muchas veces señalada como una de las mejores películas en la historia del cine español. Esta se ubica en la década de los ochenta, cuando dos detectives de Madrid son enviados al sur profundo español para investigar la misteriosa desaparición de dos hermanas, para pronto descubrir que el caso está vinculada a otras desapariciones sin resolver en la zona. La asfixiante atmósfera lograda con la cinematografía captura a detalle el opresivo ambiente de esa zona pantanosa de Andalucía en medio del calor sofocante del verano y la violencia que desborda.
La ficción puede ser un escape, un desahogo, un espejo y, también, a veces puede ser venganza. Esa es la premisa de la segunda película del diseñador de moda Tom Ford (que él mismo escribió basado en la novela de Austin Wright Tony & Susan), aquí la violencia se encuentra en cada una de las distintas capas de su historia. Está protagonizada por Amy Adams, interpretando a Susan, una galerista que comienza a leer la novela recientemente escrita por su exesposo pronto descubre que tanto la historia como la dedicatoria del libro entrañan la complejidad temática de la venganza y su propio pasado. Sobra decir, cada uno de los aspectos de la producción está cuidado a tal detalle que el resultado es hipnótico en su estética y desgarrador en su contenido.