"Supe entonces, con humildad, con perplejidad, en un arranque de mexicanidad absoluta, que estábamos gobernados por el azar, y que en esa tormenta todos nos ahogaríamos"
Hace 16 años se le rinde tanta admiración como culto a un escritor que narró desde la memoria, que le escribió a Chile, su país natal; a México, el escenario de su juventud y sus obras monumentales; le escribió también a España, específicamente Cataluña, donde maduró y se transformó para jamás volver a los sitios pasados.
Él les escribió a estos lugares a la distancia de varios kilómetros o años, porque la suya es una memoria legendaria, una que reconstruyó los sitios, los personajes, tanto el recuerdo y como el olvido con nitidez y precisión; y en ese oficio constante terminó por unirse al escaso grupo de escritores capaces no sólo de crear un estilo propio, también de crear un mundo, es decir, los escritores indispensables.
Decimos “Hace 16 años” porque se trata del tiempo que tiene de haber terminado su vida, pero no son 16 años de ausencia, porque fue tras su fallecimiento, un 15 de julio de 2003, que el mundo se fue volcando cada vez en mayor medida en un fanatismo excepcional hacia la vida y obra de ficción de este hombre que ahora es referencia obligada en la literatura en nuestra lengua.
Este Librero está dedicado a la memoria de este el escritor sin patria, al poeta, al ambulante, al infrarrealista, al que volvió a encumbrar a México en el imaginario colectivo. Este librero está dedicado a la memoria de Roberto Bolaño.
"¿Qué virtudes buscamos en los libros de poesía? Ciertamente no la transparencia a través de la cual reposa una vida sin convulsiones; tampoco los problemas (las postales) personales del poeta. Sí la transparencia como signo en el vacío, la transparencia como señal dentro de la transparencia".
— Roberto Bolaño, notas sobre la obra del chileno Raúl Zurita
Para comenzar a hablar de Bolaño (Santiago de Chile, 1953), más allá de hablar de su lugar natal o sus ya legendarios devenires biográficos, hay que decir que antes y después de todo él fue poeta. Bolaño siempre se describió a sí mismo como poeta y escribió poesía hasta el final de sus días. A pesar de ser reconocido en el mundo como el gran novelista, en realidad es la poesía la que atraviesa toda su obra. Fue lo primero y lo último de su residencia en la tierra.
Si en su carrera se detuvo a escribir novelas fue porque de poeta se moría de hambre, cosa que poco le detuvo, hasta que alcanzó la vida adulta con todo lo que para él implicó (vivir en Europa, tener pareja e hijos), sólo entonces debió cambiar la vida de poeta deambulante. Pero muchas décadas antes de escribir sus ultrafamosas novelas teñía sólo 23 años cuando publicó su primer libro, en México, Reinventar el amor (1976), un largo poema dividido en nueve movimientos nacido al calor del Taller Martín Pescador, editorial fundada y dirigida por Juan Pascoe.
Sus poemas, dictan los críticos especializados, son de una vanguardia inflamable, con ráfagas de Rimbaud, veloces, desafiantes y desordenados. En Chile, donde nació, la poesía giraba en torno a Pablo Neruda, pero Bolaño estaba más en línea con la inmensidad de Nicanor Parra y los antipoemas.
En ese tenor, fue en México donde fundó, alentado por la juventud, la amistad y los excesos, un movimiento literario con sus compadres poetas; juntos tomaron por lema una frase del pintor Roberto Matta, "Volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial", y se hicieron llamar Infrarrealistas. Era 1975, cuando se movían cual vándalos saboteando actos culturales y lecturas de poemas de autores como Octavio Paz, al que consideraban parte del establishment literario.
"… la noche patialba del DF, una noche que se anuncia hacia el cansancio, que vengo, que vengo, pero que tarda en llegar, como si también ella, la mendiga, se quedara a contemplar el atardecer, los atardeceres privilegiados de México, los atardeceres de pavorreal, come decía Cesárea."
Los detectives salvajes
México había encantado ya a cientos de escritores extranjeros en escapada como Huxley, Breton, Kerouac o Burroughs. Ellos escribieron del país en esas primeras décadas del siglo pasado como una tierra salvaje, esencial, primigenia pero mítica. Luego, este territorio parecía haber quedado en el olvido, aplastado por el tedio del régimen priista y el descolorido de la literatura nacional. Entonces llegó Bolaño, y hasta él México volvió al imaginario colectivo.
Llegó justo durante la convulsión que fue el año 1968, y se dejó perder en la inmensidad del entonces Distrito Federal, en sus librerías de viejo y caos vial, en su bares y cafés, sus colonias; aquí encontró azoteas de vecindad, estudiantes en movimiento constante y poetas muertos de hambre que hizo sus amigos entrañables. Aquí gastó decisivamente su juventud y fue tan feliz que no quiso regresar jamás de adulto.
Escribió de este país desde la memoria porque lo hizo hasta que se dejó de la vida nómada y se estableció en la Costa Brava española, en el municipio de Blanes. Desde allá comenzó a escribir, entre otras cosas, quizá por encima de todas las cosas, sobre México, un país que aparece en algunos de sus poemas y cuentos, pero que es el escenario y territorio esencial de sus dos novelas capitales: Los detectives salvajes (1998), y 2666 (2004, publicada después de su muerte).
En Los detectives salvajes, dos hombres, dos poetas, se embarcan en la búsqueda de la escritora mexicana Cesárea Tinajero, desaparecida durante la Revolución Mexicana, acaso la única que podría revelarles los orígenes del movimiento de los viscerrealistas, al que ellos dicen pertenecer. La buscan durante veinte años, desde 1976 a 1996, y sus esfuerzos los llevarán por México, España y otros países, pero culminarán, como todo, en el desierto mexicano, en Sonora en este caso.
Conjunto de testimonios, de persecuciones, de desapariciones, Los detectives salvajes reúne ficción con fragmentos extraídos de la realidad y está empapada de rasgos autobiográficos de Bolaño, rinde culto a la juventud mexicana de los setenta, pero nunca la romantiza; celebra la carretera, el viaje, y la contracultura; se lee como biografía, novela o crónica.
Si Los detectives salvajes es la Ciudad de México, 2666 es el infierno que era, que es, Ciudad Juárez. La memoria de Bolaño reconstruye aquí su imagen del desierto mexicano, con sus muertas, y a la distancia, entre la compleja trama de la novela, hace el relato brutal, el recuento casi clínico, de los asesinatos cometidos en Ciudad Juárez contra cientos de mujeres, el mayor realismo mexicano.