En punto de la 1:14 de la tarde del 19 de septiembre de 2017, la Ciudad de México y sus alrededores, Puebla y Morelos, se cimbraron. Parecía una mala obra del destino que justo 32 años después, el caos y la paranoia volvieran a imperar en la metrópolis.
A un año de los sismos del 7 y el 19 de septiembre, es pertinente volver la mirada y repensar varias circunstancias, quizá la más importante sea la urgencia de planear protocolos de seguridad. La naturaleza, como nos lo ha demostrado en múltiples ocasiones, no espera a qué estemos listos para reaccionar, solo nos deja ver lo insignificantes que somos ante ella.
Algunos países donde la actividad sísmica es mayor a la de México, cuentan con un programa de prevención, es decir, las instituciones y por instrucción, la sociedad, comprenden que un desastre natural es impredecible y azaroso para el raciocinio del ser humano. Sin embargo, están conscientes de que hay medidas que se pueden tomar, no para evitarlos, pero sí para salvaguardar su vida y disminuir las consecuencias de su devastación, además, por supuesto de los planes de acción post desastre, como la ayuda humanitaria.
Aun así, hay que comprender que ante estas contingencias no hay protocolo que valga, sobre todo, si somos un país donde queda un gran camino por recorrer en materia de cultura de la prevención, cívica y hasta emocional. No hay mejor arma que un ciudadano despierto, responsable, preocupado de su propia seguridad y, sobre todo, informado. En una era en la que los medios de comunicación sabotean el flujo de información verídica, es importante desmoronar algunos de los mitos -actuales y viejos- que giran en torno a los sismos.
Mientras intentamos aprender a responder ante la adversidad de estos cataclismos, la Dra. Xyoli Pérez Campos, Jefa del Sistema Sismológico Nacional, nos ayuda a refutar algunos datos falsos y otros a comprenderlos.
Un estudio publicado por la Universidad de Santa Cruz en California, sostiene que el método de perforación conocido como inyección hidráulica puede ocasionar fallas geológicas y sismos. Respecto a esto Pérez Campos explica que lo que causa el fracturamiento hidráulico es un rompimiento, y a veces un pequeño deslizamiento, que por definición es una falla, que genera movimientos menores a 0.5, solo en raros casos se han producido sismos de mayor magnitud y lo que recalca es que eso se llega a dar bajo condiciones muy específicas, geológicas, y otras condiciones alrededor.
Basta con buscar en internet: terremotos y el cambio climático, para encontrarnos con cientos de artículos al respecto. Aunque la relación entre estos dos aún continúa siendo teórica, la jefa del SSN señaló que el cambio climático sólo ocurre en la superficie y que el aumento en la temperatura, por muy alto que nos parezca, no tiene impacto en los grandes sismos, los cuales están dominados por la actividad dentro de la Tierra, a varios kilómetros de profundidad.
El que haga erupción un volcán provoca una sismicidad local, mas no provoca terremotos de gran impacto fuera de la zona montañosa. Lo que sí puede pasar es que un sismo grande con características muy especificas pueda llegar a modificar la actividad en un volcán. Sí un volcán ya se encuentra con cierta actividad, el paso de las ondas sísmicas puede modificar su estado y hace que su erupción sea más violenta o que tenga alguna anomalía. Pero no es siempre la norma, sólo bajo ciertas condiciones la cuales todavía no terminamos de entender, comenta Xyoli Pérez.
La escala con la que se da a conocer la cantidad de energía liberada tras un sismo, no es la escala con la que se miden actualmente estos movimientos telúricos, ya que la escala de Charles Richter se creó en los años 30 para medir los sismos de California. La especialista nos explica que cada suelo tiene una geología particular y los equipos de medición corresponden a las características del lugar, por lo que cada centro sismológico alrededor del mundo usa escalas que están calibradas con esta escala original y habla acerca de las metodologías para calcular la magnitud de un sismo: Cada metodología toma en cuenta un elemento diferente de la señal, la amplitud, la duración, la forma, etcétera, entonces cada metodología tiene un nombre diferente. Lo más usado para sismos grandes es la magnitud del momento sísmico y esa magnitud está relacionada con el tamaño de la falla que generó el sismo y con cuánta diferencia se deslizó un bloque con respecto a otro.
Aunque hemos escuchado hasta el cansancio que no es posible pronosticar un sismo de manera científica, lo cierto es que si se ha intentado. Existen iniciativas que estudian datos probabilísticos y estadísticos, sin embargo, cuando parece lograrse algún indició, sucede un sismo que tira estos modelos. También existen algunos modelos que buscan alguna señal física que indique que un movimiento se aproxima, pero tampoco ha dado resultados, puesto que se presenta para algunos casos, pero no para todos. Un problema que se presenta es cómo monitorear esa señal física de manera global. Por todos los equipos que tendríamos que poner en tierra sería muy complicado, porque se necesita en todos lados, lo cual no es costeable, se requeriría un presupuesto infinito para instalar estos equipos, mantenerlos activos. Quizá en algún futuro se pueda dar con ese modelo premonitor.