Cumpleaños, Día de la Independencia, Navidad, Día de Muertos… cada uno de nuestros rituales tiene su propio aroma cautivante, sus propios sabores inesperados, sus propios colores sólidos y por supuesto, sus propios sonidos que, sin saber por qué, suenan a lo que sea que celebran. Las bases de nuestra cultura se han sometido a la transformación constante, ya sea como consecuencia de nuestra conquista, de nuestras fronteras o de la globalización, y la música no ha sido la excepción; de hecho, es posible que sea la más visiblemente (o sonoramente, en realidad) diversa de todas.
En el México de estos días, ese que el cempasúchil y el papel picado arropan y que transforma soledad y ausencia en regocijo y memoria, es el México más cercano a los orígenes de su pueblo, es el que muestra con más orgullo las raíces de sus leyendas y rituales – muy a pesar de que ha sido un orgullo que en múltiples casos, la industria cinematográfica encendió – pero, por común y visitado que sea el tema, resulta poco claro distinguir qué lo hace ser Día de Muertos, y en la ausencia de respuestas, hemos llenado el vacío con todo tipo de ambigüedades parchadas de campos semánticos, y en este Pantalla sonora hablaremos del arte que muestra mayor anemia durante esta celebración pero que toma suma relevancia, la música; esa que suena en nuestros últimos días de octubre y los dos primeros de noviembre.
La música nos acompaña en cada momento de la vida, y según sea nuestro talento más afín, nos gusta bailar al ritmo de ella o nos gusta cantar o tocar para ella, pero ¿qué hace que nos guste? En el cerebro está la respuesta; este libera pequeñas dosis de dopamina, la hormona del placer y la relajación, interviniendo en muchísimas características humanas, entre ellas, la felicidad, y justamente la música es uno de los principales estimulantes de este neurotransmisor. Un proceso verdaderamente complejo e irracional responde al porqué la música le gusta a nuestro cerebro, pero tres componentes de ella tienen todo que ver: melodía, armonía y ritmo. Los principales instrumentos de los que se compone la música derivan de cuerdas vibrando o columnas de aire, esto a diferencia del resto de sonidos del cosmos, genera muchas vibraciones, muchos sonidos simultáneos.
Las canciones de un mismo género se componen de escalas, acordes, instrumentos y estructuras similares, y entre más familiar te es un lenguaje, más fácil te es escuchar ese mismo género. Entonces, podemos decir que una canción se mide contra el recuerdo, contra la cultura musical de un individuo que la posiciona en su escala de gustos, una canción para la que ya está condicionado, es decir, la exposición repetida a un tipo de música y la asociación con experiencias placenteras, nos lleva a querer escucharla más.
Y orbitando en el espacio de esto y aquello, la música de Día de Muertos ha sido una excusa para mezclar géneros y sonidos con los que estamos familiarizados y adjuntarlas a esta celebración centenaria bajo el criterio de palabras relacionadas a la muerte posicionando a toda clase de espectros inimaginados en nuestras listas de reproducción que olvidan el espíritu nacional, como es el caso del grupo español Mecano y su No es serio este cementerio o las Calaveras y Diablitos de Los Fabulosos (y además argentinos) Cadillacs.
Cualquiera podría pensar entonces en aquellos ejemplos más inmediatos como La llorona, que una vez prestando atención, ni la letra ni la melodía nos permiten explicar por qué la relacionamos con el Día de Muertos.
Me quitarán de quererte, Llorona
Pero de olvidarte nunca
Me quitarán de quererte, Llorona
Pero de olvidarte nunca
A un Santo Cristo de fierro, Llorona
Mis penas le conté yo
A un Santo Cristo de fierro, Llorona
Mis penas le conté yo
Cuáles no serían mis penas, Llorona
Que el Santo Cristo lloró
Cuáles no serían mis penas, Llorona
Que el Santo Cristo lloró
Tiene tantas estrofas como artistas que la interpretan, pero esta pieza no es más que música tradicional mexicana, específicamente un son istmeño cuya letra en realidad orbita en torno al amor.
La Bruja, es otro son, en este caso jarocho, que en el deseo de musicalizar este día hemos obligado a nuestros oídos a relacionar con el Día de Muertos, y en realidad habla de amor o de criaturas fantásticas, es tema que queda en segundo plano.
Me agarra la bruja, me lleva al cuartel
Me vuelve maceta, me da de comer
Me agarra la bruja, me lleva al cerrito
Me sienta en sus piernas, me da de besitos
El mestizaje nos ha despojado de nuestras raíces prehispánicas para darnos nuevas interpretaciones, si bien articuladas en la cosmovisión mesoamericana, permeadas por ojos impositores que nos alejaron del sentido íntimo de esta celebración, pero que hemos rescatado a nuestra manera, a nuestro entender, a una nueva interpretación y que como en todo el imaginario común, por amplio y vasto que sea, nunca será capaz de cubrir todas y cada una de nuestras mentes, dejando espacio para que las experiencias únicas de cada uno, llenen este día de la música favorita de nuestros abuelitos, nuestros padres, nuestros ancestros, sin importar si es al ritmo de boleros, baladas o cualquier género predilecto de quienes recordamos y guardamos en lo más profundo de la memoria y del corazón, y de quienes excusas sobran para traer al recuerdo de todos los días, esperando que ellos vuelvan sólo por uno.