María Concepción Isaak Ramírez, Fototeca Nacho López.
Conocido es que toda la humanidad ha pensado qué pasa después de que una mujer o un hombre muere. ¿Qué hay tras la desaparición del cuerpo orgánico? Y, también, casi toda, coincide en que hay algo más tras ese suceso, que hasta el momento es el destino absoluto de la especie.
Lo que distingue a cada pueblo es el conjunto de celebraciones y tradiciones que usa para entender la muerte. En Mesoamérica, los pueblos anteriores a la llegada de los españoles creían que la muerte era una purificación. En vida, la humanidad se alimentaba de la Tierra, y en muerte, la Tierra se alimentaba de ella, dejando liberada el alma, que era lo más puro de cada persona. De la misma forma que lo hace la Tierra con las plantas, al alimentarse de las semillas, y luego florecer en la forma más pura: la cosecha.
De esta relación, las y los antiguos consideraron que la muerte y la vida eran uno mismo, en un camino continuo, y relacionaron las celebraciones de muerte con los ciclos de siembra de los campos palpitantes. Así, con la explotación europea de las Américas, las celebraciones de muerte se integraron al calendario católico el Día de Todos los Santos (1 de noviembre), que coincidía con los ciclos de la cosecha en la fiesta llamada Xantolo, Miicailhuitl, Xantoloxóchitl, Huehuexpan (Nahuas), Coydhomtalab (Teenek), Gotu (Otomís) o Santoro (Totonacas). Uno de los nombres nahuas expresa que el alma de las y los antepasados florece.
A continuación, se describirá a grandes rasgos cómo se celebra esta fiesta en un pueblo nahua de la Huasteca hidalguense, donde se realiza desde el 29 de septiembre hasta el 30 de noviembre. Aunque antes ya se ha sembrado el maíz para los tamales del 1 y 2 de noviembre, así como la flor de cempoalxóchitl, el día de San Juan, para el arreglo de los altares y los arcos.
En septiembre se realizan máscaras, objetos de barro, telas y bordados que se usarán en la fiesta. Además, de que se acuerdan las danzas que se realizarán en noviembre: quién toca, quién baila y el permiso del presidente municipal.
Para el 28 de octubre, se comienza la realización de los arcos florales, que representan la puerta de entrada para las y los antepasados que vienen de la muerte y están hechos además de con flores con estribillo, limonaria o palmilla.
Estos arcos se colocan en los altares compuestos de tres niveles simbólicos: el cielo (arriba) que puede ir con un techo de frutas; la tierra en la superficie de la mesa (en medio), que se adorna con fotografías, santos, flores, velas y algunos alimentos; y finalmente las mazorcas, chayotes, guisados, tamales, chocolates, cafés, refrescos, aguardientes, cervezas, flores e incensarios, que van en el suelo (abajo), que representa el inframundo.
El 31 de octubre se esparcen pétalos de cempoalxóchitl del altar al patio de la casa, para que las y los antepasados sepan llegar a sus alimentos. La ofrenda destinada a las y los más jóvenes es especial: tamales sin chile (piques), galletitas, dulces y pillahauetzitizi (juguetitos de barro).
El día 1 de noviembre hay repique de campanas y cuetes. En las ofrendas hay tamales con chile ancho y carne, panes, tortillas, cervezas y aguardientes. Además de objetos de los difuntos: enseres de siembra, hilos, agujas o instrumentos musicales. Así como una vela por cada familiar fallecido.
En el pueblo, durante estos días las danzas han comenzado y precedidas por un tronar de caparazón de tortuga que representa la Madre Tierra, Huehues, Matlachines y Cuanegros con máscaras, paliacates, sombreros, camisas, blusas bordadas, faldas, sacos, huaraches, botas, tenis, aretes y collares sarandean sones y otras alegrías y tristezas de los músicos; representan escenas familiares y políticas; y son usados para hacer limpias a algún ser querido. Las personas que conforman estas cuadrillas dancísticas han hecho un pacto para recibir el alma de algún antepasado en su cuerpo y por ello hacen mandas estrictas de abstinencia sexual y ayuno, que deben respetar o pueden adquirir mal del sueño, enfermar o morir. A cambio, ese antepasado les curará una enfermedad, les traerá una buena cosecha o un mejor trabajo.
El día 2 de noviembre, la boda entre la muerte y la vida llega a su máximo esplendor. Entonces, desde la madrugada las y los vivos van al panteón y pasan todo el día al lado de las y los muertos. Los velan, los veneran, les queman copal o incienso y comparten con ellos los tamales, la comida, el refresco y el agua. Además de platicarse los sucesos que han ocurrido. Después de comer con los muertos, se reparten tamales a las y los primos, abuelos, padrinos, amigos para engrandecer los lazos de comunidad.
Alrededor de ocho días después de Todos los Santos y hasta el 30 de noviembre, las y los antepasados comienzan a irse de las casas. Entonces, las y los danzantes disfrazados realizan más actuaciones en las calles hasta ser destapados el día de San Andrés.
Para cerrar este texto, considere, querido lector o lectora, que usted conoce la muerte, porque sabe cómo se siente la partida de una persona amada. Y esa partida nos acompaña eternamente, pues algún día nosotras y nosotros haremos sentir eso a alguien. Y deseemos que nos pongan un buen tamal y un gran vaso de agua.