“Si no me conozco ni a mí mismo ni al mundo en que vivo, mi libertad se estrellará una y otra vez contra lo necesario. Pero, cosa importante, no por ello dejaré de ser libre... aunque me escueza”.
Ética para Amador, Fernando Savater
¿Te pasó, quien quiera que seas el que esto lee, que se cruzó alguna vez en tu camino un librito de esos bestsellers de título Ética para Amador? Puede que haya sido en la adolescencia, en los tiempos de la secu o de la prepa, pues su autor, Fernando Savater, aunque en las primeras páginas del tomo advierte que el suyo no es un libro escolar, lo ideó para acompañar a los que adolescemos la adolescencia, que no son sólo las jóvenes personas apabulladas por la vida que fuimos todos, sino también los adultos a su cargo, posición en la que irremediablemente hemos de aparecer… Si tuviste ese libro en tus manos, ¿qué es lo que recuerdas? Y si es el caso que jamás coincidiste con él, ¿qué te da a pensar lo poco que se ha dicho de él hasta ahora?
Hubo una vez, hace varios siglos, un hombre llamado Aristóteles. En su tiempo, el siglo IV a. C. ‒conocido como el siglo de Alejandro Magno, del que Aristóteles fue maestro, por cierto‒, pocos campos del conocimiento y el saber estaban tan definidos y limitados como ahora, y él, que creía que todas las personas deseamos por naturaleza saber, se dedicó a sondear sobre las más diversas cuestiones, desde la anatomía de los animales, los fenómenos meteorológicos o la psicología, hasta la política, la poesía y la ética. Todo esto viene a cuento por esa cuestión de la ética: de Aristóteles han llegado hasta nuestros días dos libros al respecto, la Ética a Nicómaco y la Ética a Eudemo, dedicadas, según se cree, al hijo del filósofo y a uno de sus alumnos, respectivamente; lo cierto es que al genio polímata de Aristóteles le debemos el uso de la palabra ética para designar al inquirir filosófico sobre cómo debemos vivir o cómo llevar una buena vida.
Cuando Savater tituló su libro como Ética para Amador, quiso evocar a los tratados aristotélicos, no sólo por dedicar los folios a su hijo ‒ese Amador, por cierto, devino filósofo, quién sabe si por esta u otra influencia‒, sino por tratar en ellos la misma cuestión que ocupa a la filosofía en occidente desde sus albores: ¿cómo hemos de vivir nuestras vidas? Creo que a ninguno de nosotros nos asombrará que la pregunta no haya sido resuelta durante los más de 20 siglos que nos separan de los filósofos griegos, lo que no sé es si seguimos ocupados de esta cuestión o si es que alguna vez nos ha ocupado de forma personalísima, en uno de esos episodios que llaman crisis existencial.
El libro de Savater se publicó en 1991 y ya sabemos que el mundo ha cambiado tremendamente desde entonces. Por ejemplo, Fernando le hablaba entonces a Amador de un cierto puritanismo que mal veía la liberación sexual y eso hoy parece ser un asunto superado, insisto: parece. Y hay cosas que no han cambiado, como eso de querer una moto o cualquier otra cosa, es más, hemos incorporado tan bien el mandato del consumismo que hace girar la rueda de nuestro mundo neoliberal que, en la actualidad, somos nosotros mismos, o los datos nuestros que compartimos en la red, los que se venden a compañías que nos venden a su vez lo que saben, por nosotros mismos, que queremos consumir.
En alguna de sus páginas, Savater señala que “nadie ha vivido nunca en tiempos completamente favorables, en los que resulte sencillo ser hombre y llevar una buena vida”, de acuerdo, la cuestión es ¿cómo son los tiempos en los que vivimos hoy? Más de uno asegura que todo bien con no saber cuál es la mejor forma de llevar nuestras vidas: ¡¿Cómo iba a ser que alguno de nosotros diera en el clavo de una cuestión tan pretérita como irresoluble?! Pasemos pues a otra cosa. Y este parece ser el sino de nuestros tiempos: hemos asumido que nadie nunca llegará a la verdad última de nada y que eso nos exime de ocuparnos en quebraderos de cabeza tales.
Pero esa salida fácil y falaz pasa de largo otra cuestión, o más bien un hecho: que la pregunta sobre cómo vivir bien no es algo que debamos resolver para todos de una vez y para siempre, sino para nosotros mismos, cada cual para sí mismo. La cuestión a la que invita la reflexión ética es personal e intransferible, eso es lo que Fernando busca dejar bien claro a Amador a lo largo de todo el libro, eso y que por mucho que prefiramos la evasión: es nuestra libertad la que hace de nosotros los animales singularísimos que somos; somos autónomos en la medida que ejercemos nuestra libertad y ejercerla es responsabilizarnos de nuestros actos; no somos solos sino en comunidad y nuestras relaciones con los otros nos obligan a reconocerlos también libres y autónomos; la empatía y el reconocimiento de la dignidad de los otros están a la base de una convivencia armónica con ellos y esto, a su vez, es una de las condiciones que harán posible que llevemos una vida buena; llevar una buena vida es una práctica de todos los días, nos medimos a diario con dilemas y circunstancias que, según lo que decidamos, forjan nuestro carácter y las personas que somos.
No, no hay una respuesta última a la pregunta sobre cómo hemos de llevar nuestras vidas, pero precisamente la búsqueda de respuestas a esta cuestión es lo que da el sello de autenticidad a nuestras existencias. Dice Savater que la única obligación que tenemos en la vida es la de no ser imbéciles, no en el sentido ordinario que damos al término de ser tarado, sino atendiendo a la etimología de la palabra que designa a quienes andan con bastón por algún impedimento, en el caso que nos ocupa, anímico o mental: no ser imbéciles implicaría andar nuestros pasos sin sostenernos para hacerlo en lo que nos viene impuesto desde fuera, sea un mandato familiar, social, religioso, supersticioso o algorítmico; no ser imbéciles es ejercer nuestra libertad, nuestra autonomía, ser éticos, vivir éticamente.
¿Quién está hoy preocupado y ocupado en no ser un imbécil, en el sentido que se ha dicho? Treinta años nos separan de la publicación del éxito editorial de Savater y, si bien la cuestión fundamental de la ética sigue siendo la de hallar la mejor manera de llevar nuestras vidas, hoy por hoy, lo que decidamos y decidimos hacer con nosotros mismos tiene implicaciones más allá de quienes somos, de nuestro círculo personal y de la sociedad de la que formamos parte, se extiende a lo largo y ancho del planeta entero, alcanza a las otras especies con las que compartimos el mundo, viaja en forma de data en el mundo digital y se entrama con las redes que desde ese lugar perfilan lo que sucede en el mundo material… No se trata ya solamente de advertir que nada humano nos es ajeno, sino que nada de lo que implican nuestras vidas tal como las llevamos colectivamente en esta encrucijada de crisis ambiental y colapso civilizatorio nos es ajeno.
Y lo cierto es que en los tiempos que corren, estamos más anestesiados y evadidos que espabilados. Savater lo veía claro: ética para Amador, pero hoy ¿ética para quién?