Al haber concluido las primeras dos décadas del nuevo milenio, haciendo el recuento de los daños podríamos mirar hacia atrás una serie creciente de desastres globales que asemeja una avalancha a nuestras espaldas. Países que continúan sumergidos en guerras declaradas (o veladas), recurrentes catástrofes naturales relacionadas a la crisis ambiental (cada vez más apremiante), protestas sociales, conflictos políticos… la lista no termina. Y, para cerrar: una pandemia.
Para los impactados, los descorazonados, los cansados de estos acontecimientos, que no logramos elegir del todo al optimismo para afrontar lo que sigue, el año nuevo más que un prometedor comienzo, parece sobre todo un desafío devastador. Así que al mirar atrás nos preguntamos, en medio de los grises escenarios que nos anteceden, ¿qué hubo por rescatar?, ¿quedaron resquicios de humanismo y sensibilidad que hayan cambiado el rumbo?, ¿tuvimos, y seguiremos teniendo, espacios de esperanza?
Varios documentalistas, lejos de romantizar la realidad o simplemente ignorar todas las actuales problemáticas, buscaron aceptarlas, evidenciarlas, pero sobre todo hablar de la belleza que aún encuentran palpitando en nuestro mundo. Lo que realizaron en cada caso fueron filmes de imágenes muy poderosas que a pesar de las múltiples catástrofes nos recuerdan que somos una especie sorprendente habitando un planeta maravilloso, y que ambos merecen apreciarse, salvaguardarse y, en nuestro caso, ojalá, redimirse. Para arrancar este 2021, nuestro primer Top #CineSinCortes está dedicado a una muestra de estos aclamados documentales y los artistas que los concibieron, genios de la imagen y las historias capaces de dar luz sobre el potencial de nuestro presente, así como los retos de nuestro futuro.
Explorador incansable y uno de los ojos más reconocibles, el fotógrafo brasileño Sebastião Salgado es autor de varias de las imágenes más bellas, y también de las más desgarradoras. Interesado por los temas más apremiantes de la sociedad, Salgado ha captado con su cámara a blanco y negro varios de los terribles conflictos que han definido las últimas décadas, como el genocidio en Ruanda, la guerra de Yugoslavia, o el campo de refugiados más grande del mundo que se encontraba en Etiopía, plagado de hambre y enfermedad. El hijo del fotógrafo, Juliano Ribeiro Salgado, acompañado del gran genio de Win Wenders, hace un recorrido por la trayectoria de su padre, compartiendo varias de sus fotografías más poderosas y reconocidas por mostrar la faceta más baja del ser humano. Después de varias décadas viajando por el mundo, realizando estos trabajos tan crudos, Salgado se encontró finalmente tan exhausto como aterrado, perplejo ante la deshumanización total que había contemplado. Pero The Salt of the Earth (2014), como alivio entre tanta ignominia, muestra también cómo de vuelta en su Brasil natal luego del exilio, Salgado encuentra en la tierra, en la naturaleza, en la reforestación del hogar donde creció, una misión más grande, una nueva conexión con la vida y el sentido de la propia humanidad, la sal de la tierra.
Lejos de su apogeo como una de las protagonistas más destacadas de la Nouvelle Vague, Agnès Varda (con 89 años y tan vital como siempre), se une al célebre y joven fotógrafo JR, con quien comparte una inusual amistad, en un viaje que documentaron en Visages Villages (2017), en el cual recorren por carretera varios poblados rurales de Francia, una cara poco conocida de este país. JR, artista callejero y reconocido por sus instalaciones fotográficas de gran formato en los sitios menos esperados guía a Varda para conocer al obrero francés, entre campos de cultivo y fábricas, para retratarlos y exponer estas enormes fotos en sus propios hogares o sitios de trabajo. Mientras conocen a trabajadores y campesinos, sus historias maravillosamente complejas y sus entornos, ocurren también las conversaciones entre ambos artistas enormes. No hay política, solo la vida misma y la importancia de observarla, pues plantea la posibilidad de dejar de verla (la propia directora se enfrenta al deterioro de su vista). A esta visión benévola, pero no ingenua ni sensiblera, de las personas y sus relaciones, incluso le da tiempo de incluir un atisbo a la compleja amistad que han tenido Varda y Jean-Luc Godard a lo largo de 60 años de historia cinematográfica.
Pensemos quiénes son las personas que habitan el último rincón del mundo, el territorio más reciente en colonizarse, el más inaccesible y ajeno a lo que conocemos por vida normal: la Antártida. Pensemos cómo llegó, cuáles fueron los motivos para acabar en ese sitio casi alienígena del constructor, la enfermera, el conductor, el cocinero, la científica, el investigador. A qué se dedicaban antes, y por qué ahora son capaces de soportar la vida a punto de congelación, con seis meses de luz solar incesante y seis de total oscuridad. Eso se pregunta Werner Herzog, quizá el más importante documentalista vivo y que ha hecho sus preguntas en los sitios más sorprendentes y a las gentes más diversas. Muy al estilo del cineasta alemán, sus imágenes y entrevistas con los distintos personajes que pueblan la Antártica son acompañadas de otros deleites visuales gracias a los múltiples paisajes exóticos, brillantes, de esas heladas tierras. Lo que encuentra Herzog para hacer Encounters at the End of the World (2007) es un compendio sorprendente de viajeros empedernidos, amantes del descubrimiento científico y del pensamiento, que no encontraron frontera difícil de cruzar hasta acabar nada menos que en el territorio más remoto del planeta. E incluso ahí siguen descubriendo las pistas que tanto buscan sobre el sentido de la vida y los misterios que conforman al mundo, así como los tristes efectos de nuestra sociedad sobre éste.
Pintora, músico, compositora, dibujante y artista experimental de performance, la multifacética creadora estadounidense Laurie Anderson comenzó este filme cuando una televisora europea le encargó hacer un proyecto audiovisual personal, sin restricciones. Ella partió de la relación entrañable que vivió con su pequeña perra rat terrier, Lolabelle, y su reciente muerte, pero además prosiguió con las exploraciones de otras muertes cercanas y sus duelos. Para hacerlo, arma por episodios divididos claramente en tema y estilo (visual y sonoro) collages de fotografías y videos familiares, animación y sus recuerdos y propias narraciones. Lo que resultó en Heart of a dog (2015), un cine-ensayo acerca de las huellas que deja la muerte, la pérdida, el duelo, al tiempo que son semilla de nuevas identidades y caminos, finalmente una oda a la vida. Laurie Anderson, viuda de Lou Reed, parece dejar al final las resonancias de la muerte entonces reciente del líder de The Velvet Underground; lo cierto es que, aunque se aborda al último, se trata de la reflexión hiladora de todas las demás ideas de la autora en torno a la luz que prosigue al vacío.