“Armas con tu vida alguna historia donde sin pena ni gloria
No comprendes ni el final”
La muerte es uno de los temas predilectos de la cultura mexicana, desde el culto al Mictlán en la raíz prehispánica mexica hasta la tradicional espera por los fieles difuntos los días 1 y 2 de noviembre. En México la muerte viste de colores y es motivo de sátira, burla y caricatura, o bien, destino implacable, iniquidad perpetrada por el otro o dulce sueño por el que se espera. El rostro de la huesuda está en el papel picado y en la obra de los maestros del arte gráfico y pictórico, en la atmósfera de ultratumba de Macario y en la crudeza de Los olvidados, en la espesura que recorre los cuentos del Llano en llamas de Rulfo, en el trayecto de El luto humano de Revueltas y en las décimas de Villaurrutia… y por supuesto, en la música.
Sones y corridos, huapangos y boleros, música para cámara o canción tradicional, no hay un solo género de la música mexicana que se resista al beso de la flaca calavera. En este Pantalla sonora hemos ido tras su pista en el rock nacional, ahí la muerte acecha junto al rostro de los marginados y de los desencantados, se esconde detrás de nuevas formulaciones del vernáculo nihilismo que señala que la vida no vale nada; pero también es burlada por ficticios alucardos (vampiros mexicanos) y espectros a los que la rigidez del sepulcro no logra someter, imaginarias orillas de la existencia humana que, al fin y al cabo, se definen en función de esa terrible amante, delgada dama, tiznada, fría y democrática.
Ícono del rock rupestre, cantautor tamaulipeco que en la ciudad encontró los motivos de su lírica mordaz y desaliñada, el profeta del nopal, el gran Rockdrigo González nos legó este tema que aparece en la cara A de aquel mítico y único casete que grabó, las Hurbanistorias, de las que esta crónica sobre el dolor del amor se une a la desazón de caer en cuenta de la indiferencia de las personas, una vida que transita entre hubieras y las posibilidades que no se realizan, reconoce que al final: Cuando tenga la suerte / de encontrarme a la muerte / yo le voy a ofrecer / todo el tiempo vivido / y este vaso henchido / por un distante instante / un instante de olvido.
La frase dio título a una película protagonizada por el Pachuco de oro, el gran Tin Tan, una comedia dirigida por Ismael Rodríguez (1951) en la que Germán Valdés interpreta a uno que anda en busca de la muerte porque está supuestamente desahuciado; no es casual que en alguna ocasión Saúl Hernández dijera que la canción era una burla a la visión que de la muerte tiene el mexicano. Mucho se dice que el mexicano no le teme a la muerte, pero esta gallardía es proporcional a la convicción de que “la vida no vale nada”; así, a la belleza de la primera estrofa de este que fue el EP con que Caifanes se dio a conocer comercialmente ‒pues por entonces, haciendo honor a su nombre, sólo eran conocidos en la escena underground‒, siguen los versos lapidarios y existencialistas: esta enfermedad es incurable / esta enfermedad ni con un Valium; esta enfermedad que es la vida, enfermedad mortal.
El Haragán y Cía, banda icónica del denominado rock urbano, lanzó en 1990 su álbum debut Valedores juveniles que contiene Mi muñequita sintética, Él no lo mató y este tema, verdaderos referentes de los avatares que padecen las juventudes de las clases bajas de la urbe. En sus letras, Luis Álvarez retrató la delincuencia, la drogadicción y otros problemas que derivan de la marginalidad, que sume a quienes la padecen en una convicción de que no hay futuro y en el desasosiego de no poder salir de la precariedad. Si se preguntara a esas vidas dejadas a la inercia la razón de su quietismo seguro señalarían: No estoy muerto, simplemente estoy cansado de vivir la vida así, estoy en crisis.
Los hombres son mortales y la certeza única de la muerte es para muchos razón de zozobra, miedo y angustia; mientras que, entre los no mortales, para los vampiros la vida eterna es un verdadero suplicio. Desde las venas del rock gótico de nuestro país, este tema de Santa Sabina canta la condena de Louis, el amante de la sangre que confiesa su historia en Entrevista con el vampiro de Anne Rice (1976), en la inigualable interpretación de esa mujer vampírica, bruja y soprano, Rita Guerrero ‒quien además es la autora de este tema‒, conocemos la tragedia de esa orilla de la vida humana representada por el vampiro, ser abandonado por la muerte, condenado a llevar a cuestas la eternidad.
La Malinche, Tonantzin, La Llorona, María Guadalupe o sólo María, y así cualquier mujer en México, mistificada y estereotipada, santa o pecadora, da igual, su destino parece ser siempre el del alma que pena, sufre y llora. Sobre ese fantasma habla esta canción de los Tacvbos, un bolero con el que mostraron el amplio rango musical y la tremenda tradición y folclore de su propuesta musical con su debutante Café Tacvba de 1992; el video honra la textura de la cinematografía de la época de oro y está protagonizado por Ofelia Medina, cuya belleza excepcional recuerda a las grandes musas del cine mexicano y las-nos reivindica a todas con esa risa sinvergüenza y triunfal.
Del panteón de Dolores sale el fantasma del pachuco bailarín, el Rey del barrio, gracias al conjuro que La maldita vecindad y los hijos del quinto patio realizan en esta canción a través de El cocodrilo, el Fairlane 57’ que servía como taxi en los 50 y recorría las calles de la Ciudad de México con su pintura en verde y negro, y dos largas hileras de triángulos blancos como colmillos.