“La música bajó de los árboles y nos siguió por las llanuras
La música enseña, sueña, duele, cura,
Ya hacíamos música
Muchísimo antes de conocer la agricultura”.
Nació en un país con el nombre de un río, de padre judío sobreviviente de la Alemania nazi y madre con las raíces en la tierra latinoamericana, del gaucho sur y del oeste brasilero. De niño escuchaba fascinado las cintas que su padre tenía con su selección personal de temas de los Beatles, también tomó algunas clases de piano con una vecina, pero el gran hito aconteció cuando recibió su primera guitarra, un regalo de uno de sus tíos, y comenzó entonces a estudiar música e instrumento formalmente. Ya joven, estando en la universidad, ganó un certamen de cuento en el que Eduardo Galeano fungió de jurado; y fue así como reconoció que tenía talento con las palabras y no sólo fascinación hacia ellas.
En un punto dado, aquel joven Jorge Drexler se animó a escribir su primera canción, a unir esas dos pasiones antes separadas: la música y la escritura. Grabó sus primeros dos discos con dinero de su propio bolsillo, él vivía para la música y se repartía entre guardias en el hospital y algunas presentaciones y recitales en la ciudad. A ese montevideano al acecho de la inspiración, con la bata de médico guardada en la caja de la guitarra, no se le ocurría que un día llegaría la fama o que podría vivir de la música, entretanto guitarra y voz daban cuenta de una rica herencia de ritmos y que todo él, cual diapasón, resonaba con el eternamente nuevo espíritu del cantautor.
El gran Joaquín Sabina se presentaba en su ciudad y él era uno de los músicos convocados a abrir las presentaciones. Después de uno de los conciertos, el mítico cantautor mandó llamar al telonero, le pidió que tocara una de sus canciones porque uno de sus músicos le había hablado de él con entusiasmo; Jorge comenzó a tocar delante de aquella leyenda viva de la que apenas sabía algunas cosas, el maestro le pidió repetir la ejecución, lo interrumpió a la mitad y le propuso seguirlo hasta España para catapultar su carrera, una promesa que refrendaba llegado el amanecer en cada bar con cortinas cerradas al que acudían después de cada presentación. Esta divertida anécdota pasó a convertirse hace poco en una canción y de esa delirante aventura vino Frontera (1998), un disco con mesurado éxito que patentiza la conciencia trashumante que tiene el músico sobre sí y sobre la especie misma: Yo no sé de dónde soy, mi casa está en la frontera. Y las fronteras se mueven como las banderas... Soy hijo de un forastero y de una estrella del alba... Jorge entiende que alrededor de nuestra matria estelar, no somos más que un fugaz instante en la edad del cielo.
El tema homónimo de Sea, lanzado en el 2000, es tal vez uno de los más conocidos del uruguayo y en 2009 fue elegido por Mercedes Sosa para su compilación de duetos Cantora. Con esta colaboración Drexler materializó un sueño: la canción Al otro lado del río, creada para la película Diarios de motocicleta (Dir. Walter Salles, 2004) iba a ser interpretada originalmente por Mercedes, lo que sucedió fue que la producción decidió quedarse con su interpretación, una grabación que Jorge había enviado en calidad de maqueta a la mañana siguiente de haber leído el guion, él estaba de vacaciones en casa de unos amigos pero había soñado con la letra y al levantarse puso manos a la obra con los elementos que tenía a disposición. Esta canción lo puso en los reflectores internacionales: era la primera en idioma español en ser nominada a los Oscar, sin embargo, los organizadores del evento de 2005 optaron por Antonio Banderas y Carlos Santana para interpretar el tema en la gala; cuando Jorge Drexler subió al escenario a recoger la dorada presea en lugar del tradicional discurso entonó contestatario su canción .
Un año antes de los referidos hechos había aparecido Eco, el álbum que contiene otro de los grandes éxitos del músico, Todo se transforma, inspirado en la ley de la conservación de la materia de Lavoisier que señala que en un sistema cerrado nada se crea, nada se destruye, todo se transforma. En más de una ocasión Drexler ha referido la influencia del poeta Ernesto Cardenal y su Cántico cósmico en la hechura de este disco, de lo que bien puede dar cuenta Polvo de estrellas: Una vida lo que un sol / Una vida lo que un sol vale. Pero si hay un tema con el que este hombre luce su talento, cultura e ingenio es la Milonga del moro judío, una canción escrita en décimas, la misma métrica detrás de nuestro preciado son jarocho pero que vino desde España junto con la guitarra y de la que muchos otros países de Latinoamérica se han apropiado en sus ritmos más tradicionales; la escritura de estas décimas fue un desafío de Sabina, al que Drexler respondió con poesía acompasada al ritmo de la milonga, esa música tan pretendidamente rioplatense viene también de otro lugar y de otro tiempo, como todo lo que creemos más identitario y propio, incluidos nosotros mismos:
Al genio, ingenio y conciencia terrena, histórica y cósmica de Jorge Drexler hay que sumar siempre el amor ‒el amor, esa palabra‒, eso sobre lo que uno cree que “ha inventado algo y siguen siendo las mismas las canciones” tiene en Drexler un repertorio vivificante que permite creer en algo parecido a la predestinación como en Deseo, recrearse en el recuerdo de la plenitud del encuentro amoroso como en Horas o reconocer el inconmensurable valor de la presencia de las personas en nuestras vidas como en Me haces bien. Pero no es la luz lo que importa en verdad, son los 12 segundos de oscuridad, como los que tarda en girar el foco del faro de Cabo Polonio en Uruguay, uno de los sitios de inspiración del músico; azul como la melancolía, el álbum 12 segundos de oscuridad (2006) acentúa la desazón del desamor, lo volátiles que son los vínculos amorosos como paradojales son las hiperconexiones del mundo actual, el peso vital de la soledad y la revelación de los claroscuros:
Los versos melancólicos abren paso a una fiesta en directo en Amar la trama de 2010, una reconciliación con la vida, lo efímero y lo momentáneo: yo estoy aquí de paso, yo soy un pasajero (Tres mil millones de latidos)… la vida puede que no se ponga mucho mejor que esto (Todos a sus puestos)… se llora lo que se llora, uno no elige de quién se enamora ni elige que cosas a uno lo hieren… (Aquiles, por su talón es Aquiles)… Ante todo, amar la trama más que el desenlace:
Drexler pasó su niñez y juventud bajo el régimen dictatorial de su país, la rigidez y la represión, ha dicho, es algo que se cuela muy adentro, hasta los huesos; para borrar esa memoria del cuero, el músico cedió su máxima que dice que “los músicos no bailamos” a los ritmos del cono sur y se asentó una temporada en Colombia para alumbrar, a la luz de un arcano fuego caribeño, Bailar en la cueva (2014), un álbum que busca llamar al cuerpo a danzar, esa práctica que al igual que la música es una expresión ancestral de la cultura, anterior a la agricultura y la escritura mismas. Este disco suma colaboraciones con Caetano Veloso (Bolivia), Ana Tijoux (Universos paralelos) y Li Saumet de Bomba Estereo en el tema que da nombre al disco, manifiesto artístico de la fosforescencia corporal en su movimiento.
La primera guitarra de Drexler es de Paracho, Michoacán y el más reciente de sus discos fue grabado en nuestro país, en los Estudios Noviembre en la Ciudad de México. Salvavidas de hielo (2017) es un viaje por la acústica de la guitarra, todos los sonidos incluidas las percusiones provienen de la exploración del instrumento propio del trovador. Con él arrasó en los Grammy Latino de 2018 ‒oro al mejor álbum, grabación y tema del año‒, opacando a figuras del llamado género urbano como Rosalía y J Balvin; cuenta con las voces de Julieta Venegas, Natalia Lafurcade y Mon Laferte; en él homenajea al crucial Joaquín Sabina y a Leonard Cohen; pero ante todo, contiene una odisea sobre nuestra especie en viaje y, para encarnar esa travesía que hemos hecho a través del universo y sobre la geografía de nuestro mundo, Drexler eligió a Lorena Ramírez, ganadora del Ultramaratón de 100 km. de Los Cañones de Guachochi en 2017, corredora del pueblo de los pies ligeros, los rarámuri.
A Drexler, al igual que a todas las personas que habitamos este planeta, la pandemia lo obligó a parar. Estaba en medio de su gira Silente, un espectáculo en el que sólo aparecía acompañado de su guitarra; se encontraba en San José, Costa Rica, las autoridades habían dado aviso de la emergencia sanitaria y decidió cancelar las dos fechas que tenía en el Teatro Melico Salazar para el 10 y 11 de marzo, sin embargo, ofreció el show sin público a través de su canal en YouTube donde compartió además una canción sobre la pandemia: Codo con codo. El pasado 5 de julio ofreció otro concierto sin público a través de sus redes sociales en el que convocó a personas de los rincones más insospechados del globo. Hoy, aún en la incertidumbre de los rumbos pandémicos y el mundo post-covid en esta Pantalla sonora celebramos el cumpleaños 56 (21 de septiembre) de este hombre que dejó las filas de la medicina para entregarse a un oficio igual de importante y humanitario: la música enseña, sueña, duele, cura.