"En el principio había sido el Caos, mas de pronto aquel lacerante sortilegio se disipó y la vida se hizo. La atroz vida humana".
Como quien lleva en el pecado la penitencia, este hombre llevaba el destino en el apellido. Hijo menor de una familia pródiga en talentos: una actriz, un músico, un pintor y él, escritor, famoso más por los reveses de su biografía que por su obra literaria: muy jovencito se enlistó en el Partido Comunista y aquella audacia le valió su primera estancia en prisión, no en cualquiera, sino en las lslas Marías; fundó un partido político, la Liga Leninista Espartaco, del que ‒al igual que del PCM‒ fue expulsado por crítico rebelde defensor de la libertad de expresión; se unió a la causa de los estudiantes en 68, fue preso luego de aquella noche terrible de octubre y pasó una temporada en Lecumberri. En el caso de José Revueltas, su obra literaria está hecha de estos reveses, como Los muros de agua y El apando, textos desde y sobre el encierro carcelario, o toda la crítica al comunismo de su época, hoy extinto, en Los días terrenales.
Marxista leninista y escritor, en él una cosa exige la otra, la lucha social se hace igual en las calles que en las páginas que se escriben. Rulfo lo señaló como el antecedente necesario de su obra y para Paz era “uno de los mejores escritores de mi generación y uno de los hombres más puros de México”; Sarte, Neruda y Henry Miller abogaron por su excarcelación de Lecumberri, así y con todo, Revueltas renegaba del apelativo de intelectual tanto como del hipocorístico Pepe. Escritor apenas leído, sus personajes se entregan a hondas reflexiones sobre la condición humana, sobre la política, sobre el mundo por venir, sobre la soledad, sobre la existencia, sobre el encierro, sobre la muerte, sobre la atroz vida humana; estas cavilaciones alcanzan cimas filosóficas que revelan al pensador.
Sus ideas sobre la soledad, el prójimo, la solidaridad, la vida y la muerte, desarrolladas aquí y allá en sus escritos, representan la más osada revuelta de Revueltas, por cuanto rompieron y rompen con lo que de habitual se tiene por estos términos, por cuanto ponen en entredicho incluso las convicciones más revolucionarias. A esas ideas revoltosas de José Revueltas está dedicado este Con-Ciencia, a las mundanas revelaciones de Los días terrenales, nombre de una de sus novelas, así como de su obra toda, como él mismo señaló en alguna ocasión.
¿Podría ocurrir que alguien sentara las bases de una ética a propósito de haber pisado una deyección humana? En una situación así, antes que ideas, se agolpan el asco y el enojo, que revelan la repulsión que nos causan nuestros horribles, sucios y asquerosos semejantes. Esto, sin embargo, es problemático a la luz de ideales como la justicia social o la igualdad entre los hombres, pues de forma implícita suponen si no un amor al prójimo, sí el reconocimiento de su valía y dignidad; en abstracto todo eso va muy bien hasta que topamos de frente con la inmundicia de nuestros prójimos, para Revueltas no se trata de reprimir la repulsión que se suscita en estos casos sino advertir que gracias a ella no atentamos hacia nosotros mismos: si no viéramos y juzgáramos en el espejo del otro los vicios y la suciedad, lo haríamos en nosotros mismos, lo cual quizá terminaría en un autodesprecio suicida.
Cierto que la del comunismo es una lucha por crear una sociedad más justa y equitativa, y alguno podría pensar que logrado esto el hombre sería entonces feliz; nada más contrario al parecer de Revueltas, para quien la verdadera dignidad del hombre viene de la conciencia de que morirá, lo cual lleva al dolor, la desesperanza y la soledad más puras. Creer que el hombre está destinado a la felicidad es una obstinación utópica, “Hay que decirlo a voz en cuello: el hombre no tiene ninguna finalidad, ninguna ‘razón’ de vivir. Debe vivir en la conciencia de esto para que merezca llamarse hombre”. Revueltas existencialista, no creía que la lucha social debiera promover la ufana dicha sino la libre desdicha humana, la desesperanza de saberse materia que piensa, que sufre por ser parte de un mundo inaprensible, que sabe que morirá, que su existencia es gratuita y que aparte de esto lo único que le es realmente propio es su soledad.
Tan milenario como el misterio del ser del mundo y de las cosas es el misterio de nuestra propia naturaleza, a la pregunta por el ser del hombre se ha dado por respuesta la bondad o maldad innatas, la nobleza de espíritu o la superioridad moral; Revueltas exige dejar de pensar al hombre en abstracto e idealizarlo, y mejor volverse a los hombres concretos, nuestros contemporáneos, ‘esencialmente’ sucios, innobles, ruines y despreciables, y va más lejos: nada de lavarse las manos por sentir que uno es mejor persona que los criminales, tendríamos que avergonzarnos y responsabilizarnos por ellos, por cuanto las bajezas las cometen esos otros que sin embargo son nuestros semejantes. Una solidaridad que exige la responsabilidad común tanto en lo bueno como en lo malo.
Revueltas también tiene sus convicciones sobre los dos grandes tópicos de la humanidad. Sobre la muerte: es nuestro signo y definición, no podremos despojarnos de ella jamás, entonces, se pregunta Revueltas ¿por qué no reconocerla, no amarla como parte que es nuestra, en lugar de engañarnos y mentirnos sobre ella? En esto se juega la auténtica dignidad, insiste Revueltas, en aceptar la incertidumbre, el desasosiego como la verdadera condición humana. Sobre la vida: “es algo muy lleno de confusiones, algo repugnante y miserable en multitud de aspectos, pero hay que tener el valor de vivirla como si fuera todo lo contrario”.