Por: Mariana Casasola

La experiencia transgresiva. Eros en el cine

Proyección de sueños, extensión del cuerpo, agente disruptivo. El cine ha sido desde sus inicios un emocionante espectáculo que siempre ha abordado de una u otra forma a la sexualidad, trama tan esencial en la vida humana. Pero en la historia de esta relación también se encuentran inherentes la moral y la censura, obstáculos con los que han lidiado contantemente los cineastas de todo el mundo, desde tiempos del cine mudo hasta nuestros días. Así que más allá de la filmación del acto sexual (tema relacionado por décadas a la mera pornografía), los directores de cine han tenido que recurrir a la sugestión, al ingenio, a la metáfora, y con todo ello al erotismo.

Revisando la centenaria historia del cine encontramos cómo cada país ha restringido en mayor o menor medida las representaciones en torno al sexo. Por ejemplo, en el Hollywood de los años 30 y su severo Código Hays que no admitía siquiera insinuaciones de relaciones físicas entre hombres y mujeres, ya ni hablar de sexualidades diversas. Fue hasta la década de 1960 y principios de los 70 cuando se vive en todo el mundo una liberación excepcional en la que incluso películas pornográficas ganaron popularidad. En Estados Unidos, películas como Garganta profunda (1972) y El Diablo en Miss Jones (1973) atrajeron audiencias masivas. Y a nivel internacional, películas de autor como Soy curiosa. Amarillo (Suecia, 1967), Emmanuelle (Francia, 1974) y Deux Femmes en Or (Canadá, 1970) también estaban haciendo olas.

Así, a diferencia de otros géneros en el cine, como por ejemplo el horror, el erotismo responde al momento, pues como vemos los hábitos y la moral van cambiando. Hoy en día la cuestión del erotismo parece más accesible que nunca, pero la realidad es que en la pantalla grande aún experimenta cierta estigmatización. Por ejemplo, aún son limitadas las representaciones de las diferencias socioculturales o de las variadas orientaciones sexuales, muchas de las cuales han debido mantenerse ocultas por demasiado tiempo.

A pesar de todo estigma o limitación, a pesar de la época y sus correspondientes atropellos, lo cierto es que en el corazón del atractivo del cine siempre ha estado su erotismo y en el corazón del erotismo siempre ha estado la transgresión. A partir de este entendido, dedicamos este Top #CineSinCortes a aquellas películas que en distintas épocas y latitudes se han encargado, entre polémicas y restricciones, de explorar las posibilidades de la experiencia cinematográfica en torno al deseo, al erotismo, un asunto que a final de cuentas une a toda la humanidad.


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Bella de día (1967)

Uno de los más grandes maestros del erotismo en el cine es sin duda alguna Luis Buñuel. Para él cada historia estaba asociada constantemente al deseo velado, la pasión, la sexualidad, pero su cine jamás cayó en la pornografía, por el contrario, sugería, no mostraba, se dirigía a la imaginación del espectador, siempre respectando el carácter sagrado del amor y sus misteriosas manifestaciones. Como buen surrealista, hasta su fino humor estaba asociado al erotismo, porque pensaba al deseo como el motor del mundo. De entre su obra es difícil elegir una sola para ilustrar esta maestría, pero quizá la más famosa sea Bella de día, en la que una hermosísima Catherine Deneuve interpreta a Séverine, la bella pero aburrida esposa de un rico cirujano parisino, que se somete a sus deberes conyugales raramente y de mala gana, y cuyos sueños sadomasoquistas de degradación encuentran una salida cuando toma un trabajo en un burdel parisino donde pasa sus tardes como un objeto fetiche y de fantasía para una variedad de extraños clientes. A medida que aumentan sus fantasías de humillación, ella, y quienes observamos, ya no podemos discernir la ilusión de la realidad. Esta película no solo aborda algunos de los temas favoritos de Buñuel, incluida la hipocresía burguesa y la noción de culpa, Bella de día también abrió caminos poco abordados en la época al explorar el vasto territorio del deseo sexual femenino, las expectativas dentro del matrimonio y las dinámicas de poder involucradas en las relaciones sexuales.



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El imperio de los sentidos (1976)

El erotismo cinematográfico tiene en El imperio de los sentidos un clásico difícil de igualar, y al que hay que referirse siempre. Esta fue la cúspide de una ola de películas de autor que mostraban al fin tantas imágenes sobre la transgresión sexual, pero ninguna se comparó con esta obra de época bellamente diseñada que presentaba escenas de sexo explícito y violencia, todo observado con una objetividad imperturbable. Nagisa Oshima, uno de los directores emblemáticos del cine japonés, realizó esta historia basada en un hecho ocurrido en la realidad en Japón, en 1936: una exprostituta que ahora trabaja en un restaurante comienza una aventura con el dueño del restaurante. Su relación los va consumiendo a medida que se retiran del mundo para explorar su pasión; una sed que finalmente culmina en el sadomasoquismo y la muerte. Más allá del sexo explícito, permanece como un espectáculo inigualable sobre un abandono erótico tan absoluto que crea su propio mundo: uno realmente puede oler la habitación en la que los amantes se aíslan de todos y de todos, sus esteras empapadas de sake, sudor, semen, orina y, en la impactante secuencia final, incluso de sangre.


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Los soñadores (2003)

Varias décadas después de su hito El último tango en Paris, Bernardo Bertolucci filmó su amorosa mirada hacia una época en la historia francesa que él mismo vivió intensamente, época empapada de liberación sexual, cine vanguardia (la Nueva Ola francesa) y de revoluciones sociales (los disturbios de mayo de 1968). Los soñadores retrata un triángulo amoroso entre un joven estadounidense y una hermana y hermano gemelos. Al estilo típico de Bertolucci, las posibilidades del cine y el erotismo parecen ilimitadas, tanto liberadoras como aterradoras, pero la agitación política del mundo exterior pronto vuelve a todos a la realidad. Aunque la atención de Bertolucci está absorbida por el romanticismo de los tiempos, también logra retratar esa incómoda relación entre política y sexualidad. Donde una llama a la calle, al activismo, el otro hace a sus protagonistas quedarse en la cama como amantes, de acuerdo con esa tentación siempre presente en el amor y el Eros de desconectarse del mundo y crear un cielo erótico privado, solo por un momento más, antes de que sea inevitablemente arruinado por los dramas de la vida.


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Las oscuras primaveras (2015)

Como un ejemplo más cercano, en México contamos también con filmes que exploran las posibilidades del erotismo en sus tramas. Unas de las más recientes, aunque injustamente poco celebrada, es la película de Ernesto Contreras Las oscuras primaveras; la historia de dos amantes que recién se conocen se consumen en enormes deseos de estar juntos, pero tendrán que llevar su pasión en la clandestinidad debido a sus vidas (él es casado, ella madre soltera), situaciones que los llevan a cometer las más absurdas locuras con tal de encontrarse. Las tensiones pasionales que es capaz de representar Contreras tienen su apoteosis en un final que entreteje tanto el erotismo como la culpa que desencadena, y va más allá de la convencional historia de infidelidad. La primavera como telón de fondo observa a los solitarios personajes en busca de su deseada libertad.


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La doncella (2016)

Cuando se explora el erotismo en el cine normalmente parte de las relaciones heterosexuales, incluso hoy en día. Por eso cautivó y escandalizó por igual, aún en pleno nuevo milenio, este thriller erótico sobre un romance clandestino entre dos mujeres en Corea de la década de 1930, una obra de Chan-Wook Park que regresó al género a sus raíces transgresivas. Esta cinta gira en torno a una joven heredera, huérfana, que es obligada por su acaudalado tío a leer pornografía en voz alta ante un grupo super exclusivo, casi un culto, de hombres pudientes; y su relación con su joven sirvienta que en realidad fue contratada por un oportunista para casarla con este último y robarle su cuantiosa herencia. Pero lo que surge entre estas jóvenes es lo mejor de la película, una relación tremendamente erótica de una sensualidad que va en escalada entre los inesperados giros de la trama.