Por: Arody Rangel

Godard. El cine es verdad a 24 fotogramas por segundo

Nació un tres de diciembre de 1930 en el seno de un matrimonio francosuizo, en París, pero vivió su niñez en Suiza ‒y ahí vive ahora, alejado del mundo‒. De visita en Francia, tras el estallido de la latente segunda guerra, la capitulación frente al ejército nazi lo confinó a pasar una temporada en la Francia ocupada ‒ ¿Cómo se pasa el tiempo mientras afuera se consuman los hechos que hacen sentir vergüenza de ser un hombre?‒, son los tiempos en que las noticias se dan todavía en las salas de cine ‒La pantalla muestra imágenes en movimiento, registrar el movimiento, el tiempo que es movimiento, es cuestión de tiempo‒.

El joven Jean-Luc pasó una adolescencia errante, entre Suiza y Latinoamérica ‒su padre había montado una clínica en Panamá huyendo del pavor nuclear que despertaba la Guerra Fría‒; como pintor ‒de azules cuadros, ¿entraña el color algún trascendente significado? No, era el único en la paleta‒ y trabajador de una construcción en los Alpes ‒donde hizo su primer filme, Operation Béton de 1958, que documenta esa empresa‒; de ser rechazado de la escuela de cine de París a estudiar Etiología en la Sorbona y acudir a los ciclos de cine de La Cinemàteque del barrio latino; fue ahí donde se topó con Jacques Rivette, Claude Chabrol y François Truffaut, los jóvenes críticos de cine que llevaban la revista Cahiers du Cinemá ‒hacer crítica de cine es también hacer cine‒ y así comenzó todo.

En ese genial círculo obtuvo Godard su formación teórica y se unió a la crítica con Hacia un cine político de 1959. Arribaba la Nouvelle Vague, los críticos de Cahiers du Cinéma tomaron las cámaras y salieron a la calle para refrescar el cine de esa patria que había caído en una pesada superficialidad; contra la industria cinematográfica que sólo tenía interés en la velocidad y exhibición de las producciones, estos jóvenes elevaron la figura del director de cine a la de autor y artista, ligado indisolublemente a su obra. El joven Jean-Luc asistió a Rohmer y a Rivette en sus primeros cortometrajes, y cuando Chabrol le dejó su puesto como director publicitario de la 20th Century Fox, Godard obtuvo por fin su formación técnica.

Este hombre, considerado el rockstar de esa cierta tendencia del cine francés, la Nueva Ola, cumple 89 años. En este Top #CineSinCortes celebramos su cine que causó una gran sacudida al montaje y a las narrativas clásicas; de todos los autores de la Nouvelle Vague es sin duda el más experimental y sigue activo ‒Adiós al lenguaje, su película de 2014 es 3D y El libro de imágenes, su más reciente obra se estrenó el año pasado‒. Personaje con mal genio, socialista, loco de amor y siempre avant garde, así es Jean-Luc Godard.


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Pasión y revolución

La primera película de la denominada Nouvelle Vague fue Le beau Serge de 1958 dirigida por Claude Chabrol, pero su éxito inaugural vino con Les 400 coups de Truffautt, que recibió la distinción a mejor película y mejor director en Cannes en 1959. Los jóvenes críticos soltaron la pluma y empuñaron la cámara contra el cine francés de los cincuenta, frío e intelectual, y empezaron a experimentar con los elementos de sus directores predilectos ‒John Ford, Alfred Hitchcock, Fritz Lang, Roberto Rossellini, por mencionar algunos‒.

El manifiesto de la Nueva Ola, pasional y revolucionario como no puede ser de otra forma, lo filmó Godard en 1960. Con un desafiante guion de François Truffautt, À bout de souffle (Sin aliento), es la historia de un criminal de poca monta, interpretado por Jean Paul Belmondo, y su novia, encarnada por Jean Seberg; la película se voló las reglas del montaje y derrumbó la cuarta pared, Godard elevó el corte y lo concibió como pensamiento, y desde este momento, las citas y otros elementos tomados de otras artes serán su firma. Icónica se ha vuelto también Bande à part (1964), con el triángulo amoroso interpretado por Anna Karina, Sami Frey y Claude Brasseur corriendo a toda prisa por el Louvre o montando una precisa coreografía en algún café (escenas homenajeadas por Bertolucci en The Dreamers y Tarantino en Pulp Fiction, respectivamente).



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Je suis Jean-Luc Godard

Con un estilo definido ante todo por la experimentación, Jean-Luc rodó muchos de los largometrajes de referencia de la Nouvelle Vague con los rostros que se volverían sus máximos representantes. La mayoría de los actores eran inexperimentados, al igual que los mismos directores, y en el caso de Godard está la dupla que formó con Anna Karina, musa y amante; su encanto y belleza están en montones de fotogramas que han hecho historia, pero destaca la secuencia de Vivre sa vie (1962), en la que JLG rinde franco homenaje a La Pasión de Juana de Arco de Dreyer, las lágrimas se suceden sobre las mejillas de Nana y tanto el artista como el pensador se revelan en el gesto.

En Le Mépris (1963), se anuncia ya el conflicto de aquella pareja que echaba chispas, todo parece indicar que los personajes de Brigitte Bardot y Michelle Piccoli interpretan a Jean-Luc y Anna, y no a los ficcionales Camille y Paul. El grande del expresionismo alemán, Fritz Lang, aparece interpretándose a sí mismo en el filme, luego tuvo lugar una conversación real entre los dos cineastas, El dinosaurio y el bebé, en la que un Godard medio en pañales le pregunta a aquel veterano sobre su concepción del cineasta y del cine; entre risas y desavenencias, Lang le dirá “Tienes un gran sentido de la visión, ¿por qué es necesario verlo todo? Tienes una visión cuando no es necesario”, a lo que él responderá “Tal vez me interese la totalidad de las cosas, en lugar de algo en particular. Tal vez, al principio, tenga un punto de vista más propio de un documental y el tuyo sea más propio de la ficción, pero después se unen y ambos son necesarios”; el total final de esa conversación es la conclusión de que ambos son unos románticos.


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Amor y locura

Una de las improntas de Godard es el amor, un amor fou, que bordea su cumbre borrascosa en la obligada Pierrot, le fou (1965). Ferdinand (Jean Paul Belmondo) se empalma con Marianne (Anna Karina), un viejo amor, y también con la criminalidad; el destino fatal de este payaso triste enamorado contrasta vivamente con los colores primarios y la lumínica fotografía del filme; la poesía se va quedando entre los diálogos, en off o en las hojas donde Ferdinand escribe y que se vuelven protagonistas. Está también Masculin/Féminin (1966), una especie de radiografía sobre el amor en tiempos modernos en la que los géneros, contrastados de forma aparentemente maniquea, ponen de manifiesto las dificultades que supone tender un puente con el sujeto amado u objeto de deseo; ¿puede darse el amor entre un hijo de Marx y una hija de la Coca-Cola? Entre Paul (Jean-Pierre Léaud) y Madelaine (Chantal Goya) bastan 14 hechos precisos para que se cumplan las palabras de la primera escena del filme “Nunca dos miradas se cruzan”.


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Mayo y Mao

En alguna ocasión, Godard declaró “Me considero un ensayista; sólo que, en vez de escribir ensayos, los filmo”, lo cual vale para todas sus películas, pero destacan aquellas que corresponden a la efervescencia juvenil de Mayo de 68. Para finales de la década de los sesenta, Jean-Luc se había separado de Anna Karina y sus ideas políticas encontraron eco y cauce en el maoísmo; los ensayos que filmó al respecto bien podrían introducir a cualquiera que desee conocer a la juventud de la época y las ideas que incendiaban sus conciencias: La Chinoise (1967), elogio de la Revolución China y del Libro rojo de Mao Zedong, desprecio hacia la Guerra en Vietnam y el capitalismo, y una cátedra de realización cinematográfica de principio a fin; o Le gai savoir (1969), que hace reminiscencia de Rousseau para plantear un método a la vez jovial y revolucionario.


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¿Ensayista, filósofo o artista?

No cabe duda de que Godard es a un tiempo cineasta y filósofo, su Historie (s) du cinéma (1988), un videoensayo de 268 minutos en el que infinitos fragmentos de películas son acompañados por reflexiones en voz de Juliette Binoche, Julie Delpy, Alain Cuny o el propio Jean-Luc arrojan luz sobre la concepción que el cineasta tiene del cine, su filosofía sobre el cine en una melancólica revisión histórica del séptimo arte.