En el Bosque de Chapultepec, en Chivatito esquina con Reforma, se encuentra un lugar casi secreto, en él, entre esculturas y aquella pagoda que obsequió el pueblo coreano a México en 1968 con motivo de los juegos olímpicos, se reúne a diario un numeroso grupo de adultos mayores. Este es su Jardín, su refugio, su segunda casa; al llegar, dejan tras sus puertas la pesada carga de los años, de sus problemas familiares y del estigma social que señala que las personas de su edad están incapacitadas, que no tienen más que hacer que quedarse en sus casas a esperar el final. Echados a un lado la carga y los prejuicios, dentro de estas puertas respiran con libertad, se encuentran con sus semejantes, surge la amistad, la camaradería e incluso el amor. Aquí descubren talentos y capacidades que no imaginaban tener, se redescubren, se reconocen y se dignifican.
El Jardín de Adultos Mayores “Euquerio Guerrero” ofrece, desde su inauguración en 1986, diversas actividades culturales, deportivas, recreativas y educativas exclusivas para adultos mayores de 60 años de forma gratuita. Entre estas actividades se encuentra el taller Abuelos lectores que imparte la maestra María del Rosario Baltazar Munguía de 84 años; todos los martes desde hace seis años la maestra María del Rosario comparte el placer de la lectura con otros adultos mayores, en cada sesión el entusiasmo aflora entre los participantes, se turnan para leer en voz alta, reflexionan y discuten lo leído; al llevar este taller, María se siente realizada por la convivencia y el disfrute manifiesto de sus compañeros.
María nos cuenta que jamás imaginó que se dedicaría a promover la lectura, por muchos años su matrimonio, sus hijos y los quehaceres domésticos la ocuparon por completo; después sus hijos formaron sus propias familias y fue al morir su esposo que comenzó a hojear entre sus libros ‒él leía muchísimo, recuerda‒ y en la lectura encontró tranquilidad para su dolor. Sus hijos la motivaron a continuar con esta actividad y ahora son ellos quienes la proveen de libros. Antes de llegar al Jardín, María se capacitó como abuela lectora y cuentacuentos en el Centro Cultural Tlatelolco, obtuvo un reconocimiento y entró a la Casa Colorada ‒otro de los recintos culturales que se encuentran dentro del Bosque‒ con la firme convicción de compartir lo aprendido; fue ahí donde la descubrió el coordinador del Jardín, quien la invitó a impartir un taller de lectura para adultos mayores.
Estar entre personas como ella, de su edad, y compartir con ellos su gran pasión hizo la diferencia, pues antes leía cuentos para niños, pero lo que realmente disfruta es la literatura para adultos ‒por llamarla de alguna manera‒, los textos de sus autores favoritos: Eduardo Galeano, el que más, pero también Juan Rulfo, Juan José Arreola, Mónica Lavín, Elena Poniatowska, Laura Esquivel, Silvia Molina, Gabriela Mistral, Mario Benedetti, Jaime Sabines y José Emilio Pacheco. Y aunque su taller es sólo los martes, María dedica el resto de la semana a elegir entre cuentos, novelas y poemas, los fragmentos que llevará para la siguiente sesión.
Para María “los libros son los amigos que no nos traicionan, los amigos con los que siempre contamos” y gracias a estos amigos, su familia se ha hecho más grande con sus compañeros del Jardín, con ellos comparte la fascinación por la lectura y otras tantas aficiones, así como sus alegrías y tristezas, “soy muy feliz ‒se dice‒, nunca imaginé disfrutar tanta felicidad” ‒se dice‒. En el Jardín los alientan a romper esquemas y a valerse por sí mismos, y en lo personal, María cuenta con el apoyo de su familia, que se enorgullece de su labor y de que no sea una abuelita convencional, como dice una de sus nietas.
En este Jardín secreto, otros adultos mayores pueden por fin dedicarse a cosas de las que estuvieron privados en su juventud, como atestigua Silvia Mendieta Fuentes de 65 años. A Silvia le encanta bailar y en su adolescencia y juventud no pudo hacerlo debido al prejuicio que existía sobre las jovencitas que iban a los bailes; ahora toma el taller de Bailes españoles en el Jardín y también baila danzón en otros espacios como el Templete de la Ciudadela y el Gran Salón de la Ciudad de México, para Silvia el baile es libertad. Ella nos dice que ha experimentado un cambio en su calidad de vida gracias al baile: llegó al Jardín para salir de una depresión y ahí encontró el distractor para lograrlo, incluso ha dejado de tomar medicamentos.
A lo largo de su vida, Silvia ha superado diversos estigmas y tabúes, como el poner fin a una situación de violencia intrafamiliar y divorciarse, de hecho, forma parte del primer grupo de promotoras contra la violencia intrafamiliar que recibió capacitación por parte del gobierno del entonces DF. Silvia señala que el estigma viene de fuera y es uno quien permite que eso lo defina, ahora que es adulta mayor, combate el tabú de que la gente de la tercera edad está incapacitada y representa una carga, “nos preparamos para continuar vigentes, para ser autosuficientes”, señala. En este Jardín también ha desbancado sus propios prejuicios, como el pensar que no podía convivir y hacer equipo con otras personas debido a su personalidad cerrada; ahora no se concibe sin acudir a las clases de baile y a propósito del Jardín señala “es un placer llegar y saber que está. Es el lugar ideal para estar tranquilo, para estar bien”.
También están los que son más reservados o tímidos, como Víctor Vera Vera de 91 años, quien acude todos los días sin falta a este espacio a las 9 de la mañana desde hace 11 años. Cuando llegó al Jardín después de jubilarse, nos cuenta, la señorita Luz lo estuvo observando y le dijo “usted me gusta para pintor”, a lo que él respondió “¿de brocha gorda?” y ella le dijo que no, que de pincel y lo llevó con el maestro de pintura; desde entonces su rutina es la misma: llega al Jardín, dispone su mesa, su caballete y sus pinturas y se dedica de lleno a sus cuadros hasta la 1 de la tarde. Pintar lo relaja, nos dice, y pasa las horas perfeccionando las técnicas de óleo, lápiz de color y acuarela que ha aprendido estos años.
Víctor jamás se imaginó pintar, para él el Jardín es un lugar precioso y sin igual en todo el país, “la gente es libre, puede hacer lo que quiera” nos dice. Y como muchos otros, tampoco imagina su vida sin este lugar, siente que estar ahí ha mejorado su ánimo y lo ha hecho más longevo y saludable. El Jardín es su segunda casa, sale feliz de ahí, se siente útil y relajado, y aunque sólo de vez en cuando platica con uno que otro de sus compañeros, se siente y se sabe parte de una gran familia.