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El Batallón de San Patricio. La historia de los irlandeses que defendieron México

Por: Sergio Meza
Los San Patricios, por Pino Cacucci (2015)
Gaceta Nº 207 - 16 de marzo, 2024


¡No fueron desertores! Fueron leales a sí mismos, al sueño de ser libres que los trajo a América.
Miguel Ángel Menéndez


Era 1846, la joven Nación Mejicana (nombre oficial que estipulaba la constitución de 1824) vivía una infancia tumultuosa y violenta. En poco más de 30 años de existencia independiente, había pasado de ser un Imperio novato, a una república federalista, luego centralista y una vez más federalista. Había sufrido la pérdida de Texas, su territorio de mayor tamaño, además de la breve escisión de Yucatán, Tabasco y de la República de Río Grande como naciones independientes. En lo que sería una constante para gran parte de su vida, México se encontraba con deudas hasta el cuello, violencia, corrupción y caos imperante a lo largo de su territorio.

Con ánimos expansionistas, el gobierno estadounidense recibía gustoso a la neonata Texas para incorporarla a su territorio. Pero sin ser suficiente, y siguiendo el destino manifiesto que les otorgaba, según ellos mismos, la potestad cuasidivina de expandirse hasta donde les placiera, el gobierno del presidente James K. Polk decidió, sólo porque sí, el establecimiento de bases armadas más allá de la frontera asignada con México. Este acontecimiento, llamado después Incidente de Thornton, desataría la Intervención estadounidense en México, guerra absolutamente injusta que tendría la célebre consecuencia de la anexión norteamericana de los territorios de la Alta California, Nuevo México y Texas. Lo que goza de mucha menor popularidad es el distinguido caso de los desertores extranjeros que abandonaron las filas del ejército norteamericano para unirse a las fuerzas mexicanas: El Batallón de San Patricio. Los desertores eran mayoritariamente irlandeses y alemanes, aunque los registros indican participantes de más nacionalidades como españoles y franceses.

Pero ¿Por qué había soldados irlandeses luchando una guerra entre Estados Unidos y México?

En 1845 se desató en Irlanda la llamada Gran hambruna, quizás la peor en la historia de la isla. Los cultivos de papa fueron arrasados por plaga, y esta representaba la base alimenticia de los irlandeses por razones históricas y económicas. Con más de un millón de irlandeses muertos por el hambre y la enfermedad, un millón más se embarcaron fuera de la isla, la mayoría hacia Estados Unidos.

En ese crisol de culturas por excelencia, los irlandeses se enfrentaron a un hostil clima de discriminación, en parte, sí, por ser extranjeros, pero especialmente por su religión católica, la cual representaba una franca oposición al cristianismo que siempre ha imperado en Estados Unidos. Enfrentando condiciones marginales, no mucho mejores que las que vivían en su país natal, varios de los inmigrantes decidieron enlistarse en las fuerzas armadas del país que, no muy gustoso, los recibía. Guiados por la necesidad y con poco, o nada, en común con sus compañeros de armas, cientos de irlandeses se dirigieron a invadir México.

Bajo este contexto es que nos ubicamos de nuevo en las primeras escaramuzas de la intervención norteamericana. El rostro que representa esta historia es el del John Riley, quien fue el principal organizador de la tropa desertora. Poco se sabe de la vida del Capitán Riley, pero los registros históricos coinciden en que era la columna vertebral del Batallón de San Patricio, uno de los primeros, si no es que el primero, en desertar a las filas mexicanas. Riley relataba que, al cruzar la frontera para asistir a una misa católica, fue convencido por las fuerzas mexicanas para unirse a la defensa del país, al final era tan extranjero en México como en Estados Unidos. La curiosa anécdota ilustra accidentalmente uno de los factores principales que hermanaron a los irlandeses con México: la religión católica.

Los soldados fueron desertando poco a poco, pero de manera constante. Gracias también a los esfuerzos del gobierno mexicano, quienes, desesperados y sabedores de la posibilidad de engrosar el ejército, ofrecían a los soldados mejores condiciones de paga y de vida en comparación al ejército norteamericano, quienes siempre trataron a los inmigrantes con desdén. Tras un tiempo se logró reunir a dos compañías de soldados extranjeros, aproximadamente 200 hombres, quienes fueron unificados bajo el título del Batallón de San Patricio, además de su propio estandarte, una bandera verde esmeralda con un arpa de Erin, símbolo nacional de Irlanda, y la leyenda Erin go Bragh lema de su nación que significa Irlanda para siempre, además de las palabras Libertad para la República Mexicana.

Los San Patricios fueron un batallón especializado en artillería, lucharon fervientemente en las batallas de Matamoros, Monterrey, Buenavista, Cerro Gordo y Churubusco, donde finalmente caerían el 20 de agosto de 1847 mientras estaban a las órdenes del General Pedro María Anaya. Sobre esta última un registro norteamericano cuenta sobre los San Patricios:

Los que se negaron con más vigor fueron los desertores del batallón de San Patricio, quienes pelearon con desesperación hasta el final, arrancando con sus propias manos varias de las banderas blancas izadas por los mexicanos como prueba de rendición.

Menos de un mes después, la Ciudad de México caería después de la batalla del Castillo de Chapultepec.

El destino de los San Patricios se dividió entre la incertidumbre y la crueldad. Muchos de ellos fueron acusados de traición y fusilados, otros se mantuvieron prisioneros, la anécdota más simbólica es la del Coronel William Harney, quien se posicionó junto con varios San Patricios aprisionados a unos kilómetros del Castillo de Chapultepec, al final de la batalla, asegurándose de que los prisioneros tuviesen una vista clara de Chapultepec, cuando la bandera estadounidense se izó en lo alto del castillo, colgó a los prisioneros. Sólo unos pocos San Patricios lograron sobrevivir, pero los estadounidenses los marcaron con hierro al rojo vivo en el rostro con la letra D por Desertores, entre ellos el Capitán Riley, de quién no se tiene un registro claro acerca de qué pasó con él, pero se cree que regresó a Irlanda. Prácticamente ningún elemento del Batallón pudo cobrar la recompensa ofrecida por el gobierno mexicano.

Sin embargo, esta trágica historia tiene un noble legado. Las relaciones diplomáticas entre México e Irlanda siempre han sido de profunda amistad. En Churubusco, sitio de la caída del Batallón, se fundó el Museo Nacional de las Intervenciones, que se dedica en gran parte, a explicar la historia de estos héroes extranjeros. En el exterior del museo se encuentra una placa que conmemora al Batallón de San Patricio y su gesta, que se conmemora cada 20 de agosto. En el pequeño pueblo de Clifden, Irlanda, lugar de nacimiento de John Riley, una vez al año se iza la bandera mexicana. La inmigración irlandesa también tuvo presencia importante en México, proveyendo un sinfín de figuras históricas y culturales de ascendencia irlandesa. México cuenta con la Banda de Gaitas del Batallón de San Patricio, el grupo de gaitas más importantes del país y que ha recorrido el mundo fusionando la música folklórica mexicana con los instrumentos irlandeses. La embajada de irlanda organiza en la CDMX un desfile cada 17 de marzo, día de San Patricio, fiesta nacional en la isla esmeralda, desfile y celebración que conmemora no sólo al día nacional de Irlanda, sino también a ese grupo de inmigrantes que, empatizando ante una joven nación católica en desgracia, presionada por su tiránico vecino y sus intereses intervencionistas, decidieron tomar las armas y defenderla con sangre y honor.


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