Por: Mariana Casasola

Pina Pellicer. Dejarse vivir por la tristeza

"Seres como yo deberían tener la libertad de morir en el momento en que la tristeza empezara a invadirlos porque, los seres como yo, somos seres débiles, incapaces de decirle no a la tristeza, no a la vida, nos dejamos llevar, nos dejamos vivir, nos dejamos morir por la tristeza".

Escrito en el diario de Pina Pellicer

Más allá de las varias especulaciones de la época, no existe una explicación clara para la decisión que tomó Pina Pellicer de poner fin a su vida con apenas 30 años y una carrera sobresaliente un 4 de diciembre de 1964. Lo único que tenemos por cierto es que su mundo interior, tan rico como frágil, fue la fuente grandiosa de su originalidad como actriz y en última instancia, también de su muerte. La sutileza de sus interpretaciones la distinguieron siempre entre todas sus colegas de la época tan dadas al melodrama y la exageración, un mal que parecía incurable en la actuación latinoamericana. Y su belleza era otra, fuera de los estándares tradicionales, pues radicaba sobre todo en su propio misterio.

Pina estudió Historia en la Facultad de Filosofía y Letras donde escribió junto a Carlos Monsiváis en la Gaceta Universitaria y se formó en el teatro universitario como parte de la compañía del exiliado español Álvaro Custodio. Luego tomó clases con el famoso director teatral japonés Seki Sano, otro refugiado político que residía en México. Se formó también en Poesía en Voz Alta, movimiento surgido igualmente en la UNAM que transformó el teatro mexicano gracias a la visión y estilo de escritores como Elena Garro, Octavio Paz, Juan José Arreola, Héctor Mendoza, y de artistas plásticos como Leonora Carrington y Juan Soriano, amigo de Pina.

El tránsito de Pina Pellicer pudo ser fugaz, pero sigue siendo mítico por méritos propios, y significa mucho más que un capítulo breve o trágico en la historia del cine nacional. Porque construyó a base de su sensibilidad exacerbada y honestidad artística a dos de los personajes de mayor profundidad psicológica y emocional de la cinematografía mexicana, heroínas de la fragilidad, la melancolía y el misterio que puede contener la psique femenina.

“Niña buena entretejida de esperanzas y temores, niña que nos dio fulgores de alto cielo y armonía en la cruel melancolía de tus ojos que eran flores”, escribió en su memoria la poeta Pita Amor. Al dejarse vivir por la tristeza, Pina Pellicer nos hizo un regalo que no finalizó con su muerte, sino que perdura como esa voz entrañable que se dirige directamente a los soñadores, a los románticos y desilusionados, a los que se dejan llevar por la imaginación y en algunas ocasiones por la esperanza. A ella está dedicado este Top #CineSinCortes que se une a las celebraciones del Día Nacional del Cine Mexicano (15 de agosto) rememorando las actuaciones tan valiosas de esta artista mexicana que no tiene igual.


Días de otoño

“Si no podemos amar, viendo que la noche avanza,
celebremos una alianza con ese sueño mentido. Un día acabará el olvido o acabará la esperanza.”


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Primero, e inevitablemente, tendríamos que hablar de Días de otoño (México, 1962) porque esta película le pertenece totalmente a Pina Pellicer, pues quizá no podía haber existido un papel más perfecto para esta actriz que desde niña demostró una imaginación poderosa y buscaba todo el tiempo distintas formas de expresar las fantasías que colmaban su mente, según han contado sus propios hermanos.

Aquí Pina trabajó por segunda ocasión con el director mexicano que aprovechó como ninguno la sutileza y profundidad de su trabajo, Roberto Gavaldón. Esta fue la tercera adaptación del cineasta de un cuento de B. Traven, con la ayuda del escritor español y frecuente guionista de Luis Buñuel, Julio Alejandro, lo que explica el aire surrealista que se asoma en esta historia donde Pellicer interpreta a Luisa, una joven pueblerina que llega a la Ciudad de México pues se ha quedado sin familia luego de la muerte de su tía, que lo último que hace por ella es darle una carta de recomendación para que le den trabajo en una fina pastelería propiedad de Don Albino (interpretado por Ignacio López Tarso). Luisa tiene la convicción de encontrar en su nueva vida en la ciudad amor y una familia, así que cuando un joven chofer la enamora, cree haber conseguido su anhelo. Pero se trataba de un engaño, el muchacho la ignora y desaparece, y Luisa en lugar de reconocer esto con sus amigas del trabajo, se inventa un noviazgo perfecto, luego un esposo, un hogar feliz y un hijo. Finalmente, ella misma acepta el engaño viviendo sus mentiras, aislándose en ellas. Luisa siempre cuenta sus ingenuidades y sus sueños como si fueran ciertos.

La importancia de este trabajo de Pina Pellicer puede analizarse desde muchas perspectivas como lo hacen en su libro Pina Pellicer. Luz de tristeza (2006), Reynol Pérez Vázquez y Ana Pellicer, quienes mencionan el trabajo corporal, el registro de voz y los juegos con la mirada que hace la actriz en esta película, recursos que usa para mostrar que Luisa vivía realmente sus mentiras: estaba enamorada de su novio y luego marido, caminaba como embaraza o se preocupaba por la crianza de su hijo cuando nada de eso existía. Gracias a Días de otoño, Pina se hizo con la Diosa de Plata a Mejor Actriz, en México, y con el Premio a Mejor Actriz del Festival Internacional de Cine del Mar del Plata, en Argentina, ambos en 1964, el año de su muerte.



El rostro impenetrable
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Aunque figura como su segundo filme, este es el debut cinematográfico de Pina Pellicer, una manera por demás espectacular de entrar al mundo del cine, sorprendiendo a Hollywood antes que a su propio país y protagonizando al lado de uno de los mejores actores en la historia del cine estadounidense. El rostro impenetrable (One-Eyed Jacks, EUA, 1961) quizá no tuvo gran éxito al momento de su estreno, pero hoy se considera a esta película como uno de los mejores ejercicios del género western. La historia de su producción podría ser una película aparte: primero la iba a dirigir Stanley Kubrick, quien abandonó el proyecto junto con Sam Peckinpah, el guionista original, Marlon Brando debió tomar la responsabilidad de concluir la filmación además de protagonizarla. Aquí Brando creó todo un antihéroe, Rio, un ladrón de bancos empeñado en vengarse de su ex compañero de crímenes que lo traicionó y entregó a las autoridades mexicanas luego de un gran atraco. Después de varios años en una dura prisión de Sonora, da con su enemigo que ahora es un sheriff, pero se enamora de Louisa (Pina Pellicer), la hijastra de éste, lo que le presenta a Rio un dilema que jamás hubiera esperado.

Pina obtuvo ese papel luego de que el productor de la película la viera actuar en México en la obra de teatro El diario de Ana Frank. Tanto Kubrick como Brando quedaron impactados por el aire de la actriz mexicana, su sensibilidad y la expresividad de su rostro que les evocaba el carisma de Audrey Hepburn pero que contaba con una melancolía e inteligencia características. Pina trabajó mucho en la construcción de Louisa y la convirtió en el personaje que acaba por darle sentido y alma a la película, que de otra forma sería otro western sobre la venganza. Louisa es joven y de alguna manera ingenua porque no se da cuenta de la primera intención de Rio de usarla en su plan vengativo, pero ella se muestra todo menos indefensa o débil, sino dueña de una convicción y fortaleza ante Rio a quien transforma totalmente, y ante su familia y la sociedad cuando queda embarazada. La participación de Pellicer en esta cinta le abrió muchas grandes posibilidades en Hollywood que Pina rechazó, excepto por dos participaciones en famosas series de televisión, La Hora de Alfred Hitchcock y El fugitivo, que en su tiempo fueron los programas más exitosos en Estados Unidos.



Macario
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En Macario (México, 1959) nos queda un retrato para la posteridad de una Pina Pellicer con parlamentos cortos, pero con encuadres bellísimos nuevamente de Gabriel Figueroa (quien también fotografió Días de otoño), que nos revelan el alma frágil de su personaje y de la propia actriz, así como esa belleza que fluye desde adentro y que no es para carteles. De alguna manera, en esta película Gavaldón descubrió las dotes histriónicas de Pellicer y junto a ella logró que Ignacio López Tarso alcanzara un rango más amplio y distinto al que estaba encasillado, ese cliché de hombre duro, para empatar la sensibilidad y sugerencia de ella con los personajes de Macario, el campesino hambriento y torturado, y de Albino, el panadero enamorado, noble pero anodino de Días de otoño. En esta película Pellicer interpreta a la esposa de Macario, un hombre que vive obsesionado con la pobreza que sufre y el miedo a la muerte. Parece menos, pero es el personaje de Pellicer quien le consigue a Macario su tan deseado guajolote que él corre al campo para comerse a escondidas de sus hijos y así comienza su contacto onírico con el diablo y la muerte. Es ella también la que ofrecerá como último recurso para salvar a Macario de la inquisición que lo cree hechicero, el frasco de agua salvadora que había guardado para utilizarlo en caso de necesidad. Este se convertiría en el primer filme mexicano en recibir una nominación al Premio Oscar como Mejor película extranjera.