Por: Arody Rangel

Villaurrutia, el nocturno nostálgico de la muerte

“… nada, nada podrá ser más amargo
que el mar que llevo dentro, solo y ciego”.

Nocturno mar (a Salvador Novo), Xavier Villaurrutia


Estancias nocturnas, nocturno miedo, nocturno grito, nocturno sueño, nocturno preso, nocturno amor, nocturno solo, nocturno eterno, nocturno muerto, nocturno de la alcoba, nocturno de la estatua, nocturno en el que nada se oye, nocturno donde habla la muerte… Nocturnos… Nocturno el poeta que nació en 1903, abandonó los estudios en Derecho para dedicarse a las letras, formó parte del grupo de los Contemporáneos junto a Torres Bodet y Novo, fundó con éste la revista Ulises y sentó las bases de la vanguardia dramatúrgica en México con el Teatro experimental de Ulises. Se podría decir que el teatro fue su pasión, estudió el arte dramático en el Departamento de Bellas Artes y en la Universidad de Yale, escribió teatro, entre otras, una adaptación moderna del Hamlet de Shakespeare, Invitación a la muerte (1944); pero también escribió guion cinematográfico y una ópera, La mulata de Córdoba; así como prosa, una única novela, Dama de corazones, y también abundante crítica literaria; pero si hoy se le conoce es por su poesía, “tan hondamente delicada” como se dijo tras su muerte… La muerte, ella y la angustia indisociable de saberse perecedero fueron transformadas por Xavier Villaurrutia, como ninguno, en una bella nostalgia.

El poeta murió a una edad prematura, el 25 de diciembre de 1950, y los vacíos que quedaron tras el hecho, así como aquel señero fantasma que lo acompañaba en lo más íntimo, la muerte, pronto hicieron sospechar que aquel noctámbulo había terminado a mano propia con su vida. Sin embargo, el romántico desenlace queda en entredicho ante la noticia de que Villaurrutia había sido diagnosticado de un mal cardíaco. Qué más da, si hacemos caso a los versos del poeta: no hay hora en la que no se muera. No obstante, su resuelta convicción sobre el momentáneo deambular del hombre por el mundo, su nombre ha sobrevivido a sus pasos, es un capítulo obligado y poco conocido de la historia de nuestras letras y el onomástico de uno de los premios más importantes de literatura en México, el Premio Xavier Villaurrutia, un reconocimiento de escritores para escritores, que año con año distingue al mejor libro editado en nuestro país.

Juan Rulfo, Rosario Castellanos, Elena Garro, Salvador Elizondo, José Revueltas, Elena Poniatowska, Jaime Sabines, José Emilio Pacheco, Efraín Huerta, Carlos Fuentes, Amparo Dávila, Inés Arredondo, Sergio Pitol y Carlos Monsiváis son algunas de las plumas reconocidas desde 1955 por el galardón que ha unido a tantos nombres de escritores el nombre del nostálgico poeta. Entre ellos también se cuenta Alí Chumacero, quien al prologar la obra de Villaurrutia señaló que en su producción pueden distinguirse tres etapas en las que el poeta pasa de la palabra inteligente a la honda emoción, la cual termina por someter a aquélla a la superficie de la métrica, en tanto que una impetuosa intuición, la de la mortalidad, retumba en las palabras.

También Octavio Paz, el segundo galardonado con el Villaurrutia y alumno del escritor, advirtió ese juego de superficies en El pliegue y sus dobleces, la nota introductoria a la selección de poesía que hizo del nostálgico para la colección Material de lectura de la UNAM. Ahí, el Nobel de literatura coloca la poesía de Villaurrutia en el intersticio, al filo, mise en abyme entre dos orillas, entre lo racional y lo irracional, la noche y el día, la vigilia y el sueño, la vida y la muerte; suspendida entre dos realidades la palabra del poeta da cuenta de un inefable misterio, el que hermana al hombre con la realidad, el mundo, las cosas, y es la llama de su desasosiego: dualidad, paradoja, contradicción, no ser nunca plenamente y estar siempre yendo hacia la nada. Paz lamenta que la obra de Villaurrutia no goce de la fama internacional que merece, que se lea poco, aunque advierte que esos 15 o 20 poemas por los que se le conoce lo son todo.

Xavier Villaurrutia no fue un escritor prolijo y su poesía solitaria busca lectores solitarios, como también y tan bien señaló Paz. En este Librero hemos seleccionado apenas unos versos de aquella veintena famosa de poemas para ilustrar las obsesiones del poeta: el sueño, la soledad, el insomnio, la esterilidad, la muerte y el erotismo, a 70 años de su muerte.

Nocturno sueño
El cielo en el suelo
como en un espejo
la calle azogada
dobló mis palabras


Pesadilla surrealista, en este nocturno perteneciente al poemario publicado en 1931 ‒Nocturnos‒, la sombra, indisociable reflejo del cuerpo que somos y habitamos, se separa y cobra vida, emerge como un doppelgänger que arrebata de una estocada la vida de su doble. Más allá del acto homicida, ¿cómo señalar con certeza quién es el original y quién la copia? La sombra nos acompaña, nos es indisociable y toma a veces el papel protagónico, como el sueño hace con la realidad, la dualidad que siempre estamos siendo.

Nocturno en que nada se oye
Y en el juego angustioso de un espejo frente a otro
cae mi voz
y mi voz que madura
y mi voz quemadura
y mi bosque madura
y mi voz quema dura
como el hielo de vidrio
como el grito de hielo


También de Nocturnos, en este juego de figuras de lo imposible asoma la imposible soledad: ¿no es una voz la que nos habla siempre desde el interior? ¿no es una voz la que entona el soliloquio al que llamamos nuestra conciencia? ¿no pasa incluso que esa voz deja de ser una e inunda el entorno más silencioso como rumores entre los árboles o gélidos gritos ensordecedores? La soledad, otra ficción, signo irreductible de nuestras contradicciones, posible sólo cuando el sueño y la muerte nada tienen ya qué decirse.

Suite del insomnio
Tengo sed.
¿De qué agua?
¿Agua de sueño? No.
De amanecer.


De Reflejos (1926), en este arreglo melódico el eco, los silbatos, los tranvías, el espejo, el cuadro, el reloj, el agua y el alba misma, todas esas voces imprevistas que pueblan las oscuras noches de los insomnes, toman su turno para manifestar sus ruidos o rumores, como la sangre en las venas o los pasos que se pierden tras de uno; llegado a un punto, el insomne no anhela tanto el dormir como el despertar, librarse sólo por la luz de las ineludibles sombras.

Amor condusse noi ad una morte
Amar es una sed, la de la llaga
que arde sin consumirse ni cerrarse,
y el hambre de una boca atormentada
que pide más y más y no se sacia
.

Contra toda pueril aspiración de completitud, plenitud, felicidad y la expectativa de que el amor lleve a algún lado o dé frutos, Villaurrutia pone delante el hecho de que amar es una cosa angustiante, marcada por la avaricia y el egoísmo, y las otras caras de la inseguridad; este poema que apareció en la compilación Canto a la primavera y otros poemas (1948) y que le mereció al autor un premio precisamente primaveral, da cuenta de que el erotismo, esa vital fuerza que nos lleva a unirnos con el otro, luego del plácido sopor de una pequeña, instantánea, dulce muerte, no hace sino mostrarnos nuestro desierto, nuestra radical esterilidad.

Décima muerte
En vano amenazas, Muerte,
cerrar la boca a mi herida
y poner fin a mi vida
con una palabra inerte.
¡Qué puedo pensar al verte,
si en mi angustia verdadera
tuve que violar la espera;
si en vista de tu tardanza
para llenar mi esperanza
no hay hora en que yo no muera!


De Nostalgia de la muerte, poemario de 1938, son estos los versos más citados del poeta; fueron declamados ante su ataúd para despedirlo de la superficie de la tierra, antes de entregarlo a sus fauces que terminan por aniquilarlo todo. Después de la muerte, nada, y la peor de las nostalgias es precisamente de aquello que jamás ocurrió, que no engañe la conjugación en pretérito: nadie vive su muerte, ese sino irremediable, al asestar su tiro de gracia, revela la más cruel de nuestras desgracias: ser para la muerte y llegada ésta, no poder ni experimentarla. Las décimas compuestas por el poeta nocturno nostálgico a aquella imposible amante son un testamento existencial: puesto que muero existo.