Por: Mariana Casasola

El alma entre la palabra y el silencio

“Y el alma libre busca un canto para acomodarse. Soy un yo que anuncia.
No sé de qué estoy hablando. Estoy hablando de nada. Yo soy nada.
Después de muerta me agrandaré y me esparciré, y alguien dirá con amor mi nombre.”

Es ahí a donde voy, Clarice Lispector


Dicen por ahí, y en este lugar, que lo que hacía Clarice Lispector no era literatura sino un acto de brujería. Que sus textos no contienen historias sino encantamientos. Que quien se adentra en sus libros, y se detiene en esos elegantes juegos con los límites de la palabra y el lenguaje, encuentra invariablemente algo de lo más oscuro o lo más brillante de sí mismo.

Lispector, estimada como la más grande novelista de la literatura brasileña, dejó una obra amplia, variada, pero inclasificable. Su no-estilo, como ella misma lo llamaba, fue desde el primer momento, y continúa siendo, un insólito suceso. Y aunque algunos se empeñan en seguir buscando en su trabajo semejanzas con el de personajes como Kafka, Proust, Rilke, o hasta Heidegger, lo más cabal es aceptar que ella, tanto como sus textos, proviene de un misterio y como tal se ha mitificado.

Artista absolutamente contemporánea, ella se volcó en describir como nadie los paisajes de la mente y del alma y, sobre todo, del mundo femenino. Su cuerpo se extinguió quizá demasiado pronto —a los 52 años, asediada por el cáncer— pero hasta el final alimentó involuntariamente ese misterio llamado Clarice Lispector, un misterio al que buscamos celebrar en este Librero coincidiendo con los cercanos aniversarios de su nacimiento (10 de diciembre) y fallecimiento (9 de diciembre).

Pretendemos recorrer a grandes rasgos los pasos y las letras de esta autora singular advirtiendo sinceramente a quien nos lee que el enigma de Lispector se encuentra tanto en lo que escribe como en lo que calla. Así, como diría la bella Clarice, “Pero ya que hay que escribir, que al menos no aplastemos con las palabras las entrelíneas”.


Una mujer con la fantasía suelta

A finales de los años 40, en la literatura de Brasil seguía predominando una narrativa masculina, naturalista, de historias motivadas por las conflictivas relaciones sociales en las plantaciones, zonas rurales y fábricas del inmenso y multicultural territorio carioca. Entonces aparece esta mujer jovencísima de exótico origen judío y ruso, pero que manipula el portugués con profundidad y una búsqueda permanente. Sus ambientes eran urbanos y, sobre todas las cosas, sus temas surgían del mundo femenino, el interior. Se centraba en la psicología de sus personajes, en la percepción de los objetos y las experiencias, más que en la trama.

Clarice contaba tan sólo con 24 años cuando publica su primer libro, Cerca del corazón salvaje (1994), una novela extraña desde su título, que toma del Retrato de un artista adolescente de Joyce. Era una obra extraña además porque no tenía una trama como tal, y en cambio elaboraba un monólogo interior de la protagonista, Juana, capturando más que una historia sus sensaciones y vivencias, ritmos e imágenes que ésta experimentaba desde la infancia hasta la madurez.

La crítica literaria se volcó sorprendida por esta novedad concebida por una desconocida joven estudiante de Derecho, de un estrato social bajo y familia inmigrante. Pero su novela llevaba apenas unas semanas de haberse publicado y el revuelo estaba tan fresco, cuando recién casada Clarice dejó el país con su esposo diplomático. No regresaría definitivamente hasta 1959. Mientras tanto nació una alocada leyenda que en cierto punto llegó a contar que el autor de ese libro fabuloso era en realidad un hombre y que “Clarice Lispector” era su seudónimo, o que el nombre original de quien escribía se conocería hasta su muerte.

No era claro entonces, —y tampoco ahora— el lugar exacto de su nacimiento ni qué edad tenía. Se cuestionaba su nacionalidad, y hasta la identidad de su lengua nativa era incierta. Hoy no sabemos con certeza si nació en 1917 o en diciembre de 1920, como constaba en los papeles que obtuvo cuando llegó a Brasil, de unos cuantos meses de nacida, junto a su familia que escapaba de los horrores de la guerra. Ella nació en Ucrania cuando sus padres, judíos rusos, ya habían emprendido rumbo hacia el exilio. Llegaron a Alagoas, luego vivieron en Recife y se establecieron en Río de Janeiro.

Ahora podríamos pensar que esa condición siempre errante de Lispector fue la responsable de su interés por explorar obsesivamente las posibilidades que le ofrecía la lengua portuguesa, una manera de asirse a ésta y por fin a una identidad. Ella jamás admitió otra patria que el Brasil.


Un ama de casa con la máquina de escribir en el regazo

Errante fue también durante su matrimonio. Vivió en Estados Unidos y distintos países de Europa, pero nunca encontró su sitio fuera de Brasil y fue propensa a la depresión. Sin embargo, los 15 años que duró justo a su esposo le permitieron encontrar comodidad económica; y aunque también era un ama de casa modelo, madre de dos hijos, y su vida en el extranjero marcó una baja de publicaciones después de su primera novela, Clarice nunca dejó de escribir. Siempre contó con ayuda en casa y sus hijos la recuerdan en esos constantes trances sentada en el sofá, mientras ellos jugaban o andaban por la casa, escribiendo con la máquina de escribir sobre las piernas.

Para 1959, divorciada y de regreso a Río de Janeiro, vuelve a trabajar en periodismo como cuando joven. Una etapa fructífera de publicaciones daría comienzo incluyendo libros de cuentos (Lazos de familia, 1960) y novelas alabadas por la crítica (La manzana en la oscuridad, 1961). También daría a luz a la que es ampliamente considerada su obra maestra, por inescrutable que resulte, La pasión según G.H., un absoluto sismo espiritual para la literatura brasileña.

La pasión según G.H. (“para personas con el alma bien formada”, en palabras de la propia Lispector) es una novela extrañísima, abierta y sin etapas, con ningún otro argumento más que el diálogo interior de G.H., una escultora amateur, culta, independiente. El monólogo entrecortado y jadeante de esta mujer se desata cuando un día encuentra una cucaracha en el armario del cuarto de la criada. Paralizada en el horror, luego en la contemplación del insecto, ella lo mira obsesivamente hasta hundirse en la epifanía de que al comerlo cambiará su vida en una especia de máxima expiación. Pero antes de llegar a este punto —que explicado así de burdamente parece sólo grotesco— se presentan, en esa magia de Lispector entre la prosa y la poesía, la obsesiva introspección de su obra, la descripción minuciosa de la angustia metafísica, de la mística y la inmensidad que sólo pueden caber en la cabeza de una mujer.


En 1966, Clarice se quedó dormida mientras fumaba. Sufrió quemaduras gravísimas sobre todo en la mano derecha (con la que escribía), cuando trataba de salvar algunos textos. Tras el incidente se convirtió en una reclusa, rara vez salía de su departamento en Río, pero afortunadamente para el mundo ella abriría una puerta excepcional hacía su personalidad fascinante, pues tratando de sobrellevar su economía aceptó escribir una columna semanal en el Jornal do Brasil, además de algunos libros para niños, varios inspirados en los cuentos que ella habría escrito para sus propios hijos.


Ni con su muerte en 1977 terminó el misterio llamado Clarice Lispector. Ojalá jamás termine. Muy raramente dio entrevistas, y era hermética con todos los otros que no fuesen sus amigos cercanos, y tenía pocos. Pero fue a través de su obra que esta esfinge brasileña, esta anti-escritora, diseccionó tanto de su personalidad que es ahí donde se revela. Todas sus crípticas novelas y numerosos cuentos, su trabajo periodístico y su brillante correspondencia quedan no como una obra experimental, sino como la más grande autobiografía espiritual que dio el siglo XX.