El joven Saramago creció entre carencias y, pese a ello, la vida se encargó de privilegiarlo como uno de los literatos de mayor auge. De pequeño, se dedicó a oficios de cerrajería mecánica y gracias a su experiencia, se trasladó a la industria como jefe administrativo, pero abandonó el puesto para dedicarse a la edición literaria. En 1947 publicó su primera novela Tierra de pecado, sin embargo, no fue sino hasta 20 años después que decidió publicar otra vez.
En 1988 José Saramago ganó el Premio Nobel de Literatura, esta noticia causó impacto debido a que fue el primer portugués en recibir ese premio. Las aristas con que el escritor divisó el mundo, su incansable interés por profundizar en la conciencia humana, su humor, su manera de novelar y su verosimilitud, son algunas de las características que le justifican como acreedor del Nobel.
Dentro de sus obras más destacadas se encuentran: Memorial del convento (1982), El año de la muerte de Ricardo Reis (1984), El evangelio según Jesucristo (1991), Ensayo sobre la Ceguera (1995), La Caverna (2000), El hombre duplicado (2002), Las intermitencias de la muerte (2005), El viaje del elefante (2008) y Caín (2009).
A 96 años del nacimiento del periodista, novelista, poeta, ensayista, dramaturgo y editor José Saramago quien nació un 16 de noviembre de 1922, vale la pena recordar aquellas obras que demuestran porqué logró colocarse en un sitio importante entre la literatura.
“Si existe Dios tendrá que ser un único Señor, pero mejor sería que hubiese dos, así habría un dios para el lobo y otro para la oveja, uno para el que muere y otro para el que mata, un dios para el condenado y otro para el verdugo.” El escritor portugués insinúa la facilidad con que se puede escribir un evangelio, pues todos hablan sobre los mismos hechos, pero desde perspectivas diferentes, es por eso que esta novela nos rebela un cambio total sobre lo que ya conocemos. Este evangelio se apega más a una realidad terrenal que muestra las debilidades humanas. Una María que no es virgen, un José que es egoísta y un Jesús rebelde que desea negociar con Dios su sacrificio por la humanidad.
“La ceguera o el mal blanco se contagiaba por contacto visual, como el mal de ojo.” Saramago, como todo un maestro de la metáfora, creó este libro que no es estrictamente un ensayo, sino una historia que nos plantea la ceguera colectiva, pero no ceguera física sino una peor que nubla la vista de la conciencia. A lo largo de la narración se asoman la histeria y el desconcierto, mismos que nos llevan a un desenlace no esperado. Un hombre en pleno tráfico no avanza, se ha quedado ciego, esa ceguera se propaga de apoco, es contagiosa, nadie encuentra la explicación, y de entre toda la gente ciega, sólo hay una mujer que aún puede ver.
“Al día siguiente no murió nadie (…)” es la frase inicial de esta lectura. No hay literatura que no hable de amor, vida y muerte, pero lo importante no es cuántas veces se dice, sino cómo se dice, y la astucia de Saramago nos sumerge en una historia en la que el anhelado deseo de la inmortalidad se vuelve realidad y deja al descubierto las consecuencias que esto trae para las masas, así como el desequilibrio que le causa a sectores como el gobierno o la iglesia. La muerte decide descansar, pero al percatarse que ha cometido un gravísimo error, ella decide retomar su tarea, sin embargo, su modo de operar cambia y recurre al correo postal para avisar, con siete días de antelación, a los que van a morir, pero resulta peor, ya que se desata una crisis de pánico. Además, la muerte se enamora mientras los demás mueren en vida.