Crimen, vicio, corrupción, incesto… la familia Borgia ha pasado a la historia como prototipo de la depravación. Oriundos de Aragón, los Borja forjaron su fama en cuestión de escasas generaciones y entre los miembros de su estirpe hubo dos papas, un puñado de nobles y hasta un santo. ¿Qué tanto de lo que se cuenta de ellos fue real y qué es en realidad leyenda?
Todo comenzó con el plebeyo Alfonso de Borja, de familia comerciante que financió sus estudios eclesiásticos y jurídicos, su persistencia y habilidad lo llevaron a ser consejero del rey de Aragón, Alfonso el Magnánimo; gracias a su ambición convirtió su apellido plebeyo en noble al casar a su hermana Isabel con Jofré Gil de Borja, un pariente lejano de sangre azul. Una vez noble, Alfonso llevó su estirpe a Italia y ahí se les conoció como los Borgia. En 1445, el pleito entre los linajes italianos que se disputaban el trono de San Pedro favoreció su elección como santo padre en el cónclave, y así se nombró al primer papa español de la historia, Calixto III. Durante su papado, nombró cardenal a su sobrino predilecto Rodrigo -hijo de Isabel y Jofré-, quien supo aprovechar su posición para forjar su carrera y hacerse de riquezas.
Tras la muerte de su tío, Rodrigo de Borgia hizo gala de sus habilidades para la conciliación y la negociación: ayudó a Eneas Silvio Piccolomini a convertirse en Pío II y éste lo favoreció con el puesto de vicecanciller (mano derecha del papa). Conservó su puesto durante los mandatos de Pablo II, Sixto IV e Inocencio VIII, de quienes fue el hombre de confianza, al tiempo que se granjeó la enemistad de las poderosas familias italianas Sforza, della Rovere y Savelli. Hombre de su época: culto, humanista, refinado y licencioso, sus romances eran conocidos en toda Roma; durante esta época conoció a la cortesana Vannozza Cattanei, madre de sus hijos Juan, César, Lucrecia y Jofré.
La Italia de ese entonces servía de cuna al Renacimiento, una época de renovación artística, científica y, ante todo, filosófica. Y al mismo tiempo, dentro de Roma, el poder de la iglesia católica romana sufría la desavenencia del movimiento protestante y la corrupción del propio clero. Así los ánimos, en 1492, la muerte del Papa Inocencio VIII desató un nuevo enfrentamiento entre las familias en disputa por el papado; Rodrigo se hizo de la mayoría de los votos del cónclave y con ellos del preciado trono de San Pedro, a sus 61 años se convirtió en Alejandro VI, obispo de Roma y cabeza de la cristiandad. Aquí comienza la leyenda negra.
Los linajes italianos, a quienes mayormente había correspondido el santo trono durante siglos, veían a Alejandro VI como un advenedizo; la primera acusación que se hizo en su contra fue por simonía, debido a la presunta compra de votos que lo hizo papa, cosa que, si bien es cierta, no era novedosa dentro de la curia romana: otros papas, antes y después de él, debían el puesto a su habilidad para manipular, sobornar y pactar con los miembros del colegio cardenalicio.
Alejandro VI fue señalado también por faltar al celibato y favorecer a sus hijos: César fue nombrado cardenal y Juan, líder del ejército pontificio. Estas acusaciones buscaban crear una mala imagen del pontífice, pero nadie entre la clase clerical se salvaba de las mismas: sabemos que otros papas tuvieron amantes e hijos -por no hablar de las orgías, la pederastia y otro puñado de acciones escandalosas-, asimismo, otros obispos y cardenales beneficiaron tanto a sus familias como a sí mismos con el poder y riqueza que tenían a la mano. Lo cierto es que Alejandro VI tuvo por amante a la noble Giulia Farnese.
Los Borgia también fueron señalados por asesinar, fuera por la daga o el envenenamiento, a quienes estorbaban sus intereses. La primera víctima, el cardenal Orsini, presuntamente envenenado, en realidad murió víctima de sus propios excesos. Otros en la lista son el sobrino Juan Borgia y el cardenal veneciano Michiel; los historiadores contemporáneos señalan que éstas y otras muertes imputadas a Rodrigo de Borgia no se debieron a su mano y que incluso lo desfavorecían. Ni el Papa Borgia se salvo de morir envenenado según los rumores de la época, pero la causa real de su muerte fue la malaria y las complicaciones propias de su edad.
César Borgia no escapó a las crónicas negras: asesino y fratricida, se dijo que su cuñado Alfonso de Aragón, segundo esposo de su amada hermana Lucrecia, murió por su propia mano víctima de los celos de un amor incestuoso y que acabó con la vida de su hermano Juan para ocupar su lugar como líder del ejército pontificio. Sin embargo, la muerte de Alfonso, si fue ejecutada por los Borgia, se debió en realidad a sus intereses políticos; y al parecer, el asesinato de Juan lo perpetraron los enemigos de la familia.
Por su parte, Lucrecia fue llamada "la puta del papa", acusada de mantener una relación incestuosa con su hermano César y con su padre, así como de organizar orgías. Lo cierto es que Lucrecia fue títere de los intereses de su padre y de su hermano: la casaron en tres ocasiones según el clima político y los intereses en boga. Adultera, sí, pero también protectora y mecenas de varios artistas, al igual que su padre y su hermano.
Con la muerte de Alejandro VI en 1503 vino el declive de esta familia tan controversial. Ni santos, ni demonios, los Borgia supieron jugar sus cartas y actuar en favor de sus intereses; se dice que César inspiró a Maquiavelo en su escritura de El príncipe, lo cierto es que tanto él como su padre encarnaron el tipo de político maquiavélico: hombres pragmáticos que antepusieron sus intereses a sus escrúpulos morales.