Hoy en día nombres como los de Ely Guerra, Natalia Lafourcade, Jessy Bulbo o Julieta Venegas, sólo por mencionar un puñado, son un referente del género femenino de la música en español en general, pero en especial del rock nacional. Antes de ellas, en algunos casos casi a la par, existieron aquellas que picaron piedra para las mujeres rockeras. Una de ellas fue la inigualable Rita Guerrero, activista, compositora, directora musical, actriz y cantante, líder de la icónica agrupación Santa Sabina.
Los inicios de Rita en la música son bien conocidos que le venían de familia y desde niña mostró gusto y destreza por los instrumentos. A finales de los 80 la nacida en Guadalajara, Jalisco, conoció a Los Psicotrópicos, un grupo de jazz de la Ciudad de México, en donde tocaban Alfonso Figueroa, Pablo Valero y Jacobo Leiberman, quienes poco tiempo después fueron cocinando junto a Rita el proyecto por el que serían conocidos juntos: la Santa Sabina, nombre inspirado en la sabia chamana de los hongos, María Sabina.
Mezcla propositiva entre el rock progresivo, jazz y algunos sonidos del Medio Oriente, el misticismo que aportaba la estética de la propia Rita (llamada también la bruja del rock mexicano), la profundidad sombría de sus composiciones líricas y el aire teatral de sus presentaciones, los hicieron asociarse con el rock gótico. Pero si Santa Sabina es inclasificable, Rita lo es aún más por su complejidad creativa, al experimentar con diversos conceptos, como lo fue Ensamble Galileo, una agrupación de música barroca.
Rita, que fue lo mismo inspiración, labradora, impulsadora, luchadora y experimentadora, finalmente, un 11 de marzo de 2011, dejó este mundo víctima del cáncer de mama; ese día la comunidad del rock en mexicano tuvo que decir adiós a un ícono del rock nacional y una piedra cimental para mujeres en la música. Para celebrar su onceavo aniversario luctuoso, dedicamos este Pantalla Sonora a lo más destacado de Santa Sabina.
“Tratar de ver/ Que tienes adentro/ Resulta banal/ Puedo intuir, puedo oler/ Puedo pensar, pero saber jamás/ Cierro los ojos/ Y solo es azul/ Casi morado/ El ir y venir/ De los camellos anaranjados”. Surrealismo y misticismo caracterizaron el álbum debut de Santa Sabina y aunque varios de sus temas son ya icónicos, como aquella pieza Chicles, mezcla entre divertida y tétrica, cuyo video evoca el lejano cine expresionista alemán. Aunque con el pasar del tiempo fueron evolucionando y consolidando su sonido, en este primer material y su pieza más representativa, Azul casi morado, dejaron claro de qué iba el concepto de Santa Sabina y fue en estas sus primeras etapas cuando más contacto crearon con el público a medida que hacían todas las presentaciones posibles para darse a conocer.
En 1994, habiendo producido su segundo disco en el estado de Wisconsin y de la mano, nada más ni nada menos que de Adrián Belew, lanzaron Símbolos, un producto mucho más pulido musicalmente. Y si Santa Sabina fue un disco de nicho, con Símbolos lograron darse a conocer a un público más amplio y de gusto más popular con canciones que seguían teniendo ese espíritu de oscuridad, como Nos queremos morir y Una Canción para Louis (Vampiro). Pero también incluyeron piezas más festivas ¿Quién diría que las canciones de Santa Sabina invitarían a mover el esqueleto?
A la par de ese sonido más estilizado, el grupo y la propia Rita simpatizaban con el movimiento zapatista que surgió ese año y además del conocido concierto en el Teatro Esperanza Iris, Santa Sabina también se dio a conocer por realizar presentaciones en conciertos benéficos para comunidades indígenas, como el llevado a cabo en pleno Zócalo capitalino de aquel año turbulento.
Tanto los seguidores como el propio gremio musical coinciden en la grandeza que significa Babel, el tercer material de Santa Sabina, y en que este es quizá el punto más álgido de su historia, por la calidad musical, en la lírica, en la producción y las mismas presentaciones que vinieron con ello. A la altura de esta consolidación está un álbum conceptual sin titubeos; Babel hace alusión a aspectos bíblicos, desde el propio título, pasando por La risa de Dios, El reino perdido, El cielo, Lamento y El ángel, además de los imperdibles Olvido y La garra; todas ellas y su misticismo desbordado hacen de este aporte de Santa Sabina, un disco de culto para los amantes del rock en español.
En 1997 la banda grabó el que quizá sería el álbum más popular de su carrera, el MTV Unplugged, grabado desde los estudios de la cadena de televisión en Miami, Florida, en pleno apogeo de esta famosa serie de conciertos íntimos realizado por la televisora para un grupo selecto de seguidores.
Iniciando el nuevo milenio Santa Sabina regresó a los escenarios en el año 2000, con el lanzamiento de Mar adentro en la sangre. Quizá para los fans y los medios Babel sea el disco insignia, pero para los integrantes de Santa Sabina, si hubo un proyecto más personal, disfrutable en su ejecución y con más alma propia, fue Mar adentro en la sangre, donde convergieron temas compuestos incluso desde los tiempos de Babel. Algunos de los más destacados fueron Soledad, Ojalá fuera tu voz y Sueño con serpientes.
Espiral, de 2003, fue su último disco de estudio, al que después siguieron un par de discos en vivo para celebrar su aniversario. Después de haber transitado por discográficas grandes y por la merecida grabación del Unplugged, los integrantes volvieron a sus inicios y grabaron su segundo disco independiente y con ello, retornaron también a su punto de inicio, María Sabina. En Espiral, además de haber un equilibrio en la aportación lírica de cada integrante, se aborda la idea central de un viaje personal, en el que en medio de las contradicciones se busca la paz mientras se recorren distintos círculos de la espiral de la vida y las emociones que conlleva. Canciones como Ecos de la piel, Invitación y Humo de canción y Sin aliento son claves para entender ese viaje interior.