Por: Mariana Casasola

El cine y sus espectros

El cine está lleno de fantasmas. De manera deliberada o accidental, el cine se convirtió en un almacén para nuestros muertos. Como escribió un reportero cuando reseñó para La Poste el cinematógrafo Lumière en los albores del siglo pasado, “cuando este dispositivo esté disponible para el público, todos podrán fotografiar a sus seres queridos, no solo en su forma inmóvil sino en su movimiento, en su acción, y con habla en sus labios; entonces la muerte ya no será absoluta...".

Desde la ficción, los fantasmas han sido protagonistas en el cine desde sus primeros días, encontrando una residencia natural en las películas de cineastas de trucos visuales como Georges Méliès. Luego, para los cineastas el fantasma se convirtió pronto en una metáfora poderosa y versátil, porque éste puede significar las formas en que la memoria y la historia, ya sean traumáticas, nostálgicas, o ambas, permanecen dentro del “presente vivo”. Puede ser también una potente representación y una figura de resistencia para aquellos que son invisibles y no reconocidos, reducidos a una semi presencia espectral por la historia oficial y la cultura dominante.

Para otros autores del cine los fantasmas son más que una metáfora, pues también pueden ser personajes que existen por derecho propio, seres con un poder legítimo, capaces de articular dolores y deseos reales, que se niegan por completo a ser explicados como productos de imaginaciones perturbadas o enfermas. Y quizá se les asocie principalmente con el terror y el susto, con las ánimas que vienen a castigarnos por sus sufrimientos, por su muertes injustas y trágicas, vueltos horribles y espantosos; puede que se les use sobre todo para generar miedo, con trucos de fórmula y efectos especiales, pero el fantasma puede representar un recurso mucho más complejo para verdaderos cineastas.

Como uno de los símbolos más ricos y dinámicos, los fantasmas han desempeñado muchos papeles diferentes a lo largo de la historia del cine. Desde alegorías de recuerdos inevitables, objetos de un dolor abrumador o un amor tan poderoso que trasciende los límites terrenales. Pueden acechar en las sombras de las mansiones góticas tanto como pueden unirse a sus familias vivas para cenar e incluso obligar a unos snobs a bailar calipso. Este Top #CineSinCortes lo dedicamos a las infinitas posibilidades que el fantasma le ha regalado a la cinematografía universal, por ello hacemos aquí una pequeña selección de películas que muestran las fascinantes interpretaciones de espíritus y fantasmas de todas las décadas y de todo el mundo, más allá del género de terror.


El retrato de Jennie (1948)

"Desde el principio de los tiempos el hombre ha sido consciente de su pequeñez, de su insignificancia ante el tiempo y el espacio, el infinito y la eternidad y se ha estremecido ante el misterio de lo que el hombre llama vida y de lo que llama muerte. Porque quién sabe si morir no será vivir y lo que los mortales llaman vida será en realidad la muerte... Nada muere, todo cambia solamente"


Portrait of Jennie (Estados Unidos, 1948) de William Dieterle, es un romance bastante inusual para la gran pantalla. La historia de un amor etéreo entre dos generaciones distintas. Los dos amantes protagonistas se mantienen separados por el tiempo, incluso cuando suceden extrañas distorsiones que los unen por intermitentes momentos de dicha. La historia parte de un invierno de 1934, en Nueva York. El fracasado pintor Eben Adams, desmoralizado, sin dinero ni inspiración, busca vender sus obras hasta que una severa galerista le revela que la debilidad de su pintura radica en su carencia de amor. Tras semejante diagnóstico, el pintor desilusionado deambula por Central Park allí para descubrir un paquete olvidado en un banco; una jovencita Jennie, vestida con un traje pasado de moda lo reclama y entabla conversación con el pintor. La joven parlotea sobre sus padres y amigos, confundiendo al pintor con referencias a monumentos desaparecidos de Nueva York. Ella pronto desaparece, dejándolo desconcertado, pero se volverán a encontrar. Cada vez que se cruzan sus caminos, ella ha madurado varios años hasta que finalmente Eben la encuentra como una bella mujer adulta de quien se enamora profundamente. Jennie pone la vida y la carrera de Adams, así como su percepción de la realidad, en un camino muy diferente. Aquí el tiempo de la ficción se confunde con el tiempo real, las estructuras narrativas se fragmentan, lo que parece real, no lo es. Todo es magia, que al fin es la esencia del cine.



Cuentos de la luna vaga después de la lluvia (1953)

"Este mundo es una morada temporal, donde lloramos hasta que llega el amanecer arrojado por las olas"


Ugetsu monogatari (Japón, 1953) es considerada una de las mejores películas de todos los tiempos. Aquí los fantasmas son realistas, se encuentran involucrados en una relación con una persona viva y su presencia adquiere un significado particularmente devastador: como ocurre con la mayoría de las películas del gran cineasta Kenji Mizoguchi, el verdadero horror involucra a las mujeres que viven y mueren a expensas de una sociedad patriarcal. Quizá lo más notable de esta obra maestra es que el fantasma no aparece realmente hasta la segunda mitad de la película, pero la cámara en movimiento de Mizoguchi (montada en una grúa para casi todas las tomas) nos sitúa en un espacio cinematográfico que tiene una resonancia espiritual de otro mundo. La historia, ambientada en el siglo XVI, y adaptada de los cuentos de fantasmas del siglo XVIII por el guionista Yoshikata Yoda, es una tragedia fatalista sobre los delirios de ambición y grandeza de dos hombres durante una guerra civil, y las esposas que dejan en casa para valerse por sí mismas expuestas a los terrores de la guerra. Esta es una fábula sobre un mundo inestable por los caprichos de los hombres, es una experiencia fantasmal en sí misma. Cuando estos dos hombres, simples aldeanos, emprenden un viaje para hacer fortuna vendiendo alfarería contra todo consejo de permanecer con sus familias, uno termina seducido por una elegante dama que es un espectro trágico, mientras el otro encuentra la desilusión en su búsqueda de ser samurái. Moviéndose entre lo terrestre y lo de otro mundo, aquí el tema del fantasma nos revela verdades esenciales sobre los estragos de la guerra, la difícil situación de las mujeres y el orgullo de los hombres.



Beetlejuice (1988)

“Les meteré miedo. Haré cualquier cosa... ¡con tal de atraer negocio!
¡Caray! ¡Me endemoniaré yo mismo!
¡Tengo demonios que me suben y me bajan! ¡Venga a deleitarse!
Hágalo ahora y recibirá un demonio gratis con su exorcismo.
Y traiga también a los pequeñines. Tenemos infinidad de sapos y culebras para que jueguen.
Díganlo una primera vez, díganlo una segunda, y a la tercera es el encanto.
Me comeré lo que quieran. Me tragaré lo que quieran.
¡Así que vengan, morderé a un perro!”


Después de revisar primero un romance espectral y luego una fábula tan dramática como japonesa, tendríamos que decir que el fantasma también le ha servido a ciertos cineastas para explorar la comedia más desternillante. Antes de que su estética se convirtiera en una marca registrada, Tim Burton era realmente uno de los autores más originales y transgresores de su generación, aportando una rareza de comedia oscura y espeluznante muy singular a cada una de sus obras. Y quizá nunca nos llevó a un recorrido más divertido que por el infierno con Beetlejuice, en el que hace todo lo posible para argumentar, como en casi todos sus primeros trabajos, que los extraños y forasteros (los muertos, en este caso), generalmente se divierten más. Esta historia se centra en una joven pareja de casados de Nueva Inglaterra que viven en una gran casona que están restaurando con mucho amor. Pero un día chocan en un puente cubierto y se ahogan, condenados a una vida que los mantiene atrapados en su casa para siempre, invisibles a cualquiera que no esté en una situación similar. Tan pronto como termina su funeral, su amada casa se vende a un rico financiero de Nueva York y su esposa, una artista plástica por demás excéntrica. Y aunque encuentran en la hija del matrimonio neoyorkino a una aliada, ellos buscan la forma de detener a los nuevos ocupantes de su hogar, así que terminan recurriendo a la ayuda de Beetlejuice. Aquí comienza la locura, porque Beetlejuice es un malhechor que se promociona descaradamente como "el bioexorcista más destacado de la otra vida" para lograr regresar al mundo de los vivos y de paso aterrorizar a unos cuantos.



La Leyenda del Tío Boonmee (2010)

- ¿A dónde debe ir a buscarte mi espíritu?, ¿al cielo?
- El cielo está sobrevaluado. No hay nada ahí. Los fantasmas no están atados a los lugares sino a las personas.


Entrando en terrenos del mal llamado “cine de arte”, tendríamos que hablar de una de las historias sobre fantasmas más alabadas por los grandes festivales internacionales en los últimos años (y que se alzó con la Palma de Oro en Cannes), Loong Boonmee raleuk chat (Tailandia, España, 2010) del impronunciable Apichatpong Weerasethakul. Esta es la historia de Tío Boonmee, un hombre maduro que padece insuficiencia renal. Apasionado practicante de yoga, él es muy consciente de su cuerpo y sabe con certeza que morirá en dos días. Así que llama a sus parientes para que le saquen del hospital y así pueda morir en su casa. Allí recibirá las visitas de los fantasmas de su familia y antepasados. A medida que el Tío Boonmee avanza hacia la muerte, contemplando sus acciones, y el karma de todas ellas, y mientras pasa tiempo con los fantasmas de su esposa e hijo fallecidos, se sugieren ambiguamente sus vidas pasadas en forma humana y animal. ¿Antes era una princesa, o posiblemente un pez gato? ¿Realmente importa? El moribundo recorre la jungla, lugar de vidas pasadas y futuras, recordando infinitas posibilidades de reencarnación. El director explora el potencial espectral del tiempo, difumina los límites del género y dicotomías conceptuales como pasado y presente, realidad y fantasía, humano y animal, vida y muerte.



Una historia de fantasmas (2017)

“Construimos nuestro legado pieza por pieza, y tal vez todo el mundo te recordará, o tal vez sólo un par de personas, pero, haces lo que puedes para asegurarte... de que todavía estás por ahí... después de que te hayas ido. Y así, seguimos leyendo este libro, todavía estamos cantando la canción, y los niños recuerdan a sus padres y a sus abuelos... y todo el mundo tiene su árbol genealógico, y Beethoven tiene su sinfonía, y nosotros también lo tenemos a él. Y todo el mundo seguirá escuchándolo... en el futuro inmediato. Pero... aquí es donde las cosas comienzan a romperse…”


Parece un ejemplo obvio por el título, pero eso no le quita ningún mérito a esta película de David Lowery que logra a través del fantasma hacer una poderosa meditación sobre el amor, el tiempo y la inevitable disolución de todas las cosas. A Ghost Story (Estados Unidos, 2017) es la historia de otro joven matrimonio. Cuando él muere en un accidente automovilístico, prácticamente frente a su puerta, su espíritu fantasma se levanta de la camilla, la sábana blanca del hospital cubre su cuerpo mientras rechaza la oportunidad de dar un paso hacia el gran más allá. Silencioso bajo la tela, casi cómico por arquetípico, invisible para los vivos e inseguro de su propósito, comienza a vagar por la casa donde solía vivir, una presencia benigna que se acurruca en las esquinas mientras observa cómo su esposa llora, masacra un pastel y, finalmente, se muda, avanzando en la vida. Pero él permanece. Los días se vuelven meses, luego años, décadas… el fantasma se despega del tiempo hasta que le da la vuelta. Pronto se vuelve difícil saber si el fantasma está rondando la casa o si la casa lo está persiguiendo, hasta que al final junto con él encontramos un nuevo y conmovedor significado en la vida después de la muerte.