Se cuenta que el filósofo estoico Atenodoro de Tarso alquiló una casa en Atenas, según las versiones, lo hizo al enterarse de que ahí se aparecía un fantasma, o simplemente por la razón por la que alguien alquila una casa, pero lo que parece ser cierto es que le asombró el bajísimo precio que se pedía por el lugar. Una noche en la que Atenodoro se encontraba escribiendo, se apareció frente a él el espectro de un hombre viejo, famélico y barbado con los brazos encadenados; el filósofo pasó por alto la visión, pero el espíritu insistió en llamar su atención hasta que logró llevarlo consigo hasta el patio de la casa, ahí, el fantasma señaló un lugar en el piso. Al día siguiente, Atenodoro hizo excavar en el lugar y se encontraron los restos de un hombre atado con pesadas cadenas en las muñecas; el filósofo consiguió que se diera correcta sepultura a los restos de aquel viejo y desde entonces el fantasma no volvió a aparecer en aquel lugar.
Esta es una de las historias más viejas que se conocen de fantasmas, pero estas apariciones se cuentan por cientos de miles, recorren los siglos de la humana historia y no se ciñen a una sola geografía. Está el famoso fantasma del rey Hamlet a quien su hijo va a buscar en el lugar donde ha oído que se aparece y al toparse con el espectro, éste le pide que vengue su muerte, pues ha sido asesinado por su tío, quien tan pronto como lo enterró, se casó con su viuda. Están también, en los tiempos precuauhtémicos, las Cihuateteo, quienes, según la creencia nahua, eran mujeres muertas en el primer parto y convertidas en diosas que asustaban a la gente en los caminos por las noches; la más famosa es La llorona, aunque las versiones de la leyenda discrepan entre que se trate del espectro de una mujer que ahogó a sus propios hijos o que sea, ni más ni menos que Cihuacóatl, diosa madre que se lamenta por el genocidio de sus hijos en manos de los conquistadores.
Parece que, en general, los fantasmas son entidades nocturnas, habitantes de la oscuridad, el lugar propio de los miedos y las pesadillas. Un fantasma, según la popular creencia, puede manifestarse en forma ectoplasmática, algo así como Gasparín, o bien, comunicarse haciendo ruidos con las cosas y en los espacios, o bien, su presencia causar escalofríos y se les asocia con el trastorno del sueño denominado “trepársele a uno el muerto”. La parapsicología, pseudociencia ‒o superchería, según los pareceres‒ que se atribuye el conocimiento de los llamados fenómenos paranormales, dice que los fantasmas o espectros son espíritus de gente muerta que por alguna razón siguen anclados a este mundo terrenal y no han podido elevarse al plano superior o espiritual; los hay como el que se le apareció a Apolodoro o el de Hamlet, que tienen cuentas pendientes y necesitan ayuda de un mortal para saldarlas y poder descansar en paz; los hay como La llorona, que a causa de un profundo dolor o trauma, quedan atrapados en esta dimensión, como si se aferraran a los espacios; y los hay como los de las películas de terror, que parecen no tener otro propósito que asustar a los vivos y causarles daño, estos espectros más bien demoniacos son la causa de posesiones y muertes terribles.
Para la ciencia o ciencias propiamente tales, los pretendidos fenómenos paranormales pueden explicarse como fenómenos naturales. En el caso, por ejemplo, de extraños ruidos y movimientos en una habitación atribuidos a una presencia fantasmal, podría ser el caso de que una madera cruja como efecto de su distensión o que los objetos caigan por efecto de la fuerza del aire. O bien, el caso de que veamos entes presuntamente ectoplasmáticos en fotos o videos puede muy bien explicarse por la pareidolia, ese fenómeno de la percepción que nos hace ver en las más caprichosas superficies rostros humanos, divinos o diabólicos, así como las más diversas formas y siluetas. Incluso hay una explicación científica para nuestra extraña afición por el terror, el miedo y el suspenso, y es que, al parecer, el raro animal que somos disfruta de la adrenalina que libera el cuerpo después de un buen susto, lo cual sucede también después de subir a la montaña rusa, de ahí la fascinación y adicción que muchas personas tienen hacia sentirse con los pelos de punta y a punto de desfallecer, siempre que, pasado esto, se sepan a salvo.
Ahora bien, si fuera el caso de un complejísimo encuentro con un espectro, digamos, con diálogos, contacto y hasta un viaje astral, las ciencias de la mente apostarían por algún tipo de alucinación, inducida por sustancias o debida a la sola química del cerebro. Y es que, en su etimología, la palabra fantasma parece indicar que estos espectros no son visitantes del más allá sino proyecciones de nuestra mente: fantasma viene del griego φάντασμα, palabra conformada por el verbo φαίνειν, phanein, que significa brillar, aparecer, mostrarse, hacerse visible; y por el sufijo -μα, -ma, que quiere decir resultado de la acción. Para los griegos, fantasma significaba reflejo y hacía alusión a las imágenes que podemos crear en la mente, esto es, se trataba de los contenidos de la fantasía (palabra que posee la misma raíz que fantasma) o de la imaginación. En nuestro idioma, fantasía designa tanto a la facultad psíquica que reproduce por medio de imágenes las cosas pasadas o lejanas, representa las ideales en forma sensible o idealiza las reales, como a las imágenes producidas por esta facultad; el enredo se imbrica más si agregamos que en nuestro idioma, fantasma se usa igualmente para designar a las imágenes de la fantasía o imaginación, como para hablar de apariciones espectrales.
Por cierto, que, a la creencia en fantasmas como la aparición de espíritus de personas fallecidas, subyace la creencia en el espíritu o el alma y que este elemento etéreo pervive tras la muerte del cuerpo (y por eso puede merodear errante por ahí). En su etimología, la palabra espíritu está íntimamente ligada con la de soplo y respiración, y es que se creía que el alma entraba al cuerpo con la primera respiración de un ser vivo al nacer y salía de él al dar su último aliento. Espíritu hace también referencia a la sustancia volátil que es a la vez la esencia de cosas como el vino o el perfume, de ahí que a los fantasmas se los represente como entes vaporosos o etéreos (el famoso ectoplasma de la parapsicología).
Con todo, el fantasma parece ser más una expresión de algo muy nuestro que una manifestación paranormal. Puede que con el fantasma nos aferremos a la esperanza de que hay vida después de la muerte, que podríamos toparnos con nuestros difuntos o entrar en contacto con ellos, aunque esto abra igualmente la puerta a la existencia de espectros dañinos y malignos. El fantasma, en psicología, puede igualmente pensarse desde la fantasía y el deseo, como desde la represión y el dolor, de modo que los fantasmas serían el reflejo de nuestros anhelos o de nuestras pesadillas; así, vamos por la vida, cada cual habiéndoselas con sus propios fantasmas. Puede también el fantasma ser la ensoñación por la que fingimos reales personas y momentos que ya no son, que ya no están, el fantasma es así el artilugio por el que hacemos aparecer las ausencias.