“Ningún fantasma es sólo un fantasma: son la expresión de un trauma. Algunos son los responsables del horror”.
Como casi todos los autores, la inspiración viene de varios lugares -algunos comunes- y de algunas figuras de influencia a quienes se les debe a veces casi devoción. Pero para Mariana Enríquez (Buenos Aires, Argentina, 1973), periodista de formación y quien escribe género de terror, son las cosas cotidianas donde encuentra el horror que inspira sus historias. Con un puñado de títulos de cuentos publicados y pocas novelas, Enríquez es ya una figura doble: dentro de la llamada Nueva narrativa argentina, surgida durante los 90 cuando la dictadura ya no estaba pero dejó un lastre de estragos, y dentro de la literatura de terror en español muy contemporánea.
Justo en la última década del silgo XX, cuando Mariana era una joven estudiante y compraba libros compulsivamente se encontró de cara con que las historias de sus compatriotas escritores que leía estaban enfrascadas en la dictadura y los militares. No es que estuviera mal, es que no se encontraba reflejada en las cosas que veía y pensaba. Quizá para una mujer había sitios desde los cuales hablar, como el amor, la feminidad o el feminismo, la superación o la frustración, las cargas psicológicas heredadas, entre otros puntos, pero para Mariana la oscuridad, los mórbido y la morbosidad eran también una fuente de poder y de inspiración. Desigualdad social, locos -sueltos o encerrados- por doquier, crueles asesinatos perpetrados, las mismas remembranzas de su propia juventud, con sus atuendos rebeldes de uñas y ojos pintados de negro, submundos nocturnos de cocaína y trago, son las visiones que la autora, no instruida jamás en Letras, traslada a esos mundos donde el terror se encuentra incluso a plena luz del día.
Sus primeros acercamientos a la literatura de terror no están en los clásicos del género como Poe, pero si en la periferia (como a ella le gusta llamarle) como en Cumbres borrascosas. La decisión final para decantarse como escritora de género de terror surgió una Navidad cuando comenzó a leer Cementerio de animales de Stephen King. ¿Cómo es que alguien gozaba de someterse a la tortura de leer sin parar cosas -aunque ficticias- que erizaban de horror la piel? No podría explicarlo, pero sí podía dedicarse a escribir sus propias historias desde sus particulares intereses, inquietudes y miedos.
Bajar es lo peor es la primera novela publicada de Mariana Enríquez, una sobrenatural y sórdida historia sobre el Buenos Aires de los 90. A esta le siguió Cómo desaparecer completamente y la más reciente Nuestra parte de noche. Pero es en sus relatos cortos, sus cuentos, donde la bonaerense desmenuza en pocas páginas las cuestiones más ordinarias hasta volverlas retorcidas. Su primera compilación de cuentos publicada, Los peligros de fumar en la cama, es un excelente punto de partida para adentrarse en el mundo trastocado de sus historias. Conformado por 12 relatos inquietantes, Los peligros de fumar en la cama hace pensar, a simple vista para quienes no tienen idea de lo que están por leer o que ignoran la narrativa de Enríquez, en una historia de amantes quizá, pero no. Aunque el erotismo se encuentra frecuentemente aquí, lo está de manera insana y a la vez natural: esa eterna, pero a veces negada relación que tiene la sexualidad con la muerte misma. En estas páginas también se encuentran el canibalismo, entes fantasmagóricos, por supuesto, brujas que pactan con entes poderosos, muertos que regresan, espíritus contactados a través de la ouija, filias extrañas y entes que se someten sexualmente a adolescentes. Todas estas historias con algo más en común: cada una de ellas está protagoniza por mujeres, aterradas, acosadas, sufriendo constantemente, vulnerables, trastornadas, extralimitadas, fuera de sí. Al mismo tiempo la obscuridad de estos relatos se encuentra en la vida común y la cotidianeidad, lo que convierte la irracionalidad de la ficción terrorífica en algo que no es tan lejano a la realidad. Aquí lo sobrenatural se vuelve posible en medida de que imaginación se trastoca con la realidad.
“La angelita no parece un fantasma. Ni flota ni está pálida ni lleva vestido blanco. Está a medio pudrir y no habla. La primera vez que apareció creí que soñaba y traté de despertarme de la pesadilla; cuando no pude y empecé a entender que era real grité y lloré y me tapé con las sábanas, los ojos cerrados fuerte y las manos tapando los oídos para no escucharla, porque en ese momento no sabía que era muda. Pero cuando salí de ahí abajo, unas cuantas horas después, la angelita seguía ahí con los restos de una manta vieja puesta sobre los hombros como un poncho”.
De niña, una mujer desenterró del jardín de su antigua casa los huesos de los que parecía ser un pollo. Sin embargo, pronto se entera que pertenecen a su tía abuela, la Angelita, que murió de apenas tres meses de nacida.
En casi en todos los grupos de amigas (o amigos) existe un insufrible que lo supera todo, lo sabe todo y lo ha visto todo en las relaciones de amistad entre mujeres, esto puede pasar de ser soportable al odio cuando esa chica insufrible es la menos atractiva y encima de todo, se lía con el chico más deseable: la envidia entonces lleva a soluciones desesperadas y siempre hay quien conceda deseos asesinos.
Un auténtico vago desconocido se surra en medio de la calle de un barrio de gente acomodada. Cuando es salvado de una golpiza gracias a la intervención de una señora respetable, el hombre deja olvidado un carrito donde transportaba algo más que basura. Pronto el olor a podredumbre y desgracia emanará del carrito.
Cuando era niña, Josefina fue de visita con su madre, abuela y hermana mayor, a donde una bruja. Gracias a ésta, las dolencias físicas y psíquicas que estas mujeres sufrían abandonaron sus cuerpos, pero no desaparecieron del todo y buscaron un nuevo lugar que habitar.
Barcelona ya no sólo es un lugar lleno de turistas, es también un lugar que huele a muerte, a mierda y sufrimiento. Un lugar de donde quienes son infelices no te dejan ir.
En un hotel viejo junto a la costa, habita un ente en espera de la víctima perfecta que le permita liberarse: aquella solitaria, sin nadie que la recuerde o la extrañe.
Ella tiene vagos recuerdos de ver a un hombre desnudo cuando era niña. No puede asegurar si alguna vez la tocó, pero ver su pecho con cicatrices le hizo desarrollar una fijación sexual con los corazones y los latidos o la ausencia de ellos.
Un hecho atroz conmociona a una comunidad: una secta de adolescentes entra en trance después de que su ídolo del rock, que compone un manifiesto musical sobre el canibalismo, es hallado muerto y despellejado en un hotel.
Nico pone un anuncio donde ofrece sus servicios para filmar videos raros por encargo. La petición de una madre desesperada por su hija con constantes ataques compulsivos lo cambiará para siempre.
Mechi trabaja actualizando y alimentando un archivo gubernamental sobre niños y adolescentes desaparecidos. La mayoría nunca han vuelto a vérseles, algunos le obsesionan más que otros, pero hay un rostro en especial que un día aparece como si nada, después de dársele por muerta.
Hecha una piltrafa, solitaria, casi invisible para el sexo opuesto, una mujer apenas sale de su departamento, y pese a la poca higiene que conlleva, osa y encuentra algo de gozo (o quizá es aburrimiento) en fumar debajo de las sabanas, mientras pasea su otra mano por su parte baja.
Cinco adolescentes encuentran el lugar y momento ideal para llevar a cabo una sesión de ouija para preguntar por los padres desaparecidos de una de ellas. Pero los espíritus son caprichosos y encuentran las maneras más siniestras de darse a entender.