Pocos cineastas modernos despiertan pasiones tan encontradas como Christopher Nolan. Hijo predilecto del Hollywood milenial, este es un director de gigantescos éxitos en taquilla que además es especialmente idolatrado por un ejército de seguidores que lo califican de irrevocable genio. Del otro lado, sus detractores lo señalan como uno de los realizadores más sobrevalorados del momento, considerando a su elaborada grandiosidad visual como un simple truco para tapar los huecos en sus historias, sus personajes olvidables o su sentimentalismo de fórmula.
Talento de importación, como lo fueron Alfred Hitchcock o Stanley Kubrick, Christopher Nolan llegó a Hollywood desde su natal Reino Unido haciendo cine independiente y de bajo presupuesto. Con sus primeras obras, Following (1998), en blanco y negro y 16mm, y su aplaudido primer largometraje ya en tierra estadounidense, Memento (2000), llamó la atención con el uso de narrativas no lineales y se convirtió rápidamente en la apuesta predilecta de los “cines de arte”. Luego fue contratado por la Warner Bros. para rehacer una película noruega llamada Insomnia (2002) y nunca miró atrás. Ya era el nuevo “golden boy” de los grandes estudios y los presupuestos gigantescos.
Nolan se volvió sinónimo de éxito en taquilla al mismo tiempo que presentaba películas más complejas y audaces de lo normal. Desde entonces, su cine se vende como la mezcla perfecta de tramas complejas, laberínticas, emocionantes, y las imágenes más deslumbrantes e innovadoras. Lo que argumentan quienes se detienen a ver más allá del gran espectáculo que es el cine de Nolan, es que tanto la imagen como el fondo en su obra es tan sólo eso, una puesta en escena incoherente y, a veces, francamente ridícula.
Opiniones aparte, la realidad es que Christopher Nolan es uno de los nombres más importantes en la industria cinematográfica estadounidense y por lo tanto, una de las visiones con mayor alcance en el mundo. Tan sólo por esa enorme capacidad de repercusión en la cultura popular, en este Top #CineSinCortes creemos que vale la pena analizar su obra desde ambos lados de apreciación que se le profesa.
Con Tenet (2020), su más reciente película próxima a estrenarse -aunque la pandemia la siga aplazando- se presenta una nueva oportunidad para los polos opuestos que provoca Nolan para adorar o destrozar su obra. Si se confirman nuevamente todas sus fórmulas, quizá sus detractores prueben sus argumentos. Si se trata de un nuevo éxito de ventas, cines abarrotados y hordas de gente deslumbrada, quizá continuará por el camino que lo ha llevado a ser comparado con otro gigante de la industria, Spielberg. Como sea, lo cierto es que Christopher Nolan seguirá trabajando y despertando una polémica muchas veces más intensa que su cine.
Ya mencionamos a Insomnia (2002) como la película que le ganó a Nolan el favor de Warner Bros., pero el logro que le acarreó el suficiente poder para tener absoluta libertad creativa en su trabajo con los mega estudios fue la trilogía del Caballero de la noche. Con la aprobación del gran público y, claro, las millonarias entradas de taquilla, Nolan se ganó una confianza que quizá se volvió en su contra. Desde la primera película, Batman inicia (2005), contó con un elenco destacado, y el tono atormentado que le dio a uno de los superhéroes más famosos era interesante, pero la trama en sí ya demostraba cómo este director está obsesionado con la estructura, con cómo los diálogos y los sucesos deben encajar con el giro que siempre tienen sus historias (aunque no siempre lo logre). Por esa razón, sus películas parecen confusas a primera vista, pero una vez detectados los giros, las trampas, la magia pronto se desvanece. Batman: El caballero de la noche (2008) sigue considerándose la más destacada de esta saga, pero la duda sigue siendo en qué medida su calidad se debe al trabajo avasallador de Heath Ledger y su ahora legendario Joker. Con Batman: el caballero de la noche asciende, la trama no pudo ser más perezosa e incoherente, desde el plan del villano Bane, hasta todos esos policías atrapados bajo tierra en las alcantarillas durante literalmente meses pero que emergen ilesos y listos para la batalla, con sus uniformes intactos.
En la obra de Nolan no hay una gran variedad de historias o temas. Desde Memento hasta Interestelar (2014), hay patrones claros en todos los guiones que confecciona junto a su hermano Jonathan Nolan. Por ejemplo, sus protagonistas siempre son hombres (bien parecidos, por supuesto) un tanto marginados, pero intensos y estoicos que están lidiando con una tragedia en su pasado, que extrañamente (¿o perturbadoramente?) siempre es la muerte de su esposa o su novia. La cronología siempre se desarrolla a saltos y en varias capas que al final de la película se explicarán. Y, claro, nunca puede faltar el giro en la historia, ese “engaño” que se revela en el momento crucial y da sentido a todo.
En El gran truco (2006), esta fórmula es bastante clara. En este drama sobre dos magos rivales a fines del siglo XIX, el protagonista atormentado y que está lidiando con su viudez es interpretado por Hugh Jackman, y su rival por Christian Bale, siempre impecables. La cronología salta al pasado constantemente para explicar la enemistad a muerte entre los magos y al final se hace la gran revelación, que había dejado señales ofensivamente obvias en tantas escenas. Fórmula o no, esta película fue un despliegue visual fascinante y una historia muy entretenida que, además, tiene a David Bowie interpretando a Nikola Tesla y ahí no hay nada qué argumentar.
Hasta ahora, fuera de la trilogía de Batman, los trabajos más reconocidos, exitosos -y polémicos- que ha logrado Nolan son claramente Interestelar (2014) y El origen (2010). En ambas se vuelca en su interés por los conceptos que emanan de la ciencia ficción y en las dos logra un espectáculo visual que nadie puede menospreciar. En la primera, persigue el camino -a manera de homenaje según el propio Nolan- de 2001: Odisea del espacio (1968), pero deja atrás la subversión, la inquietud y el verdadero interés de Kubrick por imaginar un futuro posthumano y en cambio, busca reforzar el sentimentalismo del presente por medio de la conmovedora relación de un padre con su hija a través del tiempo y del espacio.
De El origen ‒donde Leonardo DiCaprio es un atormentado ladrón de sueños intentando salvarse dando el golpe de su vida mientras atraviesa cinco niveles de sueño‒ podría decirse que es la película que Nolan siempre estuvo construyendo, pues toma elementos de gran parte de su trabajo anterior y se amotina con ellos. Aquí está presente su fascinación por el tiempo, los sueños y el duelo, así como el poder cinematográfico del puro espectáculo -y su entusiasmo infantil por los protagonistas que se arrojan a espacios con gravedad cero-. Nolan fusiona todo, desde el dramatismo de su compositor de cabecera, Hans Zimmer, hasta la ambigüedad burlona del desenlace.
Ambos filmes cuentan con un elenco formado de los más destacados actores de Hollywood, son un espectáculo visual impresionante y parten de premisas muy interesantes, como el tiempo o lo onírico; y lamentablemente, en los esfuerzos de Nolan por hacer de sus tramas un laberinto (nada difíciles de descifrar) al final da prioridad a ese entramado y al “truco” final, en lugar de buscar conclusiones diferentes a las que siempre vemos en sus historias. Porque en Nolan el héroe siempre regresa al hogar, a la familia, opta por el amor, dejando atrás cualquier otro desenlace más oscuro, más humano, más real.