Una noche de 1945, el joven Miles entró en un club de la mítica calle 52, en Nueva York. Dentro estaban tocando Dizzie Guillespie y Charlie Bird Parker, sus mayores ídolos, amigos y maestros, improvisando en sus trompetas el frenético bebop del que sólo ellos fueron capaces. Miles tenía solo 18 años, pero lo que escuchó esa noche le afectó de tal manera que sin más dedicó el resto de su vida a recrear aquella sensación, de la que decía fue “el mejor sentimiento que experimenté con la ropa puesta”. En los últimos años de su vida confesó haber sentido que en varias ocasiones se acercó, casi, casi lo consiguió, pero siempre estuvo en busca.
Es quizá debido a esa búsqueda incansable que Miles Davis se encontró siempre a la vanguardia del jazz, abriendo caminos en la música constante y progresivamente. Desde 1945, esa mítica noche escuchando a Dizzie y Bird, hasta 1968 con todas sus turbulencias, Miles Davis no pudo evitar estar a la moda. Fue del bebop al jazz modal, del blues al funk y la psicodelia con la misma urgencia de un científico probando una hipótesis tras otra para lograr comprobar finalmente su teoría.
Miles fue ante todo un buscador. Sediento de cambio, de movimiento, de vida, jamás se estancó con ningún estilo por más éxito y reconocimiento que encontrara en uno u otro. Y no consideraba al jazz algo puro, estático e inamovible, al contrario, trató de evitar encasillarse en géneros; para él la música era un mundo mucho más amplio y por lo tanto estaba abierto a todas sus corrientes y transformaciones. En honor a un nuevo aniversario de su nacimiento (26 de mayo de 1926), esta Pantalla sonora está dedicada a algunos de los momentos más importantes en la imparable búsqueda de Miles Davis, y los grandiosos álbumes que en el proceso fueron sus grandes descubrimientos.
Miles Davis no era ningún improvisado ni autodidacta. De hecho, fue un talentoso músico que desde niño estudió y brilló como trompetista e incluso fue admitido en la Academia Juilliard (señal de su vida acomodada), donde estudió profundamente la música clásica. Pero fue en la libertad del jazz donde volcó toda su sed creativa. Comenzando por las big band donde incursionó en el género por primera vez, después encontró en el bebop liderado por Bird Parker la puerta de entrada a las posibilidades de esta música. Pero el bebop, de ejecuciones prodigiosas y muy veloces, comenzaba a limitar a Miles, y a los 22 años se encontró tratando de alentar la ejecución para ir priorizando la melodía. Las primeras grabaciones de estos ejercicios innovadores conformaron el disco Birth of the cool. Con la contribución de otro grande, Gil Evans, en las orquestaciones; aquí Miles se alejó de la furiosa urgencia del jazz de Bird para dar más variadas puertas a la improvisación y la claridad del fraseo. Así se iba alejando del bebop y se encontraba más con el tipo de arreglos sofisticados para grandes bandas de las que Duke Ellington fue pionero. Aunque Miles era fanático y parte de ambas tradiciones, fue capaz de fusionarlas, un logro que anticipaba su siguiente búsqueda.
Miles nació y creció en Illinois, un estado norteamericano profundamente racista y en ese entonces segregado. No importaba todo su talento, siempre debió enfrentarse a la ignorancia y el odio que hervían en su país. Ni siquiera cuando ya hacía su carrera en Nueva York se vio exento de desagradables confrontaciones con lo peor de aquella podredumbre. Así que cuando pudo cosechar el éxito de sus primeros álbumes con una gira por Europa, Miles se encontró con un mundo distinto donde era profundamente respetado como el prodigio que era para la música moderna. En París triunfó en sus presentaciones; se enamoró, nada menos que de la cantante Juliette Greco, con quien vivió un romance fugaz pero perfecto; y además fue abordado por un joven realizador, Luis Malle, para que Miles hiciera la banda sonora de su primera película que apenas había terminado de filmar. Davis aceptó el desafío y la música para Ascenseur pour l’Échafaud (Ascensor para el cadalso, 1957) se grabó en tan solo dos días.
Normalmente el compositor de la banda sonora escribe la música y llega listo al estudio de grabación a dirigir a la orquesta que se limitará a ejecutar sus partituras. Pero no Miles. Él se encontró frente a la pantalla donde le proyectaban las escenas y conforme las imágenes se sucedían él iba improvisando su jazz. El magníficamente melancólico rostro de Jeanne Mureau, capaz de expresar tanta complejidad como vacío, pasaba en primer plano mientras Miles acompañaba su absorto andar. La banda de jazz que lo acompañó también tuvo la libertad de crear en el momento, siempre guiados por las peculiares instrucciones de Miles. El resultado fue una banda sonora única. Y algo pasó en ese estudio de grabación que le abrió el camino hacia una nueva forma de trabajar con la improvisación, la puerta para el sismo que siguió.
Dicho sismo llegó apenas dos años después. De regreso en su país Miles sabía que el jazz que se estaba haciendo se encontraba contenido en una estructura aún rígida que se basaba en acordes y por lo tanto no daba lugar a mayor diversidad de improvisaciones o claridad de melodía. Alimentado por las más recientes teorías sobre la música, Davis conjuró a uno de los quintetos más admirados que ha tenido el jazz (entre ellos nada menos que John Coltrane en el sax y Bill Evans en el piano), y cambió esa base de acordes por una base de modos (esos intervalos que existen dentro de cada escala), algo que pasó a llamarse jazz modal, y que significó una de la mayores revoluciones en el jazz. Ahora las posibilidades para la improvisación y la contundencia de las melodías parecían infinitas. Así nació Kind of blue, disco que se grabó en un frenesí que duró apenas unas pocas horas, y con un mínimo de bocetos de composición e instrucciones, porque Davis se limitó a empujar la improvisación y genio de estos enormes músicos mientras sabía que estaba revolucionando todo en tan solo cinco temas.
Además de brillar en quintetos o tríos de jazz que él siempre articulaba con los artistas más prometedores del género (impulsando así la carrera de varias importantes figuras desde Coltrane hasta Herbie Hancock o Lee Miller), Miles también fue un solista soberbio en compañía de una orquesta más numerosa y compleja. Uno de los mejores ejemplos es este álbum inspirado en sus viajes por España, su cultura y su música, desde el flamenco hasta la obra de compositores clásicos como Joaquin Rodrigo. De este último artista, Sketches of Spain contiene un arreglo del segundo movimiento del Concierto de Aranjuez, donde Miles sustituye la guitarra por su trompeta. Cabe mencionar aquí que estos enormes logros con la orquestación se concibieron con el trabajo en los arreglos nuevamente del canadiense Gil Evans.
Para finales de la década de los 60, los clubes de jazz lucían semi vacíos. El público joven buscaba motown soul, funk, rock. Miles Davis estaba en sus cuarenta, había estado en la cima del jazz y se sorprendía de ver cómo las bandas de rock más exitosas ni siquiera estaban formadas por buenos músicos, sino de jovencitos que se juntaban en sus cocheras a hacer pegajoso ruido electrónico más que música. Pero en lugar de repeler el presente, Miles entró de lleno en su influencia, seguro de que su talento llevaría estos géneros, impulsados por el jazz, a nuevos territorios. Así lo demostró con Bitches Brew, un álbum fundamental que alteró la trayectoria del jazz, se metió con los límites del funk y llevó al rock psicodélico a nuevas alturas de exploración. Muchos puristas del jazz lo acusaron de venderse, lo cierto es que la densa, oscura y épica fusión de ritmos latinos de este doble LP, caótico, lleno de voces, a menudo cacofónico, tan extremo como lo había concebido Davis, demostró cuán democrático y flexible puede llegar a ser el jazz; y claro, también se convirtió en uno de los álbumes más vendidos en la historia del género. Provocador desde su título y su portada, el Bitches Brew acabó influyendo no sólo a jazzistas sino a las mejores figuras del rock experimental en ese entonces, como Carlos Santana, King Crimson, The Allman Brothers y Soft Machine. Dice Quincy Troupe, biógrafo oficial de Davis, que este disco sonaba como el futuro. Para Miles Davis todo era el futuro, no miraba atrás, y no se detuvo aquí, trabajó hasta el final de su vida y todavía tuvo tiempo de obsesionarse con la pintura donde también vivía del riesgo, de la experimentación, y por supuesto, del jazz.