El máximo exponente del existencialismo, el hombre que dio la pauta y ejemplo de lo que es un intelectual comprometido: luchó con los estudiantes de mayo del 68, denunció junto a Russell las ignominias cometidas por los Estados Unidos durante la Guerra Fría, fue crítico del estalinismo, simpatizante de la Revolución cubana y de la lucha por la emancipación de Argelia. Filósofo de la libertad, vivió en consecuencia con sus ideas también en el ámbito de lo privado, como se echa de ver en su relación con la también filósofa Simone de Beauvoir e incluso en su rechazo al Nobel en 1964, por implicar la ostentación de una posición privilegiada.
Para Jean-Paul Sartre, este mítico filósofo francés del siglo pasado, la convicción de que el hombre es libre fue el eje de su pensamiento, convicción que se encuentra por igual en sus obras filosóficas, como El ser y la nada, y en sus obras literarias, como La náusea. A 40 años de su deceso (15 de abril de 1980) exploraremos el sentido de sus sentencias más famosas para entender qué es eso del existencialismo, la filosofía que apuesta por la libertad.
Sartre denomina a su filosofía como existencialismo ateo, esto quiere decir que rechaza la existencia de dios y, por tanto, no apela a lo divino para dar cuenta del hombre y del mundo. Ahora bien, si no hay dios y con él, tampoco hay una naturaleza o esencia humana, y menos aún un propósito o sentido preestablecidos de la vida humana, ¿qué es entonces el hombre? Sin dios, sin fundamento que lo preceda, el hombre está arrojado al mundo, existe como algo que está por hacerse, es proyecto y en la medida en que su esencia no le está dada, sino que tiene que creársela, inventársela, el hombre es una nada. Insistimos: el hombre es una nada porque carece de ser o esencia previas y definitorias, antes bien, el hombre será lo que haga de sí mismo.
El hombre es una nada porque su ser no está definido, sino que es posibilidad, es proyecto. Ahora bien, a nadie más que a cada cual le toca hacerse a sí mismo, darse un sentido, inventarse un propósito, por eso Sartre señala que el hombre está condenado a ser libre, la libertad es su realidad, ella define su estar en el mundo y no puede desembarazarse de ella, de ahí que sea una condena. Además, el saberse libre, arrojado al mundo y dejado a uno mismo produce angustia, vértigo, náusea, por eso hay tantos que prefieren evadirse; sin embargo, todos estamos impelidos a asumir nuestra libertad y a hacernos cargo de nosotros mismos. Con todo y la angustia, somos lo que hacemos y sólo al hacernos responsables de quienes somos vivimos de forma auténtica.
Cierto que llegamos a un mundo hecho: el lenguaje, la sociedad, el orden político, el sistema económico, las costumbres y tradiciones están ahí, no elegimos nada de esto y es vano negar su injerencia en nosotros; pero ninguno de estos condicionantes nos exime de hacernos responsables de nosotros mismos. Asumirnos libres implica también dejar de excusarnos en lo que hicieron con nosotros nuestros padres, la escuela, el sistema, etcétera, y plantearnos la cuestión de qué hacemos con eso que hicieron de nosotros y también con eso que nos han ordenado ser y hacer. Tomar una decisión, elegir y así nos elegimos.
En términos personales, lo que somos lo tenemos que conquistar nosotros mismos y la libertad es nuestra responsabilidad. Pero no estamos solos en el mundo, somos en situación, vivimos en un contexto histórico-social y nuestra presencia siempre revela la presencia de los otros; de modo que asumirnos libres en estas específicas circunstancias implica irremediablemente tomar posición, comprometerse con el mundo real, elegir. Asumir la responsabilidad de nuestra libertad implica también responsabilizarnos desde el lugar donde estamos situados. Y así como la libertad causa vértigo y se padece como una condena, la irresponsabilidad seduce y tienta, pero nadie puede permanecer ajeno al mundo: no comprometerse es comprometerse, la indiferencia y la pasividad también definen la existencia, una que se ha vuelto indigna al renunciar a su libertad.
Para Jean-Paul Sartre la filosofía es un ejercicio de libertad y la libertad hay que comprometerla, jugársela y luego recobrarla. Pensador comprometido, Sartre creía que la filosofía debía salir a las calles, hablar del mundo, denunciar sus injusticias y sus desigualdades. Pero esta tarea moral no es exclusiva del filósofo, sino de todos los hombres: pese a los condicionamientos que nos acorralan, existe un margen para la libertad, para dejar de permitir que hagan lo que quieran de nosotros. La libertad exige valentía, hay que luchar contra la alienación: el hombre no sólo se elige a sí mismo, también elige el mundo en el que quiere vivir.