“Si el cristianismo se hubiese detenido en su crecimiento por alguna enfermedad mortal, el mundo habría sido mitraista”
Religión, adoctrinamiento, luego tradición, luego pretexto para estrenar ropa nueva sentados en la sala de la casa esperando la cena, el ponche, las bebidas espirituosas, el temidamente infortunado intercambio de obsequios en familia; y luego víctima o victimaria del capitalismo. Ahora la Navidad significa un gran árbol con luces y regalos, pero algunas personas insisten en el verdadero significado de esta fecha: el nacimiento de Jesús, el mesías de la fe cristiana. Sin embargo, la Navidad no se festeja desde el momento en que esta figura divina, filosófica y hasta estandarte político y bélico, vio la luz del mundo exterior fuera del vientre de su madre —ni mucho menos fue un 25 de diciembre—, sino que llevó siglos instaurar la cosmovisión cristiana y más aún, una fecha para conmemorar el nacimiento de Cristo. En realidad, no existe ninguna prueba histórica del día ni lugar ni año de su nacimiento.
Sin afán de desacreditar la fe de ningún lector y para demostrar los alcances del sincretismo, nos dimos a la tarea de exponer el origen de la Navidad, fecha que en la era moderna ha cambiado su significado —pero no ha perdido importancia— y cómo ésta tiene su principio en el firmamento y la naturaleza: el solsticio de invierno.
Hubo un día en el siglo IV, entre los años 320 y 353, que el Papa Julio I decidió instaurar el 25 de diciembre como el día del nacimiento de Jesús, aquella figura histórica, pero a la vez mítica, alrededor de quien gira el cristianismo —y otras religiones—, pero fue casi 200 años después que el emperador romano Justiniano I declaró esta fecha como celebración oficial. Antes de eso, en el calendario figuraba como el día de su nacimiento el 6 de enero (la epifanía), fecha que la iglesia ortodoxa sigue respetando como el de su nacimiento.
Sin contar el mal cálculo del año de su nacimiento, que en el siglo VI dio origen a establecer el inicio de la era cristiana y puso punto final a la era de la fundación de Roma —para entonces obsoleta cronología temporal ante el inminente ascenso del cristianismo—, realizado por el monje y astrónomo Dionisio el Exiguo quien calculó su nacimiento en el año 753, lo que difiere con el hecho de que Jesús nació en el reinado de Herodes el Grande, muerto por un una falla renal en el 750 (años de la fundación de Roma). Siendo correcta esta fe de erratas, no estaríamos a punto de llegar al 2020, pero el tiempo es relativo y esa es otra historia.
Para el mitraísmo, religión profesada por el Imperio Romano, el 25 de diciembre era el día del sol invicto, aquel donde el sol se levanta en el cielo y el día es más corto: el solsticio de invierno. Alrededor del planeta Tierra diversas culturas en diversos espacios temporales, a veces abismales, han tenido a bien observar, adorar y regirse por los astros, en especial del Sol. En lo que hoy es Medio Oriente no es la excepción y el culto pagano al dios del sol, Mitra, es el origen de la celebración de Navidad —del latín nativitas: nacimiento—. El mitraísmo celebraba el nacimiento del sol invencible, Mitra. El cristianismo el nacimiento de su mesías.
La importancia del solsticio de invierno viene de visualizarlo como el comienzo de la luz, cuando a partir de entonces los días comenzarán a alargarse y las noches a acortarse hasta llegar a la primavera, donde tendrán la misma duración. Mitra, el dios persa de 4 mil años cuyo culto adoptó el Imperio Romano, vio su declive ante el ascenso del cristianismo y con ello la muerte de todos aquellos rituales paganos, incluidas las fiestas de la cosecha, las Saturnales.
La observación del cielo no sólo servía para saber cuándo el día era más largo y cuándo el más corto, también regía las fechas para la siembra y la cosecha. Un ejemplo de esto son las Saturnales, fiestas en honor a Saturno, el dios romano de la agricultura, que comenzaban el 17 de diciembre y con el tiempo llegaron a durar hasta el día 21. Durante estas fechas, las ciudades se convertían en un carnaval donde reinaba la libertad, incluso la impunidad, y las clases sociales desaparecían. Por esos días, los roles se invertían y los esclavos dejaban de servir para gozar de dignidad y decoro mientras sus amos les atendían, sus ropas dejaban de marcarlos como posesiones y los convertían en humanos. La culminación de estas fiestas y el restablecimiento del orden llegaba precisamente con el día del sol invicto.
Como se menciona anteriormente, un sinfín de culturas alrededor del mundo crearon sus propios sistemas calendáricos a partir de la observación de los astros. Estas reflexiones pueden atravesar océanos y encontrarse a miles de años de distancia. Cuando en el siglo XVI los conquistadores españoles llegaron al territorio que hoy comprende México se encontraron con que no eran los únicos que veneraban el nacimiento de un dios el 25 de diciembre. Para los mexicas el solsticio de invierno tenía como protagonista a su dios del sol y la guerra, Huitzilopochtli. Para ellos el solsticio de invierno representaba el renacimiento del sol desde el Mictlán. Algunos otros lo traducen como el momento en que Huitzilopochtli desciende a la tierra.
Si el solsticio de invierno es el 21 de diciembre, ¿por qué la Navidad y otros rituales se efectúan el 25? Cortesía del cambio del calendario juliano al gregoriano. En el primero, el fenómeno astral se celebraba el 30 de diciembre, sin embargo, debido a la imprecisión del calendario esta fecha podía diferir cada año; hasta que en el 1582 el papa Gregorio XIII estableció el uso oficial del gregoriano y se creó una discrepancia entre la fecha de la Navidad y el solsticio.
Al final, se trata de conquistar, de prevalecer una postura frente a las otras. En estos días estarás listo para celebrar el nacimiento de un dios, el solsticio de invierno, cualquier otro culto “pagano” o el mismísimo capitalismo. ¡Felices fiestas!