La brujería (las brujas) son tan antiguas como la historia misma del hombre. Bien sabido es que el ser humano es maníaco de dar una explicación irracional y sobrenatural a aquello que le queda guango en la mente, y respecto a las brujas (en femenino) siempre ha buscado la manera de satanizar cualquier indicio de rebeldía o indomabilidad de las mujeres.
Tomando en cuenta que la historia (con H mayúscula) la escribe el género masculino, no cae de raro que se haya jugado con la imagen y el destino de estas mujeres condenadas. En el imaginario colectivo navegan rasgos adjudicados a las brujas que han evolucionado a lo largo del tiempo. De la anciana con joroba y verruga, a doncellas de familias puritanas de Salem. De las seductoras hechiceras que consiguen lo que desean con su carne, a las adolescentes que se debaten entre el mundo mortal y el mágico. De las de piel verde que usan sombrero, caldero y escoba, a las que salvan el mundo con su inteligencia y varita mágica. Y de las que esconden su decrépito cuerpo tras elegantes figuras para comerse a los niños, a jóvenes que juegan a ser “tiesa como tabla y ligera como pluma”, han sido representadas en todas las artes desde la fantasía, la mentira con ferviente terror, y desde la verdad con humor y algunas veces con justicia.
Para gusto, curiosidad y morbo de aquellos escépticos y creyentes, traemos este conteo en donde hacemos una pequeña selección de cintas donde las blasfemadas amantes de satán son las protagonistas.
Considerado el primer registro fílmico sobre la brujería, este largometraje sueco-danés de los años 20 refleja con total expresionismo —y surrealismo—, la guía del Malleus Maleficarum (El martillo de las brujas) el tratado para cazar brujas durante la Edad Media. Häxan (bruja en sueco) se vale de material documental (además de grabados y bocetos medievales) para representar, mediante la ficción y la sátira —pero sin perder el toque tenebroso y perverso—, la tipificación de la brujería, cómo identificar a una bruja, sus artimañas y reuniones de adoración al diablo, el proceso de la cacería y los métodos de tortura.
Suspira de 1973, fue el inicio de la trilogía acerca de brujas del italiano Dario Argento. Ranqueada como uno de los mejores filmes de culto de terror, la cinta narra cómo una joven bailarina es aceptada en una academia de danza en Frankfurt, Alemania. Lo que la protagonista no vislumbra es que la que ahora será su nueva casa, es en realidad un siniestro aquelarre de brujas. En 2018, Luca Guadanigno realizó una adaptación homónima donde absorbe varios aspectos de la trilogía completa de Las Tres madres de Argento —Suspiria, Infierno y La terza madre—. Mientras Argento se enfocó en la intensidad de los colores y rescata las cintas de horror de la década de los 70, la estética de Guadagnino se muestra con más sobriedad para poder resaltar las escenas sobrenaturales; además de colar en la narrativa los conflictos sociales en la Alemania dividida de los 70.
No es nada común que los filmes de terror ganen buenas críticas cinematográficas ni mucho menos, o que sean consideradas para competir en premios de renombre dentro de la industria. Sin embargo, el trabajo de Robert Eggers en La bruja (The Witch) significó refrescar el cine de horror con honores. Basada en los testimonios de los juicios de Salem en Estados Unidos a finales del siglo XVII, la cinta se sitúa en una pequeña aldea de Nueva Inglaterra y retoma los elementos de folklor de la época en la que ir en contra de los lineamientos del protestantismo era suficiente para convertirse en hereje a los ojos del resto de la comunidad. Con el fanatismo religioso como primer ingrediente, La bruja se encarga de poner en entredicho el sentido común y la histeria colectiva. Elementos fantasiosos como animales que son mensajeros del diablo, sacrificios, mujeres que se bañan en sangre, posesiones espirituales, aquelarres y el bosque siniestro, son retomadas de pinturas de Francisco de Goya —El aquelarre—. Mientras que para crear la atmósfera propia de la época se recurrió a cuadros del siglo XVII —Rembrandt, Jan Van Goyen y Esaias van de Velde—, además de utilizar para el guion el inglés antiguo de los primeros colonos ingleses en América.
Carlos Eduardo Taboada es el maestro del cine de terror mexicano. Con cintas tan populares como Hasta el viento tiene miedo, Más negro que la noche, Alucarda y El libro de piedra, Taboada dedica uno de sus pasajes a la brujería en Veneno para las hadas, de la mano, ni más ni menos, que del ser más inocente: una niña. En la cinta son dos niñas las que llevan el peso de la trama: Verónica y Flavia. La primera es huérfana, y vive con su abuela y su nana, quien para entretenerla suele contarle historias de brujas y fantasmas, nada necesarias para incentivar la imaginación desbordada de una niña con pensamientos psicóticos. Al conocer en la escuela a Flavia, de familia acaudala, Verónica verá, más que una nueva amiga, la víctima perfecta para cumplir todos los caprichos que sus precariedades le impiden tener, atemorizándola con que es una poderosa hechicera malvada, y sirviéndose de artimañas macabras y meras coincidencias.
Para cerrar este conteo y dejando atrás el lado siniestro de la brujería, brincamos hacia esta comedia de René Clair, donde la femme fatal Veronica Lake encarna a una bruja quemada durante los juicios de Salem, que, a modo de venganza, maldice a todos los hombres herederos de quienes la enjuiciaron. Siglos más tarde, en 1942, cuando uno de los descendientes de quienes la acusaron, Wallace Wooley, está postulándose para ser gobernador y a punto de casarse, aquella bruja condenada vuelve a la vida, y en su afán por torturarlo y hacerlo infeliz, iniciará con él un romance. Me casé con una bruja muestra la contraparte de las anteriores historias: las brujas puedes ser mujeres hermosas; las brujas son coquetas y encantadoras; y también se pueden enamorar.