Por: Arody Rangel

Star Wars: política, estereotipos e ideas

La guerra es el rostro extremo y violento de la política, la manera de establecer un orden por la fuerza cuando no es posible el acuerdo o cuando se puede prescindir de él. Star Wars, ese pretendido cuento de hadas épico espacial podría no examinarse a la luz de la política, pero eso no quiere decir que ella no esté contenida en la saga, ya que, en el nombre, como dicen, lleva la penitencia. Sin embargo, la política en La guerra de las galaxias no es protagonista, los protagonistas son otros -Anakin en los episodios I, II y III; Luke en los episodios IV, V y VI; Rey en la nueva trilogía de Disney, episodios VII, VIII y IX-, pero de alguna u otra forma, la política es uno de los contrapesos u obstáculos en la historia de esos protagonistas.

Tampoco hay que forzar la lectura, a pesar de los paralelismos entre Star Wars y algunos momentos de la historia contemporánea, no hay que olvidar que la saga está narrada en pasado -Hace mucho tiempo, en una galaxia muy muy lejana-, que los acontecimientos pertenecen al pasado, a un pasado mítico, son pura fantasía. Que se trata de un producto del entretenimiento y que entre sus muchas virtudes la más importante es ser uno de los mejores productos de la industria del entretenimiento de todos los tiempos. Hechas estas anotaciones, podemos echar un vistazo al contenido político de la saga, que no por ser sólo contextual, deja de ser interesante.


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De la República al Imperio

El paso de un régimen democrático hacia uno autoritario o tiránico es un clásico de la historia universal: está en la Roma Antigua, en la Francia napoleónica, en el México porfirista, en el fascismo italiano y en el nacismo alemán y poco después en el estalinismo soviético. Los primeros episodios de Star Wars -el I, II y III-, cuentan el tránsito de la República hacia el Imperio galáctico. La República era un régimen cuasi democrático en el que todos los países de la galaxia estaban representados en el Senado y el orden era custodiado por los Jedis, guerreros del lado luminoso de la fuerza; esta República, sin embargo, estaba en decadencia: las organizaciones comerciales y bancarias comenzaron a hacerse de poder político gracias a los sobornos y otras corruptelas, a la par que el crimen se organizaba en las periferias.

Este estado de cosas fue aprovechado por Darth Sidius, maestro Sith, el titiritero detrás de los hilos de algunas acciones y personajes. Este hombre de genialidad maquiavélica pasó de ser consejero de la senadora y reina de Naboo, Padme Amidala, a hacerse canciller y después emperador, en ese trayecto logró organizar las fuerzas separatistas, crear un ejército de clones, desatar la guerra civil y, una vez que tuvo en sus manos todos los hilos, diezmar a los Jedis con la Orden 66. Y entonces instauró el Imperio galáctico, el orden tiránico del lado oscuro de la fuerza.

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Juventud y Alianza Rebelde

El Imperio galáctico será destruido, como debe ser en este tipo de ficciones del bien contra el mal, pero no será sencillo, como se ve en los capítulos IV, V y VI de la saga. El héroe de esta historia es Luke Skywalker, un joven que detesta al Imperio y que además está destinado a derrocarlo; para sumar al optimismo de la juventud del cambio, Luke llega hasta la Alianza Rebelde liderada por Leia Organa, una joven que al igual que él busca derrocar el Imperio y restablecer la República.

En esta batalla al estilo David contra Goliat, la Alianza Rebelde consigue los planos del arma más letal del Imperio, la Estrella de la Muerte, capaz de destruir con un solo disparo planetas enteros, y es así como de a poco consiguen mermar al Imperio, que recuerda al nazismo tanto por los métodos radicales como por las estratagemas bélicas. Como sabemos, David vence a Goliat, el bien triunfa sobre el mal, con el triunfo de Luke Skywalker, no sólo se desplaza al lado oscuro de la fuerza, sino que la juventud toma las riendas de ese presente e instaura el orden político que cree mejor.

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De princesas a heroínas

Cuando se estrenó La Guerra de las Galaxias en 1977, a todos los hitos que implicó la cinta, se sumó el ligero cambio de estereotipo en la princesa: en la gran pantalla se veía a Leia Organa portar las armas y combatir contra los stormtroopers, mirar de frente a Darth Vader y liderar la Rebeldía que pondría fin al Imperio. Cierto que no podemos omitir la sexualización y romantización del personaje: el minúsculo traje de esclava que lleva en el episodio VI y su amorío con Han Solo. En 1999 la reina y senadora Padme Amidala rompía de nuevo el molde, gran diplomática cuando había que serlo y guerrera tenaz cuando no había de otra, pero también inserta en la lógica del amor romántico y su final es morir dando a luz a los futuros Skywalker.

La nueva saga que inició en 2015 lanza al protagonismo a Rey, una joven que recuerda a Anakin y Luke Skywalker, destinada a salir de la precariedad del mundo en el que vive para convertirse en una Jedi, maestra del lado luminoso de la fuerza.

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La fuerza, los Jedis y los Siths

El universo Star Wars no sería lo que es sin el ingrediente espiritual de la fuerza, que como dice Obi-Wan Kenobi es “un campo de energía creado por todas las cosas vivientes. Nos rodea, nos penetra, y mantiene unida la Galaxia”. Los Jedis son una secta de elegidos, de personajes en los que la fuerza se manifiesta de manera peculiar, que al recibir el entrenamiento adecuado, aprenden a usar la fuerza y de ahí viene su poder. La fuerza no es buena ni mala, lo que sí puede serlo es el uso que se le da. Se dice que los Sith, aquellos que usan la fuerza de manera oscura, eran Jedis disidentes y es que para ser Jedi había que renunciar a cualquier lazo emocional, ya que establecer lazos o apegos lleva inevitablemente al miedo, a la ira, al lado oscuro.

Arquetípicamente, la luz es lo bueno y la oscuridad lo malo. Pero además del panteísmo de la fuerza y otros elementos de esta espiritualidad que recuerdan al budismo, las enseñanzas de Yoda y de Obi-Wan recuerdan también algunos preceptos estoicos, como la resignación ante las cosas que no se pueden cambiar o la renuncia a la voluptuosidad y los placeres.