Por: Arody Rangel

De Stoker a la pantalla grande: el vampirismo en el cine

Su mordisco no sólo es anestesiante, sino que provoca un delirio erótico en su víctima que rosa todas las ensoñaciones y sensaciones de lo prohibido. Erotismo, sangre y muerte son los elementos esenciales del vampiro, una criatura temible y fascinante, un ser maldito, condenado a no morir y a beber sangre humana -elixir vital- para mantenerse en la existencia. Ha tenido diversos rostros en la literatura de terror y puede rastrearse su origen en diversos relatos de la antigüedad: demonio recurrente en las mitologías china, mesopotámica, hindú, hebrea, islámica y grecolatina.

Sin duda, el referente por excelencia de este monstruo es Drácula, el vampiro de Bram Stoker († 20 de abril, 1912): alto y delgado, de personalidad magnética y sensual, aristócrata, con poderes sobrehumanos como la telepatía, el control sobre alimañas -ratas, moscas, arañas, murciélagos- y sobre los lobos, la manipulación del viento y las nubes, la transmutación en animal o niebla; tiene una corte de vampiresas, de hecho, el conde puede convertir a otros en vampiros, sólo si al morderlos les da de beber su propia sangre; es noctámbulo y rehúye a la luz del día, así como a los signos religiosos y para acabar con este no-muerto es preciso clavar una estaca en su corazón o decapitarlo.

Stoker forma parte de una larga tradición vampírica que antes de incorporarse a la literatura, formó parte de la superstición popular europea del siglo XVIII, en pleno Siglo de las Luces, paradójicamente. En el mundo de las letras, el vampirismo emerge de las plumas de Goethe, E. T. A. Hoffman y Tieck, el arquetipo de aura byroniana se lo debemos a El vampiro de Polidori y a Varney de Rymer; Poe y Baudelaire, por ejemplo, son parte de otros tantos hechizados por la figura de la vampiresa. El vampirismo ha conquistado también al séptimo arte y en este Top #CineSinCortes revisamos algunos filmes que hacen honor a la tradición.


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Nosferatu (F. W. Murnau: 1922 / W. Herzog: 1979)

Nosferatu, presumiblemente, quiere decir “vampiro” en rumano, o al menos eso es lo que dice Stoker en su afamada novela; otras fuentes sugieren que viene del griego nosophoros, “portador de la enfermedad”; por otro lado, el término vampiro aparece referido por primera vez en 1748 en el Tratado de las apariciones de los espíritus y de los vampiros de Hungría de Dom Agustín Calmet, la palabra viene del ruso upiro y quiere decir “sanguijuela”, con ella se designaba a los revinientes, a aquellos que regresaban de la muerte, salían de sus tumbas, succionaban la sangre de sus congéneres y causaban enfermedad y muerte. Tanto la obra maestra del expresionismo alemán como la readaptación de Herzog son fieles a estas referencias y, además, nos ofrecen la versión clásica del vampiro: palidez fosforescente, pelo en la palma de las manos, colmillos y orejas puntiagudas, largas uñas y olor fétido, un monstruo de pies a cabeza.


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Drácula, de Bram Stoker (Dir. Francis Ford Coppola, 1992)

Basado en el relato de Stoker, aunque en este filme hay varias licencias, como el romance entre el Conde Drácula (Gary Oldman) y la princesa Elizabetha que reencarna en Mina Murray (Winona Ryder), novia de Jonathan Harker (Keanu Reeves). Esta cinta hace un guiño a la tradición al revelarnos la historia del conde: príncipe rumano, caballero de la Orden del Dragón, que ganó su maldición al rebelarse contra Dios; el Drácula de Stoker dice ser descendiente de Atila y el doctor Van Helsing lo emparenta con los hunos; el personaje histórico en el que se basó Stoker es Vlad Drăculea, el Empalador, príncipe de Valaquia (Rumania), Drácula o Drăculea significa “hijo del Dragón”. El otro gran giño a la tradición vampírica es la rebelión contra Dios: simbólicamente, el vampiro es un rebelde de la talla del propio Lucifer, ya que en oposición a la vida eterna espiritual que promete la religión cristiana después de la muerte, el vampiro regresa de la muerte en su propio cuerpo, su “vida eterna” lo es del cuerpo, de la carne y con ella, del placer, la voluptuosidad, el pecado.


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El ansia (Dir. Tony Scott, 1983)

Protagonizada por Catherine Deneuve y el hombre que vino de las estrellas, David Bowie, esta cinta está basada en la novela homónima de Whitley Strieber. En esta historia la protagonista es una vampiresa, Miriam Blaylock, proveniente del Antiguo Egipto; dato interesante, pues la figura de la vampiresa es fundacional en la tradición: los primeros seres que podemos identificar como vampiros son mujeres - Lilith en la tradición hebrea y las empusas o lamias en la mitología grecolatina- y en la literatura, el primer relato de vampiros, La novia de Corinto de Goethe, es protagonizado por una vampiresa.

Miriam se conserva joven, bella e irresistible, su palidez y aire melancólico son parte también del estereotipo de la vampiresa; vive en Manhattan en compañía de John, su último compañero -los otros que ha tenido han logrado vivir cientos de años gracias a su mordedura, pero igual perecen-. El abrupto envejecimiento de John mueve a Miriam a buscar ayuda con la doctora Sarah Roberts (Susan Sarandon), pero el ansia la mueve a hacer de ella su nueva compañera. El lesbianismo también es parte del vampirismo, está en Carmilla de Le Fanu; la novela fue publicada 25 años antes que la obra maestra de Stoker, en ella, Carmilla es una joven vampiresa que se aloja en casa de Laura, su nuevo objeto de deseo.


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Déjame entrar (Dir. Tomas Alfredson, 2008)

El guion de esta película fue escrito por John Ajvide Lindqvist, quien antes escribió la novela que lleva el mismo nombre. Esta historia suma a la tradición del vampirismo, al hacer de Eli, la vampiresa protagonista, a una niña de 12 años. Es la década de los 80 en Blackeberg, Estocolmo, Eli acaba de mudarse al mismo edificio donde vive Oskar, un chico de su edad, tímido y retraído, que sufre acoso escolar; poco después de su primer encuentro, Eli y Oskar se hacen amigos. El contraste entre inocencia infantil y la roja mancha de sangre del crimen marcan el pulso de esta historia. Eli es pálida, sólo sale de noche y camina descalza a pesar del frío, a estos elementos hay que agregar que el nombre de la cinta tributa a la creencia de que los vampiros no pueden entrar a ningún sitio si no son invitados.


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Sólo los amantes sobreviven (Dir. Jim Jarmusch, 2013)

¿Cómo sería la vida de los vampiros en nuestro siglo XXI? Eve (Tilda Swinton) y Adam (Tom Hiddleston), han dejado atrás el hábito salvaje de succionar la sangre del cuello de sus víctimas, ahora se proveen de ella en hospitales o en el mercado negro, pero tienen que asegurarse de que esté lo menos contaminada posible, pues el deterioro ambiental y los malos hábitos de la humanidad actual merman la calidad de la sangre, su elixir vital. Además, estos vampiros que tienen todos los siglos del mundo y que han gozado del lujo y la riqueza, hacen gala de su amor hacia las artes y la ciencia, de su conocimiento sobre las grandes ideas y mentes que ha dado la historia, ellos mismos cultivan la poesía y la música, y hasta son autores de algunas obras maestras, cedidas a otros para mantenerse anónimos. Entre los retratos del vampiro contemporáneo, el de Jarmusch es de los mejores, no sólo dignifica a estos monstruos, sino que exalta su sensualidad, erotismo y voluptuosidad.