Por: Arody Rangel

Noam Chomsky, crítico de nuestro tiempo

Ingresamos ahora en un período de la historia humana que podría dar respuesta a la pregunta de si es mejor ser listos que estúpidos. La perspectiva más esperanzadora está en que la pregunta no tenga respuesta.

Hegemonía o supervivencia, Noam Chomsky

¿Qué significa ser un intelectual? Solemos creer que los intelectuales son personajes sofisticados que se ocupan de cuestiones muy difíciles e importantes, que pertenecen a las clases sociales acomodadas y que su genio los dota de un aura especial, que son ajenos al mundanal mundo. Algo hay de cierto: la clase intelectual es una clase privilegiada y, supuestamente, informada, precisamente por esto se hallan en un predicamento moral: o sirven a las causas justas y se alinean en favor de las personas o sirven al poder. Al menos esto es lo que cree el filósofo y activista estadounidense Noam Chomsky.

Con la publicación de Estructuras sintácticas en 1957, el joven Noam Chomsky revolucionó la lingüística de nuestra época: las teorías imperantes sostenían que el lenguaje, como otras destrezas humanas, se adquiere a través de procesos de aprendizaje y asociación, en oposición, Chomsky propuso que estamos hechos orgánica y genéticamente para el lenguaje, que el lenguaje es para nosotros algo innato, postuló también la existencia de un órgano del lenguaje en el cerebro y a su teoría se le conoce como Gramática generativa. Esto le ha merecido un lugar entre los más importantes intelectuales de nuestra época, pero entre ellos, destaca de forma peculiar.

Chomsky es famoso, quizá más por su activismo y crítica política que por sus contribuciones a las ciencias cognitivas, y es que su voz no ha cesado de denunciar las arbitrariedades y crímenes de EEUU, así como las injusticias del mundo en el que vivimos. Según ha declarado él mismo, sus inquietudes políticas surgieron en su juventud, ante sucesos como la creación del Estado de Israel en Palestina o la intervención de EEUU en Vietnam, y hoy por hoy, próximo a cumplir 90 años, Chomsky es uno de los críticos más importantes del status quo.

A Chomsky se le asocia con el anarquismo o con el socialismo, o con ambos; sin ahondar en las etiquetas, sus ideas políticas se basan en el principio de que cualquier forma de control, dominación y autoridad carece de justificación propia y debe demostrar que está justificada; cuando resulta que no pueden dar una justificación de su existencia, estas estructuras deben ser desmanteladas para abrir paso a una sociedad más libre y justa. Para Chomsky, muchas de las estructuras contemporáneas carecen de justificación, pero han logrado permanecer en pie gracias a varias artimañas.

Una de esas artimañas es el neoliberalismo, la política económica global desde la década de los 80. Chomsky señala que la bandera del libre comercio internacional es valedera sólo para los poderosos, para ese reducido número de personas que posee las riquezas del mundo, además, el sistema está hecho para asegurar sus privilegios y ganancias. Son los amos de la humanidad y sus máscaras son los gobiernos democráticos actuales, gracias a los que la población entra en el juego de las elecciones.

Otro blanco de los dardos de Chomsky son los medios de comunicación y la publicidad: ellos mismos son corporaciones, no debe sorprender que sirvan a los intereses corporativos, que no son otros que manipular la opinión pública y asegurar la estabilidad del sistema, tanto como su reproducción. Nuestro filósofo es un defensor de la libertad de expresión y, si bien es cierto que los medios de comunicación se valen de este derecho para propagar cierta ideología, no es menos cierto que quienes saben de estas y otras arbitrariedades deberían denunciarlas.

De cara a las circunstancias, Chomsky denuncia la situación que vive la población mundial, lanzada al mercado laboral en el que no tiene muchos derechos y no se puede organizar, ya no vale eso de que “cada generación supera a su antecesora” o que “cuanto más duro trabajas, más avanzas”. Con el reconocimiento de la falta de derechos y oportunidades vienen el enojo y resentimiento de los mal llamados “populismos”, tan bien aprovechados en las coyunturas políticas para favorecer, de nuevo, los intereses de unos cuantos.

El panorama se vuelve más desesperanzador cuando sumamos el factor ambiental, hace décadas que se alerta sobre el peligro en el que se encuentra nuestra especie y otras formas de vida si no cambiamos nuestros modos de producir y consumir. También ante esto se pronuncia el lingüista: es alarmante que el dirigente del país más poderoso del mundo niegue un hecho como el cambio climático, que las grandes corporaciones se nieguen a cambiar lo que está en sus manos.

En su último libro, Réquiem por el sueño americano, Chomsky señala que vivimos una época de retroceso, un retroceso ante el que surgen algunas resistencias, unas constructivas, otras destructivas… Y el lúcido Chomsky de casi 90 años ve con esperanza los movimientos de contestación social.