Por: Mariana Casasola

Polanski y el Mal

En su artículo para el diario El País, “¿Qué hacer con el arte de hombres monstruosos?”, Claire Dederer aborda la polémica que resuena hoy más que nunca en torno a si continuar celebrando o no la obra de artistas con bien conocidos crímenes en su historia. Entre esos personajes, uno de los más controvertidos es el del cineasta Roman Polanski, un nombre que invoca al escándalo desde hace décadas y al que demostrar hoy cualquier admiración parece un sinónimo de complicidad con sus delitos.

Pero Dederer plantea: ¿El artista es lo mismo que su obra? ¿Debemos intentar separar el trabajo de su creador? ¿A quién deberían aplicar nuestros juicios, a artistas muertos o sólo a los vivos? ¿Al apreciar el arte de un mostruo le estamos dando permiso de serlo? ¿Quién tiene derecho a decir que no es un monstruo también?

Más que repuestas, en este tema encontraremos cada vez más cuestionamientos porque la obra de personas como Polanski, Woody Allen, Ezra Pound, Richard Wagner, y un interminable etcétera, nos confronta más que nunca con nosotros mismos y con nuestras ideas sobre la moral en relación con el arte, la belleza, la genialidad y, claro, lo monstruoso.

El cine del franco-polaco Roman Polanksi parece contener desde su inicio la confrontación a la que ahora expone por igual a sus detractores y admiradores. En sus películas muchas veces aparece borrorsa la frontera entre fantasía y realidad, pero en todas hallamos una presencia permanente: el mal. Psicológico o físico, abstracto o real, terrenal o satánico; el tema de la maldad destaca como una inquietud fija en Polanski.

Aquí revisamos tan sólo tres ejemplos de los filmes de Roman Polanski en los que esta temática parece aún más clara, la llamada Trilogía del departamento, filmes ya clásicos que lo establecieron como un director de culto y con una firma visual, además de obsesiones claras: el enigma, el terror y, por supuesto, la claustrofobia.


Repulsión (Repulsion, 1965)

Se trata del segundo largometraje de la carrrera de Polanski, el primero que hizo en inglés y con ayuda de una empresa productora. Sin embargo, aquí es más que fiel a su estilo de mostrar una historia en lugar de explicarla. No sabemos los traumas que hay detrás de la repulsión que Carol (Catherine Denueuve), la protagonista, siente por el sexo y los hombres, sólo la observamos en su creciente neurosis mientras se queda sola en su departamento.


El bebé de Rosemary (Rosemary's Baby, 1968)

Basada casi al pie de la letra en la novela bestseller del autor Ira Levin, esta película fue la primera superproducción de Polanski en Hollywood, y el mítico primer protagónico de Mia Farrow. Para ambos signficó la fama rotunda. Aquí el director hizo gala de su capacidad para crear con muy pocos recursos y espacios, un clima de opresión, terror e inseguridad gracias a la ambigüedad de la historia de una joven temerosa de que el bebé que espera sea el hijo del diablo. Polanski hizo un retrato macabro de la psicología de su protagonista que se siente atrapada, sin salida, en un ambiente perverso y sobrenatural que incluye a su esposo, sus extraños vecinos y su propio embarazo.


El inquilino (Le locataire, 1976)

También conocida como El Quimérico Inquilino, aquí el propio Polanski interpreta al protagonista, un oficinista común que recién se ha mudado a un modesto departamento que incluye un perverso antecedente: la antigua ocupante se suicidó lanzándose por la ventana. Al nuevo inquilino no le preocupa nada de esto hasta que comienza a sospechar que aquella muerte fue en realidad un asesinato en el que participaron todos los vecinos. Poco a poco, encuentra en ellos la intención de que él cumpla el mismo destino, y que lo quieren volver loco. De nuevo, el cineasta nos muestra un escalofriante recorrido por la degradación mental de un personaje, donde cada vez es menos posible distinguir qué pasa en realidad y qué pasa sólo en la aterradora imaginación del protagonista. Sin duda la más compleja de esta trilogía, porque se explota al máximo el terror que se produce de la ambigüedad y el delirio que sólo es posible en el cine.