Por: Rebeca Avila

Los perros duros no bailan

Un amo es un amo. Bueno, malo o regular (…). Pero la lealtad de los humanos no es la misma que la nuestra.

El Negro

Nadie se mete con El Negro. Es fuerte, correoso, intimidante, impulsivo, seco, cabeza dura, marcado por las vicisitudes de la vida que le han dejado secuelas en cuerpo y mente. No es malo por gusto, pero si lo buscas lo vas a encontrar. El Negro es un tipo duro, vaya, un perro, en el sentido estricto.

Miles de cachorros son comprados en las Navidades o cumpleaños y cuando dejan de parecer un objeto de entretenimiento y comienzan a ser vistos como lo que son, una responsabilidad más para el humano, éste decide que no hay problema alguno en abandonarlos a su suerte. Algunos se vuelven callejeros. Otros se vuelven máquinas de pelea generadoras que jugosas ganancias para los que se hacen llamar sus dueños. Justo eso le paso a Negro, el protagonista de Los perros duros no bailan, el nuevo libro de Arturo Pérez-Reverte.

En esta novela negra, los perros hablan en primera persona y nos guían por su mundo – o por su perspectiva del nuestro- para darnos una posible visión de lo que viven y piensan los canes, desde lo felices que se sienten cuando son tratados como un miembro de la familia, hasta aquellas atrocidades que sufren a manos de quienes reciben su lealtad.

El argumento va de la búsqueda de Negro, un perro de pelea retirado que busca a dos amigos desaparecidos, Teo y Boris el guapo, quienes se sospecha no escaparon, sino que fueron sustraídos con fines perversos. La historia narra los esfuerzos de nuestro valiente - aparentemente frio - protagonista por encontrar y liberar a sus camaradas.

La empatía que genera la sobrecogedora historia es producto de una realidad que no nos es tan ajena. Aunque relata peleas de perros -clandestinas, obviamente- y la explotación en los criaderos, bien podemos concebir el umbral de horror que atraviesan estos animales, ya sea por dos cosas. La primera y más simple; prácticamente todos hemos tenido una mascota y el lazo emocional con ellos nos hace sentir compasión por estos seres vulnerables. La segunda, cualquier parecido con nuestra propia realidad, es mera coincidencia: la historia bien podría tratarse de tráfico y explotación sexual y laboral de humanos.

Los ímpetus salvajes a los que sucumben los perros por el estrés al que son sometidos, la violencia ejercida en estos sitios de humanos a perros y entre perros, son narrados a detalle página a página, las propias víctimas te lo cuentan.

Aunque cruda, esta novela también tiene sus tintes de comicidad y sensibilidad, pues gracias a que los personajes son dotados de emociones humanas en sus líneas nos enteramos de las reglas del mundo perruno, en las que, a su manera, existe la amistad, la lealtad, el amor, el arte de la vagancia y, sobre todo, los deseos de conocer a qué sabe la libertad. Pero tal vez sea la percepción tanto de la conexión entre los perros y sus amos, así como el punto de quiebre de su nobleza “incorruptible”, lo que nos dé realmente un vuelco al corazón.